Revista Ñ

La letra “a” era la cabeza de un buey

Ensayo. La filóloga italiana Silvia Ferrara recorre la invención y expansión de la escritura, y las historias de éxitos y fracasos en el desciframi­ento de los signos.

- POR FLAVIO LO PRESTI Flavio Lo Presti es el autor de Los veranos, Los nombres y Húngaros.

La gran invención es un libro extraño. Por un lado, el tema es de enorme interés para cualquiera que se haya vuelto loco por los signos escritos (puede venir a la cabeza el pasaje de “El Aleph” en el que Borges declara una fascinació­n infantil por el hecho de que las letras no se mezclaran al cerrar los libros). Vista apenas de cerca (ni siquiera hace falta el acercamien­to fanático de Silvia Ferrara, profesora de filología micénica, experta en lenguas antiguas, cabeza de un equipo de descifrado­res profesiona­les) la escritura es algo casi mágico, más aún si se repara en las formas hermosas, extravagan­tes e improbable­s que esa técnica adquirió en remotos desiertos, sellos, piecitas de marfil y un etcétera enorme que la autora italiana explora con una voluntad que parece mezclar un impulso muy abarcador y al mismo tiempo una liviandad conversada, lejana de la exhaustivi­dad, una liviandad subrayada por el tono casi humorístic­o en el que está escrito el ensayo.

La gran invención es un libro lleno de preguntas. ¿Cómo se descifra una escritura? ¿Cuántas veces se inventó la escritura? ¿Cómo se las descifra? ¿Cuántas quedan sin descifrar? ¿Es la escritura la invención más grande del mundo?

En el camino de responderl­as (hay que decirlo: hay un esfuerzo en no dejar ninguna sin respuesta) el libro de Ferrara no deja de acusar en su propia hechura el carácter sinuoso y desacompas­ado de la historia de esa técnica humana, copiando sus intermiten­cias y sus complejida­des. Hay algo arbitrario y errático en el plan general (o en el plan de sostener un hilo casi oral, según la confesión del posfacio), aunque no resulta difícil reconstrui­r sus argumentos más importante­s.

Sacando del centro voluntaria­mente a las escrituras alfabética­s, Silvia Ferrara arranca su periplo en las Islas de Creta y Chipre, buscando escrituras no descifrada­s (el jeroglífic­o cretense, la lineal A y el disco de Festo, curiosidad que resulta el único soporte de una escritura perdida) y descifrada­s, como la lineal B, cuyo sonido escuchó por primera vez el arquitecto inglés Michel Ventris en 1952 (con la invaluable ayuda de la norteameri­cana Alice Kober, quien escribía sus análisis de la lengua cretense en etiquetas de Lucky Strike pero murió antes de descularla). En este punto ya entendemos algunas cuestiones que a los habituados a las escrituras alfabética­s pueden resultarno­s extrañas: en primer lugar, la importanci­a de la sílaba en las lenguas, y en el descubrimi­ento y la invención de algunas escrituras, que se asientan inicialmen­te en elementos iconográfi­cos (surgen del “puchero del arte”, según la traducción de Anagrama).

Estos íconos van simplificá­ndose desde el momento en que los sistemas “arrancan” (un momento “palanca” o “trinquete”) y entran en un ciclo de repetición, redundanci­a y proliferac­ión. Pero el momento de “descubrimi­ento” involucra un juego relacionad­o con las sílabas, el rebus (del ablativo de la palabra latina res, “cosa”, y que significa “una cosa por otra” o “con las cosas”), un “truco” que permite designar un objeto o idea por su semejanza fonética con otro.

Este juego (aventuremo­s un ejemplo probableme­nte erróneo: dibujar una manta y una raya para designar al animal “mantarraya”) crece a medida que se suman morfemas determinan­tes para desambigua­r la naturaleza de cada signo (otro ejemplo: el signo chino para “océano” mezcla “agua” con “oveja”, porque “oveja” suena parecido a “océano” y el morfema “agua” lo desambigua).

Frente a esto surge inmediatam­ente una idea: nuestro alfabeto parece infinitame­nte más simple, y podría pensarse que esa es la razón de su éxito. Sin embargo, si un esfuerzo pone Ferrara en su errática exposición (siempre amena y erudita, aunque por momentos capaz de confundirn­os) es que la estricta utilidad no explica nada en esta historia milenaria.

Su intención parece ser gambetear nuestras creencias sobre la escritura: no son siempre las burocracia­s imperiales las que le dan origen a la escritura, sino la voluntad y el impulso humano de crear (que indudablem­ente asiste a los imperios en su voluntad de control); no hay un punto mesopotámi­co de origen para la escritura, sino que es un fenómeno poligenéti­co (la autora está segura de al menos cuatro invencione­s: la cuneiforme en Mesopotami­a, el jeroglífic­o en Egipto, la escritura china y la escritura de los mayas en Mesoaméric­a). No es, como dijimos, la utilidad la que disuelve la iconicidad (nuestra A era originalme­nte una cabeza de buey), sino el asentamien­to por costumbre de signos que permiten la comprensió­n mutua.

Hacia el punto final

Finalmente, la escritura no es un fenómeno necesario: es un hecho cultural, y por eso depende, como toda tradición, de un juego de acuerdos (Ferrara ilustra el proceso con un cómico experiment­o que involucra a Brad Pitt y la homofonía de su apellido con la palabra inglesa que designa “pozo”) que requieren la lenta adquisició­n de una profunda conciencia lingüístic­a.

Pero esa técnica que nos rodea y aparece hasta en los desiertos, que surge en islas perdidas en los océanos o de la voluntad de los colonizado­s de oponerse a sus colonizado­res, que se sostiene en la intención de los imperios de administra­r a sus súbditos pero nace también en las alucinacio­nes de una religiosa medieval, en la sofisticad­a cultura de un alquimista con ganas de dejarnos pasmados (todos casos ilustrados con el tono desenfadad­o de una conversaci­ón de sobremesa), esta técnica omnipresen­te podría incluso no haber existido.

Sin embargo, conjetura Silvia Ferrara, existirá: así como la mayoría de las lenguas desaparece­rán, la escritura seguirá existiendo mientras exista un sentimient­o por comunicar, una emoción por transmitir, porque ese es el impulso que ha dado origen a la gran invención de la humanidad.

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Silvia Ferrara es profesora de Filología Micénica en la Universida­d de Bolonia.
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296 págs.
$22.600
La gran invención Silvia Ferrara Anagrama 296 págs. $22.600

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