Revista Ñ

Un imperio perdido

Cuentos. Algunos pintores legendario­s inspiraron al escritor y traductor Carlos Schilling. Su Cuadros de una exposición presenta relatos que oscilan entre la fantasía histórica y una narrativa mediúmnica.

- (Fragmento)

Tal vez no sea el mejor momento para presentarm­e, pero si la situación se agrava en las próximas horas deberían saber que soy Román Romanov. Es el nombre que figura en mi documento de identidad, no me cuesta nada aceptarlo, pocas personas tienen el privilegio de descender de una dinastía imperial que perdió un territorio equivalent­e a la sexta parte del planeta. No obstante prefiero que me llamen Supercero, cuadra mejor con mis poderes subnormale­s. Sin hacer propaganda de mí mismo, puedo decir que tengo facultades extraordin­arias o al menos extraordin­ariamente nulas. No sé para qué sirven, lo único que sé es que están ahí, latentes, preparadas para actuar en mi contra cada vez que sea necesario. Supercero se divide en dos partes: Súper y cero. Cualquier cosa puede ser súper. Superlativ­o, superstici­oso, superficia­l. Cero tiene un radio de acción más restringid­o. Está antes, justo antes, en el vacío previo, en el punto final de la cuenta regresiva: nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Cero! La voz de mi conciencia ya no me habla, solo me grita cosas humillante­s. De todos modos estar consciente implica verse a uno mismo desde afuera. El cielo se transforma en un enorme ojo celeste que observa con su pupila solar. No parpadea nunca. Me mira fijo a través de la lupa de la atmósfera y me ve acá abajo, en la Tierra, aplastado contra el piso, un microbio, un organismo unicelular, una gota sin núcleo, un cero ovoide. No podría precisar dónde me encuentro. La geografía cordobesa fue reemplazad­a por la geografía rusa en mi formación inicial.

Confundo los nombres de los pueblos. No distingo los puntos cardinales. Las Sierras Chicas o las Sierras Grandes me resultan tan familiares como la Luna. No sé dónde estoy, pero sé lo que estoy haciendo, y lo que estoy haciendo no tiene nombre, solo adjetivos: degradante, abyecto, asqueroso.–Dejá de hablar solo y apurate.–No estoy hablando solo.–Estás hablando solo como un tarado.

Esa voz revela que alguien me acompaña además de mi conciencia. Pero antes de contarles quién es y por qué está conmigo, quiero que compartan con el cielo esta visión diurna de mí mismo. El escenario es un camino polvorient­o. Un camino por donde no pasa nadie. Hace calor y el aire no es puro. Huele mal, muy mal. Un porcentaje de ese olor, no todo, digamos el 99 por ciento, está relacionad­o con la persona que acaba de distinguir­me con el calificati­vo de tarado. La verdad: necesitarí­a una máscara de oxígeno para respirar en estas condicione­s. Lamentable­mente mi indumentar­ia se reduce al uniforme básico de Supercero: una camiseta blanca y un pantalón buzo que a veces cumple las funciones de pijama. ¿Qué hago? Busco algo entre los yuyos.

Me muevo con cuidado, con extrema cautela, primero un pie, después el otro, como si hiciera equilibrio sobre un campo minado. Aunque estoy apurado, trato de mantener la calma. Me tapo la nariz con la mano izquierda y con la derecha espanto las moscas. Creo que voy a vomitar, viene una arcada, y otra, y después otra; por suerte son arcadas sin flujo, secas, nada más que reflejos gástricos, burbujas que suben desde mi estómago y revientan en mi boca. Tal vez no vomite, tal vez solo me desmaye. Eructo y sigo en pie. Soy fuerte. Soy súper. Avanzo entre los yuyos. Busco algo concreto: un palo. Se me acaba de ocurrir que lo mejor sería un palo de escoba. Pero lo que la gente tira al borde de un camino de las sierras no son precisamen­te palos de escoba. ¿O sí? ¿Quién sabe? Si me guío por lo que encontré hasta el momento, no puedo descartar nada. La categoría de basura es universal y por eso mismo abarca todo el universo, desde fósforos quemados hasta cenizas de estrellas. Mientras busco el palo de escoba, voy a decirles algo sobre la persona que me acompaña. Es una mujer. Se llama Morna. Está nerviosa, despeinada, paranoica, y tiene puesto un vestido rojo arrugado que le queda perfecto. ¿Por qué busco un palo de escoba? Porque es el instrument­o ideal para remover mierda. Su mierda. La mierda de Morna Romanov.

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