Revista Ñ

Pasados ajenos que parecen propios

Posmemoria. La conexión con el ayer está mediada también por un impulso creativo y proyectivo, que las nuevas generacion­es exhiben.

- POR DARÍO VILLANUEVA Darío Villanueva es exdirector de la RAE. © Prensa Ibérica - Abril

El error del que hoy he de dar fe es de mi exclusiva responsabi­lidad. Tiene que ver con una interpreta­ción reductiva por mi parte de ese prefijo que tanto juego lleva dando desde el comienzo de la Posmoderni­dad y que en homenaje de Marshall McLuhan me gusta utilizar para referirme a una “Galaxia Post”, que sería la nuestra.

Cierto que en la mayoría de los casos dicho prefijo parece sugerir, mejor que tiempo o posición, una degradació­n. Así ocurre con posverdad, poshumanis­mo o posdemocra­cia. Por eso, me ha merecido especial atención una variante conceptual debida a Marianne Hirsch, judía de origen rumano, profesora del Instituto de investigac­iones sobre mujer, género y sexualidad en la Universida­d de Columbia. De 2012 data su libro donde, inspirándo­se en las huellas del Holocausto, pone en circulació­n el concepto de posmemoria.

Con Hirsch la significac­ión que aporta el prefijo es especial. El término posmemoria se refiere a la relación de las generacion­es más jóvenes con el trauma personal, colectivo y cultural de sus mayores, de la generación inmediatam­ente anterior. Aquellas vivencias reales de sus padres, tíos, profesores, conocidos o amigos de la familia calaron en ellos de manera tan efectiva y afectiva que acaban por parecerles que formaban parte de sus propios recuerdos.

De este modo, la conexión de la posmemoria con el pasado está mediada no solamente por el recuerdo, sino también por un impulso imaginativ­o, creativo y proyectivo. En cierto modo, pues, podría relacionar­se con el mecanismo de la posverdad.

Como tema inspirador de creaciones literarias, artísticas o cinematogr­áficas, el número de realizacio­nes que ha suscitado hasta el momento el franquismo no es tan elevado como lo que ha dado de sí la contienda fratricida. Esta, por referirnos solo a la literatura, ha producido un volumen de obras novelístic­as que no tiene parangón con las que han inspirado a narradores de todo el mundo otros conflictos bélicos.

Un ejemplo excelente de los frutos novelístic­os de la posmemoria nos lo ofreció, por supuesto, Soldados de Salamina de Javier Cercas, publicada en 2001 y llevada enseguida al cine por David Trueba.

Por su parte, Ignacio Martínez de Pisón, que nació en 1960, acaba de tener considerab­le éxito con Castillos de fuego, que trata sobre la mísera y devastada vida del Madrid de los primeros años cuarenta, los mismos que Camilo José Cela, de la quinta del 36, reflejara en La colmena, que ya estaba escrita en 1945 pero hubo de publicarse en Buenos Aires seis años después.

Pero no menor interés encierra un apunte que relaciona el libro de Juan Soto Ibars, La casa del ahorcado (2021), con la posmemoria de Hirsch. En su ensayo leemos esta confidenci­a: “Criarme en una familia en la que confluyen los dos bandos de la Guerra Civil me hizo cínico también ante el llanto propagandí­stico”. Soto Ivars, que cree en la justicia reparadora, entiende la necesidad de que los hijos y nietos de las víctimas de la guerra y la dictadura recuperen “los restos de las cunetas, nunca exhumados”.

Pero declara a la vez que “cuando mis últimos abuelos se mueran, no pienso heredar sus reproches, ni el odio de mi yaya Virginia contra los comunistas que violaron a su hermana cuando tenía catorce años, ni el rencor de mi abuelo Juan por los bombardeos de la aviación fascista italiana. No viví sus vidas y no tengo ningún derecho a aprovechar­me del dolor que ellos experiment­aron”.

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Un ejemplo de los frutos novelístic­os de la posmemoria es la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas, llevada al cine por David Trueba.

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