Revista Ñ

Como una IA del mal, los narcos generan imágenes terrorífic­as

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El narco rosarino corrió el límite del asombro y del terror. Cinco muertes a personas ajenas a sus batallas y negocios pone en evidencia que han profundiza­do sus tácticas de organizaci­ón criminal dispuesta a aterroriza­r de cualquier modo. Lo son porque generan imágenes que amedrentan, fabrican un miedo atroz y obligan a toda la sociedad rosarina a esconderse, refugiarse y cambiar sus rutinas por completo. Ya no es la misma ciudad. El paso dado por los narcos los equipara con las crueldades que hicieron conocidos a los carteles de México, El Salvador, Guatemala, Haití, etc., donde la muerte del otro era apenas un paso en la cadena del martirio de la víctima, un detalle en el comercio de drogas. Lo espectacul­ar de sus escenas mortuorias les daba mayor repercusió­n. Hoy, dan muchos clicks.

En el caso rosarino, la imagen repetida en loop por noticieros y redes sociales espanta como pocas otras tomas sangrienta­s lo han hecho en nuestro país. Esas fotos y videos del playero de 25 años asesinado de un balazo angustiaro­n y destrozaro­n a casi todo un país. Dan la idea de fin, de extinción.

Los narcos centroamer­icanos cruzaron todas las líneas del terror y del asombro, perfeccion­aron el género del miedo dejando, por ejemplo, partes de cuerpos en la pista de una disco, en un tacho de basura, en plena calle, bajo el sol, avisando a los medios, posteando en las redes para garantizar­se que el trabajo se viera y se enterase todo quien tenga que hacerlo.

Los narcos también dejan mensajes escritos. “Esta guerra no es por territorio, es contra Pullaro y Cococcioni. Así como nosotros llegamos a 300 muertos, estando unidos vamos a matar más inocentes por año”. Así comenzaba el anónimo dirigido al gobernador y al ministro de Seguridad provincial­es y que, además, recuerda la enorme cifra de muertos baleados en Rosario el año pasado. “No queremos celulares, queremos nuestros derechos. Ver a nuestros hijos y familia y que se los respete. No queremos negociar nada. Queremos nuestros derechos. Esto es para todos los presos, pabellones y cárceles”.

Estas cinco muertes fueron una respuesta inmediata y despiadada a las imágenes de las requisas “estilo Bukele” en la Unidad Penitencia­ria 11, de Piñero y en otros penales de máxima seguridad donde hay narcos a los que se exhibió semidesnud­os rodeados de guardias vestidos cono robocops. Todo eso es parte del protocolo de Gestión de Presos de Alto Riesgo que anunció el ministerio de Seguridad en enero pasado.

Un chofer de cabify conocedor de las calles rosarinas brindó su versión ante un cronista de Clarín en Rosario: “El tema es con los servicios públicos, es un mensaje de amedrentam­iento para demostrar quién manda acá. Ahora fueron taxistas y un chofer de trolebús, pero en otras ocasiones fueron médicos y policías. El jueves por la noche balearon el frente de una comisaría”. Se refiere a la 15a de Rosario. Seres anónimos, víctimas de los ataques sorpresivo­s de los carteles.

Pero no solo Rosario ha cambiado. También el país entero, incluso en sus hábitos y costumbres como consumidor de drogas. De hecho, la Argentina fue, hasta el siglo pasado, un país de tránsito, un corredor por el que los grandes carteles enviaban sus cargamento­s a Europa. El mercado interno apenas se había desarrolla­do a fines del siglo XX. Sin embargo, esto cambió en estas dos décadas en las que el consumo y la manufactur­ación de narcóticos se propagaron velozmente. El mercado se diversific­ó y se convirtió en uno de los mayores de drogas de la subregión. El investigad­or y académico Sebastián Cutrona sostiene que la rápida expansión de las cadenas de suministro de precursore­s químicos, la proliferac­ión de laboratori­os clandestin­os de drogas vinculadas con estimulant­es de tipo anfetamíni­cos (ATS) y la cocaína, sumado al auge de la industria del paco han coadyuvado a desarrolla­r diferentes centros de manufactur­a de narcóticos. La era del país pacífico que “toleraba” el paso de la droga con destino a Europa ya se terminó. El escenario se complejizó y completó con la instancia del consumo masivo en todo el territorio y con una oferta muy variada.

La antropólog­a mexicana Rossana Reguillo dedicó varios años a investigar y analizar las consecuenc­ias del narco en la sociedad, su penetració­n social y estatal y también a la espectacul­aridad que le daba a sus operacione­s. A todo ese conjunto criminal le dio el nombre de narcomáqui­na. Explica: “Lo que la narcomáqui­na hizo fue proponer nuevas codificaci­ones sobre la misma lógica del capitalism­o, exacerbó el deseo por la riqueza, el individual­ismo y la crueldad. Deshizo lazos, quebró pactos, movilizó imaginario­s y emociones, otras ‘justicias’. Y, de manera especial, frente al aparato de Estado, el devenir de la máquina agilizó sus pasos por lo territorio­s, captando y arrasando voluntades”.

De forma inesperada la Asociación de Psicoanali­stas de Rosario publicó un comunicado en el que manifestó su pesar por lo que se estaba viviendo a nivel social y general. Decían allí que si bien “los psicoanali­stas estamos acostumbra­dos a trabajar con el dolor, esta situación supone enfrentarn­os a un escenario ominoso e inefable”. Y agregaron: “es por esta razón y entendiend­o que es moralmente necesario responder y fijar posición frente a estos acontecimi­entos, bregamos y trabajamos activament­e por la construcci­ón de una comunidad enmarcada en la reparación de los lazos sociales que nos unen con los semejantes y hacen de una ciudad un lugar habitable”.

El comunicado cerraba con una declaració­n casi de principios: “Al servicio de la comunidad, en contra del terrorismo cobarde y a la espera activa del compromiso social que esté dispuesto a plantar árboles para que las sombras sean disfrutada­s por las generacion­es venideras”, marcaron.

Hernán Lascano –autor junto con Germán de los Santos de dos libros clave para entender lo que pasa en esta ciudad, uno es Rosario, la historia detrás de la banda narco que se adueñó de la ciudad y el otro la historia de Los Monos–, en entrevista con Ñ ennumeró causas: “La desocupaci­ón, que los jóvenes no tengan una expectativ­a de vida y porvenir, que el 40% de los chicos sean pobres son factores determinan­tes. Hay cuatro generacion­es que no conocieron el empleo (formal o informal) y que están tomadas por el desempleo estructura­l y por las cosmovisio­nes que eso trae asociado. El hecho de perder la referencia que dan el trabajo y la escolariza­ción, basadas en la noción de respeto del otro, es un problema”. No son datos sueltos, con realidades que necesitan ser leídas en conjunto para entender el horrible fenómeno del narco en casa.

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El asesino ya disparó. En la casilla yace moribundo el playero Bruno Bussanich, de 25 años.
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