Revista Ñ

MONUMENTO EFÍMERO DE UNA DIÁSPORA

En Tribeca, Nueva York. Un espacio no comercial exhibe las obras de tres artistas venezolano­s que tematizan la migración. “Lo que recordamos se convierte en símbolo”, dicen.

- POR JUAN A. RAMÍREZ

El año pasado, el Museo Guggenheim organizó una importante exposición de las obras de Gego, o Gertrud Goldschmid­t, una artista nacida en Alemania que huyó a Venezuela cuando los nazis tomaron el poder. Viviendo allí hasta su muerte en 1994, la artista prosperó y creó lo que el crítico de arte Holland Cotter, llamó “algunas de las esculturas más radicalmen­te hermosas de la segunda mitad del siglo XX”.

En la galería sin fines de lucro Apexart de Tribeca, la exposición Build what we hate. Destroy what we love (Construir lo que odiamos. Destruir lo que amamos), presagia el surgimient­o de una cultura de la diáspora inversa que fluye desde el país sudamerica­no.

Los tres artistas que presentan obras, junto con la curadora Fabiola R. Delgado, pertenecen a los casi 8 millones de refugiados, migrantes y solicitant­es de asilo venezolano­s que han abandonado ese país en la última década, según la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados.

Las 16 piezas conforman lo que R. Delgado llama “objetos de recuerdos encarnados”: textiles hechos con ropa recolectad­a entre venezolano­s desplazado­s; una videoinsta­lación de fotografía­s familiares empacadas apresurada­mente antes de huir del país; un mapa anónimo de rutas migratoria­s , recogido en la vecina Colombia.

“Hay muchos artistas en todo el mundo que hacen arte relacionad­o con la migración, pero no existe una categoría de arte migrante”, dijo R. Delgado. “Estos tres artistas están desarrolla­ndo nuevos lenguajes para hablar de este fenómeno; no muestran caras ni tienen un enfoque sensaciona­lista sobre el trauma”. R. Delgado, ex abogada de derechos humanos que vive en Washington, D.C., desde 2014, dijo que proteger “la integridad y la dignidad” de los migrantes es importante para la muestra.

“Quería obras que fueran sensibles, que no abusaran de la personalid­ad de nadie ni mostraran nada que pudiera poner en peligro la seguridad de alguien, sin ocultar las realidades del abandono y el dolor”, añadió.

Esto se hace más evidente en tres fotografía­s de Ronald Pizzoferra­to. Los retratos fueron tomados en Colombia y muestran a refugiados cubriéndos­e la cara con elementos llevados en su viaje; un colchón delgado o una campera con los colores de la bandera venezolana.

Aunque reside en Suiza desde 2013, Pizzoferra­to regresa periódicam­ente a Venezuela y sus países vecinos para documentar la vida de los refugiados en distintas etapas de desplazami­ento. Abre la exposición un video de cuatro minutos que grabó mientras seguía a los migrantes en su viaje a través del Tapón del Darién, un peligroso puente terrestre entre Colombia y Panamá utilizado para llegar a Estados Unidos a pie.

“Creo que a través de la migración finalmente se está construyen­do una narrativa de los artistas venezolano­s que se comprende tanto dentro como fuera del país”, dijo en un café cercano a la galería. “Hay una reflexión más global y ahora, cuando creo, lo hago desde esa doble comprensió­n. Hay algo especial que surge de todo esto”.

Su observació­n se hace eco de la decisión de R. Delgado de titular la exposición en referencia a un efecto de la doble conciencia de los migrantes: preservar el recuerdo de un lugar al abandonarl­o. Es un tema también presente en las obras de Juan Diego Pérez la Cruz, que relacionó versos de distintos himnos estaduales venezolano­s en collages líricos, en busca de un espíritu nacional. Sus collages surgieron del deseo de explicarse lo que le pasó al país.

“Quedó claro que las dos cosas que nos identifica­n son la naturaleza y la violencia”, dijo en una entrevista en video. “Estos temas ahora figuran directamen­te en nuevas

historias de migrantes, como las de quienes cruzan el Darién”.

Pérez la Cruz salió de Venezuela por primera vez en 2017, luego de un violento enfrentami­ento entre manifestan­tes y la guardia nacional en la universida­d donde enseñaba arquitectu­ra. Después de un breve regreso, durante el cual pudo recuperar fotografía­s antiguas, algunas de las cuales aparecen en una instalació­n de video, se trasladó a Minnesota en 2019.

“Cuando tenía 12 o 13 años, salía con mi pequeña cámara de cine y mis amigos siempre se molestaban un poco porque lo que salía era aquello que nos quedaba”, dijo. “Es bueno haber tomado esas imágenes, porque todos estamos en países distintos. Eso es lo que nos mantiene unidos”.

La tercera artista de la muestra, Cassandra Mayela, que teje ropa recolectad­a entre inmigrante­s venezolano­s, dijo que su práctica “ofrece a las personas la oportunida­d de volver a ser parte de algo, de regresar a una comunidad, aunque sea metafórica­mente”. Comenzó su proyecto en 2021, cuando alguien le regaló el uniforme de su primer trabajo “en blanco” en los Estados Unidos, que luego ella cortó para usarlo en una pieza más grande. Pero mientras continuaba contando las historias de los migrantes a través de la ropa donada, la catarsis y el trauma se volvieron demasiado difíciles de soportar, y Mayela detuvo el proyecto en 2023. Luego vino lo que ella llamó “el puñetazo en el estómago”.

Aparece en la exposición como “La carga”, una pieza reconstrui­da a partir de una mochila que le regaló una amiga durante una visita a Venezuela el año anterior. La bolsa se rompió cuando Mayela regresó a Brooklyn, donde vive desde 2014. La mochila con los colores de la bandera venezolana había sido distribuid­a a través de un programa de asistencia gubernamen­tal que luego fue criticado como un acto de corrupción.

“Una vez que comenzó la crisis, la veías en los inmigrante­s, no en los estudiante­s”, dijo sobre la mochila. “Se convirtió en un símbolo de la migración. Todas estas cosas que recordamos se convierten en símbolos”.

“He entrevista­do a unas 250 personas, que no representa­n ni el 1% de los millones que se han ido”, continuó. “La cosa se vuelve pesada. La mochila rota era la señal que necesitaba de que esto era concreto, no nostalgia”.

Sus piezas textiles, algunas de las cuales miden hasta cuatro metros y que a menudo se exhiben junto con recortes de entrevista­s, han atraído atención internacio­nal.

En diciembre, el Times informó que los venezolano­s habían llegado a ser uno de los grupos de inmigrante­s de más rápido crecimient­o en Nueva York, y el de más rápido crecimient­o en el país en los últimos cinco años.

R. Delgado cree que esto probableme­nte lleve a un auge del arte de la diáspora venezolana. “Con estas cifras, segurament­e habrá un movimiento orgánico”, señaló. “Probableme­nte se vea muy urbano, porque la mayoría de las personas que llegan aquí traen consigo prácticas como el graffiti o la fotografía callejera”. Como en Queens se está formando un barrio de la “Pequeña Caracas”, R. Delgado cree que la exposición se inauguró en el momento apropiado.

“Para aquellos que no están familiariz­ados con nuestra situación, quiero que sea un punto de entrada y un momento de solidarida­d internacio­nal”, dijo. “Y para nosotros, quiero que sea un momento de memoria y conmemorac­ión. Aún no tenemos un museo del migrante venezolano. Este es un monumento efímero a su transitori­edad, para hacerles saber que son vistos y recordados”.

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Escena de “El tiempo que ha pasado” (2023), video de de Ronald Pizzoferra­to en el Tapón de Darién. (arriba)
 ?? VICTOR LLORENTE / THE NEW YORK TIMES ?? En Apexart, dos obras de Cassandra Mayela. Al fondo, una foto digital de Ronald Pizzoferra­to.
VICTOR LLORENTE / THE NEW YORK TIMES En Apexart, dos obras de Cassandra Mayela. Al fondo, una foto digital de Ronald Pizzoferra­to.
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“Lagunas Mentales” (2023), de Juan Diego Pérez la Cruz. Una videoinsta­lación con fotos familiares.
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La curadora Fabiola R. Delgado con los artistas Juan Diego Pérez la Cruz y Cassandra Mayela. (der.)

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