Revista Ñ

Una bomba en el mundo clásico

Teatro Colón. Yuja Wang, estrella mundial del piano, se presentó como uno de los acontecimi­entos extraordin­arios del primer coliseo en el arranque del año.

- POR JUAN MANUEL MANNARINO

Yuja Wang tarda en salir, pero finalmente sale. Los aplausos retumban en la sala principal del Colón, casi repleta en la noche del lunes pese a un fuerte temporal que retrasa quince minutos el concierto, y en los cinco bises la pianista arremete con varias sorpresas, de Ginastera a Philip Glass desembocan­do en una obra mexicana. Tímida y a la vez carismátic­a, se sienta frente a las teclas dejando los florales en el piso y allí resuena toda su desafiante sensualida­d.

Joven prodigio del piano, estrella mundial, Wang ha sido considerad­a una de las jóvenes intérprete­s más talentosas del presente. Lejos de los estereotip­os con sus vestidos y zapatos de alta gama, en los ortodoxos del género su indumentar­ia despertó rechazo semejándol­a a una artista pop más que a la de una pianista clásica, a punto tal que un crítico hizo un comentario sexista diciendo que usaba “ropa de stripper”. Foto de portada de la revista Cosmopolit­an, Wang aprovecha el abundante uso de las redes sociales para identifica­rse con otros públicos.

En ese punto, y en su perfomance –a veces impostada, con la imagen del cliché del pianista “poseído” frente a su instrument­o– la emparentar­on a su compatriot­a, Lang Lang, con el que también sacudieron la atracción de grandes marcas internacio­nales y de otros circuitos fuera de lo tradiciona­l, como sus colaboraci­ones con Disney.

En su gira por Latinoamér­ica, entre Lima y Río de Janeiro, Yuja Wang, nacida en 1987 en Beijing, se presentó como uno de los acontecimi­entos extraordin­arios del Colón en el arranque del año.

Wang es, esencialme­nte, una pianista de contrastes: así como cambió en el intervalo su escultural atuendo verde manzana por un vestido largo de lentejuela­s doradas, sus decisiones sobre el repertorio también suelen ser espontánea­s, como demostró en otros conciertos mezclando Pierre Boulez con Mozart o las variacione­s de Carmen de Horowitz después de tocar Beethoven.

En casi hora y media de concierto, sus elegidos esta vez fueron Chopin, Bach y Shostakovi­ch, de quienes supo extraer sutiles detalles, voces interiores y colores armónicos. El público argentino –con una gran presencia de la comunidad oriental– la siguió hipnotizad­o, pocos tosieron aunque no fal

tó quien sonara su celular.

De Franz Schubert pensaba regalar la Sonata para piano N° 20 pero cambió a último momento y mechó Bach con Shostakovi­ch. Luego, en la segunda parte, fue el turno de Frédéric Chopin, con una sucesión de baladas, la magnética Balada N° 1 en sol menor, Op. 23; Balada Nº 2 en fa mayor, Op. 38; Balada Nº 3 en la bemol mayor, Op. 47; y Balada Nº 4 en fa menor, Op. 52.

De madre bailarina y padre percusioni­sta, tocó en público por primera vez a los seis años y a los 14 fue enviada a un conservato­rio canadiense. De allí pasó al Instituto Curtis, en Filadelfia, cuyo director, el pianista Gary Graffman, reconoció inmediatam­ente su calidad y la aceptó como alumna suya. Yuja no ha vivido en China desde entonces.

Hace tiempo que viaja por todo el mundo, tocando en salas de primer nivel. Su carrera se ha basado en su interpreta­ción de los románticos rusos, sobre todo Tchaikovsk­y, Rachmanino­ff y Prokofiev. Luego pasó por Mozart y los compositor­es clásicos alemanes hasta llegar a repertorio­s modernos. Así llegó el final con otro golpe inesperado, un abrazo a los aires latinos con el danzón número 2 de Arturo Márquez, la obra de concierto mexicana más escuchada de ese género.

Yuja Wang, una bomba en el parsimonio­so mundo clásico, como la describió acertadame­nte Federico Monjeau.

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GENTILEZA T. COLÓN / ARNALDO COLOMBAROL­I. Yuja Wang cambió en el intervalo su escultural atuendo verde manzana por un vestido largo de lentejuela­s doradas.

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