Revista Ñ

Una lengua de sal

Poesía. La joven escritora belga Charlotte Van Den Broeck propone versos inquietos, incómodos, extrañados, habitados por criaturas solitarias y un animismo nada concesivo.

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Ilsebill sueña Ilsebill no sabe por qué pero el pescador, en su ausencia, se encarga de llevar cuerpos a la costa los tiene que haber sacado de aguas profundas porque hablan una lengua de sal y habitan apenas algo de piel, harapos, ojos ámbar, dicen que siguiendo las estrellas cayeron en la oscuridad así como el sol cae ahora sobre sus cuerpos se encogen con sus sombras el pescador no puede hacer más que apilar sombra sobre sombra bajo la vela acampar hasta que sequen Migraña asciende al torrente de sangre la luz se espesa la luz hundida en el blanco vórtice un puntito pulsante mancha, cuaja el paisaje un zigzag de mosaicos medio cráneo de jaqueca que alguien cubra el sol que alguien borre el torbellino de olores la sierra circular cuando llega aferrarse a las costillas gruñidos viruta sedimentos hiel un estruendo un estampido que le arranca la piel al cielo y aflora un color compuesto un aturdimien­to un rosa que perfora la roca de sulfato ferroso un púrpura y cobre que cantan y en el cuarzo me acunan Desperfect­os cuando cae la noche se dice que las rocas viajan el desierto se despereza y arrastra las sábanas despierta una mujer sin desperfect­os, se viste para andar el día entero, sin cargar con fantasmas recorre millas sola con esplendor del sol y la sal de la roca sola con la grandiosa retina ceguera pues quien se asoma a la luz sabe que siempre estuvieron tras los párpados cerrados las sombras de laca metálica Buitre la lejanía una forma certera de retratar vista como un sonido desvincula­da del paisaje desvincula­da del ensoñado paisaje de la curva del ojo un color que se corta en la escasa vegetación manchas blancas en la hoja de la datilera volando en círculos aprendiend­o a ganar altura y el zorro le debe la senectud al ayuno del buitre

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