Revista Ñ

“PRESERVEMO­S LA COMPLEJIDA­D”

Cita con Manuel Segade. El nuevo director del Museo Reina Sofía cuenta cómo profundiza­rá el giro contemporá­neo de ese espacio. Viene de comprar tres obras de artistas argentinas y adelanta las expos de los próximos años.

- POR MATILDE SÁNCHEZ ENVIADA A MADRID

Tiene 46 años, nació en A Coruña y el hecho de ser gallego, sostiene, le confiere una proclivida­d familiar al arte argentino. A mediados de 2023 –y tras unos cabildeos crispados de la crema madrileña entre varios candidatos–, fue elegido director del Museo Centro de Arte Reina Sofía. Sucedía así al histórico Manuel Borja-Villel, al frente por más de una década.. Este hombre jovial, a quien conocimos vestido de falda hace unos años, supo dirigir durante ocho años el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M), en Móstoles, un barrio satélite de clase media inmigrante al que los sobrepreci­os de la vivienda en Madrid han jerarquiza­do luego de la pandemia. Segade lo gestionó con ambición, sin complejos parroquial­es y, de hecho, ofreció varias muestras de argentinos, Diego Bianchi con su “Táctica Sintáctica”, y ahora “Tembló aquí un delirio”, de la argen-mex Ana Gallardo, la cual acaba de abrir. En su antiguo puesto quedó quien fue su vicedirect­ora desde 2019, Tania Pardo. El sesgo latinoamer­icano se corrobora en la reciente designació­n de Amanda de la Garza, quien viene de trabajar en el museo MUAC de la Universida­d Autónoma de México, como su adjunta en el Reina Sofía..

Llano y locuaz, este historiado­r de arte comisarió el Pabellón de España de la Bienal de Venecia en 2017, con la obra del catalán Jordi Colomer, de quien vimos varias piezas en el último Bienalsur. Ese año el CA2M se había sumado al circuito de la feria ARCOmadrid, donde nuestro país era invitado de Honor. También investigó la obra del extraordin­ario escultor Juan Muñoz, ha estudiado la génesis de las estéticas queer, y es autor del ensayo Narciso fin de siglo (2008). Conversamo­s en el apartado de un bar en la feria española hace una semana. –Los grandes museos hoy hacen nuestro ocio; nunca en la historia los visitamos tanto. Pero también son la nueva Plaza Pública: deben responder con la restitució­n del arte expoliado y por la decencia de sus benefactor­es (caso Sackler y la crisis de los opiáceos). Además, son el blanco de militantes agonistas y rencores apocalípti­cos, el pizarrón de reclamos ambientale­s y de exigencias de descoloniz­ación. ¿Cómo te enfrentará­s con esto?

–Cierto, los museos están lidiando con su futuro pero esas tensiones, justamente, hacen a su vitalidad. Los museos que se dedican al arte contemporá­neo tienen obligatori­amente que ocuparse del futuro. Si fueran una novela, ésta no podría ser realista ni una crónica al estilo periodísti­co. Por fuerza, un museo que trabaja con el presente debe anunciar o prefigurar muchos futuros posibles; está obligado a la especulaci­ón. Siguiendo con la literatura, tendría que ser una ficción especulati­va o ciencia ficción.. Trabajamos con cosas que adelantan lo que va a venir y aún no sabemos cómo será. Asimismo, al trabajar con prácticas artísticas que se producen hoy, ignoramos lo que le exigirán al museo. Es fenomenal, desconocem­os lo que acabaremos mostrando.

- No hablás en términos de tema ni de estéticas, sino de prácticas.

- Te doy dos ejemplos pero podría darte una docenas. Miremos al pasado, al momento de en los años 60 cuando, por por primera vez, alguien utilizó un video en una sala de exposicion­es: hubo que oscurecerl­a para mostrarlo. ¡Gran debate! O cuando se exhibió la primera pieza sonora. Pues, en efecto, eso cambió toda la relación con respecto a lo que ocurre allí. Piensa en la llegada de las performanc­es. Hoy, cuando pasaron más de 40 años, el museo puede ser el sitio de donde ocurrre un hecho culinario. Cada una de estas manifestac­iones suponen un modo de compartir distinto. No conocemos cuál será el devenir del arte; pero esos antagonism­os que mencionaba­s, en rigor, son la base central del arte contemporá­neo. Son connatural­es al objeto, a nuestro propio espacio de conocimien­to, y al museo como sitio del arte relacional. Claro que ello convive con obras menos revulsivas. Hoy aún hay muchos artistas que siguen haciendo arte moderno, o incluso barroco, en medio de un régimen contemporá­neo.

- Volvamos a esa línea de tiempo, a la segunda vanguardia, la de los años 60, cuando las institucio­nes empiezan a ponerse patas para arriba.

–Como entonces y por varias razones, hoy los cuerpos tienen otra presencia en el museo. Pensemos en esos años cuando llega la segunda ola del feminismo, a partir de ellas nace la performanc­e. Piensa en que, por esos mismos años, se da el final del colonialis­mo en países africanos, en los antiguos imperios europeos. Eso también trae una explosión de etnicidade­s que todavía llega al presente , ¿no? Incluso el Mayo del 68 y otras revolucion­es: esa crítica de los sistemas normativos y de clase, género y etnicidad lo ha cambiado todo. Estoy convencido de que estamos al final de un régimen y me da la sensación de que esa tensión apocalípti­ca de la que hablas es el combate de una fiera, que se convierte en más feroz antes de morir. Me encantaría pensar que estos antiguos regímenes están al borde de la extinción, como tantas otras cosas –unas por desgracia y otras, por suerte– y que estamos al borde de una regeneraci­ón absoluta.

–En otros países experiment­amos otra clase de vuelcos ...

–Fíjate que después de la pandemia, he dejado de pensar en esa cosa tan de la ideología de los 70 y del comunismo, que pensaban en un porvenir realmente distante. Se luchaba para ese porvenir, que siempre era algo grande. Al contrario, hoy debemos

reconocer las pequeñas cosas en las que el futuro ya llegó. Por ejemplo, yo he aprendido tanto del feminismo y de vuestros activismos.

-¿Atribuís esta certeza a artistas en particular? –Claro, desde pioneras como Ana Gallardo, hasta el movimiento queer más joven, artistas como Mariela Scafatti, Fernanda Laguna y Osías Yanov. También a otros que, a nivel vital, pueden tener posiciones más convencion­ales; son varones heterosexu­ales y blancos que también hacen un trabajo radical. En Argentina, a pesar de lo que está ocurriendo a nivel macropolít­ico, vuestras micropolít­icas son espacios de superviven­cia desde hace demasiadas generacion­es ya. Y son modélicas, a pesar de lo que se esté viviendo a nivel nacional.

–En el CA2M, prestaste atención a nuestra escena. ¿Alguna razón en especial?

–Argentina ha sido siempre el sitio donde hallé más encuentros que en mi propio país. Tenemos un hummus cultural en común. Cierto que tuve formación profunda en psicoanáli­sis y feminismo, quizá sea eso. El otro factor es que yo soy gallego, y sabemos... También tuve la suerte de trabajar años en la sección Solo show en arteBA cuando la dirigía Julia Converti. Gracias a los Matching funds, del programa de arteBA, pudimos comprar obra. Todos los años en que dirigí el CA2M fuimos a la feria. –Vas a llevar tu interés por las estéticas queer al programa del Reina Sofía?

–Sí; ya en tesis de licenciatu­ra en su día, escogí ese momento extraño de finales del siglo XIX cuando la modernidad apenas estaba formulándo­se. Antes de que ésta emergiera, la crítica ya estaba señales de ese proceso. O sea, antes de que haya un bloque moderno absolutame­nte acabado, ya estaban a la vista las costuras. Ese algo nuevo todavía sin definición, en el que las cosas no están tan claras, es consustanc­ial al proyecto moderno de entonces, y es consustanc­ial al proyecto postmodern­o que supone la contempora­neidad. Entonces, en cierto modo, esa genealogía de unos cuerpos diferentes, que lleva años de existencia, está en la base de un tipo de ciudadanía distinta. Es una cuestión pero casi civilizato­ria, pues pertenece a la historia de la democracia. A veces olvidamos que las mayorías son una suma de minorías. Precisamen­te el mantener esa complejida­d de las minorías es lo que hace a una sociedad amable e interesant­e. –Es un reto barajar “un nuevo tipo de ciudadanía” pensando en los públicos de un espacio como este, adonde acuden decenas de miles de turistas solo a ver el Guernica.

–Pero debemos repensarlo sobre todo los museos de arte contemporá­neo –los macro museos, como el que dirijo yo ahora–. Sé que el turismo entra simplement­e a ver el cuadro de Picasso... Justamente queremos que no se queden con eso, sino que se empapen de otras cosas. El museo literalmen­te debe tener como objetivo preservar la complejida­d. Estamos en un mundo que no para de creerse simple, quiere vendernos una simpleza que realmente no existe, no es la realidad ni la forma en la que vivimos. –Ciertos países, como Italia, hoy encaran cómo limitar el acceso del turismo masivo a los museos. España, todo lo contrario. ¿Ese turismo aceptará un programa de signo vanguardis­ta? –Hace poco fui a los Museos Vaticanos y escapé a los 5 minutos; allí no había cómo ver nada. El Reina todavía no está en ese punto de crisis; aunque me da una enorme alegría ver colas desde mi despacho, no son tan largas. Es una felicidad ver qué tanta gente desea entrar en un museo. El Guernica, por ejemplo, tiene una fluidez continua de públicos, con un aforo máximo de 70 personas a la vez. Nunca hay una cola que interrumpa el paso al resto del museo. Tanto nosotros como el Museo del Prado tenemos sitios enormes, con cabida a mucha gente. En cuanto al programa, es importantí­simo recuperar nociones utópicas de los años 90, como la idea de que los museos son lugares donde perder el tiempo. El Museo no es un objetivo concreto. “Mira el Guernica, hazte la foto, ahora dirígete al Prado, a Las Meninas”: parece una pantalla de videogame. Perder el tiempo en el museo es valioso, todo lo contrario a la vida cotidiana. Salimos del tiempo productivi­sta, que en efecto es lo que a veces te pide el turismo. Si conseguimo­s que la gente pase el tiempo en lugares amables y diferentes a la experienci­a cotidiana del mundo será fundamenta­l. Tenemos en el equipo de educación a una chica neurodiver­gente; ella sostiene que “los museos desgraciad­amente no son para sentarse” (como crítica, claro). ¡Tiene razón! Imagínate unos bancos realmente agradables, te sientas a mirar un QR y decides qué ver. – Volviendo a la era de los tomatazos, han sorteado bien las protestas.

–Solemos tenerlas protestas en solidarida­d con Palestina ante el Guernica; llegan con sus banderas verdes pero todo vienes siendo respetuoso. Es una de las pinturas políticas más importante­s del siglo XX, de manera que la protesta es parte del código de este Museo, está en su matriz. En febrero Greenpeace hizo una acción en la torre del ascensor; treparon dos escaladore­s. La gente puede manifestar­se mientras sea sin exa

bruptos. El anterior director, Manuel Borja -Villel, trabajó mucho en incorporar los activismos a la matriz del Museo, aunque no en lo expositivo. Nos esforzamos en crear un entorno de compatibil­idad de los cuerpos ciudadanos con el espacio, y vamos a profundiza­rlo. A otros museos más convencion­ales no les resulta tan sencillo por no estar tan vinculados a lo contemporá­neo. –¿Cuál es la diferencia con el Prado; también tiene arte político, Goya, el primero.

–Sí pero el Prado es un museo hecho para un solo órgano del cuerpo, los ojos. La visión es el órgano intelectua­l por excelencia; la visión no huele mal ni toca viscosidad­es… Siempre miramos a distancia; es el sentido más distante, más frío y analítico. El museo tradiciona­l, quiero decir no contemporá­neo, está hecho para una mirada blanca, de clase media, si no alta... y masculino. Ese régimen escópico lo limita. Todos los sentidos que te reclaman el Museo creo que eso es muy importante y también lo cambia todo.

–Estás alineado con las nuevas subjetivid­ades; tu ideario y gusto se atiene a las libertades de género y la agenda política progresist­a. Pero el presente a menudo crea confusione­s; otras veces nos estafa. ¿Pegarse tanto a la agenda colectiva no entraña el riesgo de los tópicos? –Pero nunca te equivocas cuando miras a esos artistas menores que de repente acaban siendo fundamenta­les. Estudié historia del arte en Santiago de Compostela y allí es importantí­simo el arte medieval. Cuando analizas la Catedral, estudias muchísimo los experiment­os menores del románico rural. Y es en los canecillos exteriores de una iglesia, las pequeñas cornisas de la parte exterior, y no en las grandes estatuas, donde se producen los cambios radicales de un estilo. Los portales y otros puntos centrales siempre era más conservado­res, de una transforma­ción más lenta. Por eso, para que el presente no nos decepcione, no hay que concentrar­se en los fuertes de las coleccione­s sino en las obras que no se muestran. Cuando miras lo que no está gastado, pues por algún motivo nunca se miró, siempre hay un hallazgo. En tu atención pormenoriz­ada a lo que no está en el centro –es una enseñanza del siglo XIX–, el detalle marginal te revela el germen futuro. –¿Qué lección te dejó el museo público? –Primero, cómo crear y administra­r una institució­n gratuita; no es el caso del Reina Sofía, pese a las dos horas gratis al día. Es importante distinguir­lo. La lección crucial fue advertir que los usos del museo no tienen por qué ser los que ideamos sus funcionari­os. Cuando relajas el nivel de institucio­nalidad, es decir cuando los protocolos pierden su dureza, aunque existan y estén allí bajo otra modalidad, el público se adueña con libertad. –Tuvimos en Buenos Aires una experienci­a algo fallida con el Centro Cultural Recoleta, reorientad­o a los jóvenes. Fue frustrante, el público juvenil se aparcaba en los sofás por el wifi gratis y se lo pasaba con videogames. Ahora vuelve a su anterior destino.

–Por eso te hablaba de lo fuerte que debe ser la institucio­nalidad. Es muy complejo. En el CA2M teníamos unos genios en el equipo de educación que, conforme entraba el público, actuaban como los flautistas de Hamelin. Empezamos a generar fuerzas para vincular el público a los objetos. Fue un aprendizaj­e fantástico y estoy deseando aplicar esa filosofía con esta nueva escala. Tenemos un espacio maravillos­o, el jardín; es un espacio abierto y libre que la gente emplea como plaza. Pero también estamos probando otras actividade­s. Teníamos una fiesta cubana en el jardín; pero ante el pronóstico de tormenta, la pasamos a una de las salas grandes, que está vacía. Pero festejar y bailar en esos pisos de mármol... Tendremos que repintarla. Bueno, son lujos que podremos ofrecer.

 ?? ?? Junio de 2022, tras la invasión a Ucrania: manifestan­tes contra la cumbre de la OTAN, ante el Guernica.
Junio de 2022, tras la invasión a Ucrania: manifestan­tes contra la cumbre de la OTAN, ante el Guernica.
 ?? ?? Enero de 2024: protesta de Greenpeace por el cese de fuego en Palestina, en la torre de ascensores.
Enero de 2024: protesta de Greenpeace por el cese de fuego en Palestina, en la torre de ascensores.
 ?? ?? Paseo avizor en ARCOmadrid. El director Segade visitó la gran feria de arte española, en la que participar­on 10 galerías argentinas.
Paseo avizor en ARCOmadrid. El director Segade visitó la gran feria de arte española, en la que participar­on 10 galerías argentinas.

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