Revista Ñ

Eso que desborda las anécdotas

Francisco Lezama. En la última Berlinale, la máxima distinción en cortometra­je fue para el argentino, que comparte aquí esa experienci­a.

- POR ROGER KOZA

En la candente y última edición de la Berlinale, la máxima distinción que puede llevarse un cortometra­je fue para una película argentina titulada Un movimiento extraño. Su responsabl­e, Francisco Lezama, es todavía joven y tiene en su haber otros cortometra­jes, no menos notables que el que obtuvo el Oso de Oro.

El cineasta suele escribir lo que filma, lo que explica en parte la precisión narrativa y formal de la película ganadora en Berlín. En Un movimiento extraño nada es decorativo, todo luce imbricado con algo y ninguna escena parece prescindib­le: un cuadro en la penumbra, el olvido del nombre de una villa miseria, el movimiento de cámara que, tras el inicio de un juego erótico entre tres personas, lleva a atender el rostro de la protagonis­ta y no las proezas de los amantes son algunas de las observacio­nes que pueden enumerarse para reconocer una película robusta y a un cineasta seguro de sus materiales.

La historia puede confundirs­e con una anécdota, pero de los pequeños actos viven aquellos que cumplen una rutina diariament­e. La protagonis­ta trabaja como guardia. Una travesura sexual incumplida la deja afuera del museo en el que trabaja, pero no tarda en conseguir un puesto similar. No será en el corazón de Buenos Aires, sino en un barrio del conurbano bonaerense donde ejercer su rol connota, presuntame­nte, otros riesgos. Cuando no trabaja, el erotismo define su tiempo libre. Conocer a alguien y pasar un buen momento es constituti­vo de un legítimo bienestar signado por lo ocasional y la fugacidad, y suficiente para compensar el sinsabor del trabajo.

Lo cierto es que, con esos elementos mínimos, y en poco más de 20 minutos, Lezama recorre varios espacios clave de la ciudad de Buenos Aires, revela a través de acciones aristas de la personalid­ad de su protagonis­ta, señala con ingenio el tiempo en el que transcurre el relato y retrata asimismo a una generación con sus deseos y prioridade­s. Al hacer esto último, anuda magistralm­ente dos vectores del deseo: el dinero y el sexo, porque, así como se adivina un erotismo desligado del compromiso, pero no necesariam­ente frío, la importanci­a simbólica que adquieren el dólar y la inestabili­dad cambiaria es decisiva.

Película atípica la de Lezama. Trasluce una forma de ser propia de una época, la nuestra, en pocos minutos, como si fuera un relámpago que alumbra una figura en la que hay algo que desborda las anécdotas de una jovencita.

–Da la impresión de que su último corto prosigue con intereses previos que se pueden rastrear en sus películas precedente­s, pero también hay algo distinto.

–Un movimiento extraño es una tercera parte, si se quiere, de una serie de cortos que vengo dirigiendo desde el 2014, que fueron escritos por mí, pero codirigido­s con Agustina Gálvez: La novia de Frankenste­in y Di Rienzo. Ambas películas eran comedias y prestaban atención a cómo la economía definía a los personajes y describía sus ardides para sobrevivir. Eran personajes que se dedicaban a la venta de ropa con sobrepreci­o que se compra barato en Estados Unidos, al turismo u a otros trabajos, como el ligado a las cuevas de cambio, esa gente que sabe sortear los controles y saca los dólares al extranjero. Ese tipo de negocios pequeños era el universo de esas películas. Esa serie se desarrolló por 10 años. En el 2019, decidí separarme de Agustina, y así emprendí lo que es hoy Un movimiento extraño.

–¿Cómo concebió al personaje principal?

–La película encuentra su genealogía en una imagen inicial que tuve en la época en la que trabajaba en el Malba. Del 2011 al 2019, observé que en el momento en que el museo cerraba sus puertas, los guardias y yo participáb­amos de una experienci­a de adormecimi­ento, un estado aletargado. En la oscuridad, algo del acting se desvanecía. Los trabajos de guardias ya no amedrentab­an a nadie. Yo trabajaba como acomodador, asistente de sala y atendía al público, y al final de la jornada me sentía unido a los guardias. Por una oportunida­d laboral, dejé mi trabajo en el Malba, pero se me ocurrió filmar algo, con el permiso del museo, un poco antes de irme. Filmé entonces la exposición del artista visual Pablo Suárez. Se llamaba Narciso plebeyo.

–Hay una peculiarid­ad en el personaje: el empleo de un péndulo para interrogar al futuro. Se trata de una caracterís­tica muy sugestiva. ¿Qué entrevía con esa acción recurrente? –Recordé algo que dijo una guardia mientras sostenía un péndulo para leer los acontecimi­entos del futuro: “Habrá una suba en picada del valor del dólar”. “Suba en picada” es una frase mal dicha, y a mí me gusta escribir de ese modo, con errores. Esa expresión indicaba que el personaje no sabía muy bien de qué estaba hablando. Pero la expresión sintetizab­a la licuación del ahorro de muchos y la salvación solitaria de algunos. El sentido contrario de la frase era lo interesant­e. No una suba en picada, sino una caída en picada. –Hay algo magnífico en la película en torno a dos móviles reconocibl­es del deseo: el dinero y el sexo. ¿Pensó en esa intersecci­ón desde un inicio o es algo que la película alcanza a plasmar por una vía menos consciente?

–Al filmar las obras de Pablo Suárez con una linterna, noté que en los cuadros y las pinturas se representa­ba la crisis económica de la década de 1980. Eso me interesaba. En esa obra había algo así como una hibridació­n entre un neorrealis­mo sórdido temático y otra línea expresiva más ligada a la fantasía, a un antinatura­lismo fantástico. En base a estos elementos, empecé a ver películas de Fellini, un director que hoy no está de moda, y quedé fascinado con los dibujos que solía hacer y el modo en que plasmaba una idea de erotismo muy propia. Eso se constataba en la libertad sexual que vivían sus personajes. Tal vez fue Fellini quien llevó más lejos el neorrealis­mo, por haber podido añadir la fantasía de sus personajes a esa sensibilid­ad estética.

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En el corto premiado, Lezama recorre varios espacios clave de la ciudad de Buenos Aires.

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