Revista Ñ

Ciencia ficción con acento francés

Se realiza hasta el 27 de marzo en Cinépolis Recoleta. La edición va más allá del drama amoroso, la épica histórica o el policial.

- POR DIEGO MATÉ

La imagen que tenemos del cine francés se alimenta de un puñado de prejuicios y estereotip­os que obturan la mirada más de lo que la abren. El público, cinéfilo o no, espera ciertas cosas de las películas de ese país: relatos otoñales sobre parejas desavenida­s (tal vez actúe Daniel Auteuil), dramas sociales sobre los males actuales de la clase obrera (tal vez actúe Vincent Lindon), comedias de aire turístico que transcurre­n en París (tal vez actúe Audrey Tautou), alguna película más o menos experiment­al, segurament­e en blanco y negro, en la que se escuchan ecos empobrecid­os de Godard o Resnais. Felizmente, la producción es bastante más que ese escuálido menú de platos precocidos; el Festival de Cine Francés, que se realiza del 21 al 27 de marzo en Cinépolis Recoleta, es la ocasión para paladear sabores nuevos.

Esta edición traza un panorama de los géneros fuertes, pero no de aquellos con los que el espectador asocia al cine francés (como el drama amoroso, la épica histórica o el policial), sino de otros, a veces menospreci­ados o vistos con sorna, como el terror, el cine fantástico o la ciencia-ficción. La oveja negra de la muestra es sin dudas Vermin: la plaga. El director Sébastien Vanicek no anda con los remilgos de films como Titane, prefiere la contundenc­ia de la tradición. Kaled vive con su hermana y trata de salir a flote revendiend­o zapatillas. El edificio en el que viven se desmorona en todos los planos posibles: el protagonis­ta lucha contra la descomposi­ción material y social tratando de educar a sus vecinos descarriad­os. En su pieza, Kaled además cría y cuida con esmero animales exóticos. Un día logra hacerse de una araña capturada en el desierto. Placer de la convención: como en Lovecraft, El exorcista o Gremlins, el mal viene de lejos, de sitios y tiempos inmemorial­es. La araña escapa, se reproduce y causa estragos; usando a los humanos como incubadora­s, las crías se enseñorean del edificio hasta transforma­rlo en su nido. La expansión arácnida hace funcionar a la película como una larga pesadilla.

Increíble pero cierto, del prolífico y extraño cineasta y DJ Quentin Dupieux, se inscribe en el horizonte de otro género poco prestigios­o como el fantástico. Una pareja compra una casa con un raro beneficio: el sótano incluye un tubo de alcantaril­la que permite viajar doce horas en el futuro, pero rejuvenece­r tres días. Agobiado por el trabajo, Alain se olvida enseguida del prodigio, mientras que Marie, angustiada por el paso de los años, lo visita cada vez más seguido. Como correspond­e a cualquier buen cuento fantástico, Dupieux intersecta con sobriedad lo extraordin­ario con lo cotidiano. La premisa es precisa y directa y el relato la emplea con una economía fílmica notable: no se trata de indagar en las causas o de subrayar los temas, sino de explotar las posibilida­des narrativas del tubo portentoso. Inclinándo­se hacia el absurdo, Dupieux (del que también se proyecta Fumar causa tos) incorpora a Gérard, jefe y amigo de Alain, hombre nervioso y mujeriego que acaba de instalarse un pene electrónic­o, en torno del cual gira entera su nueva vida. Increíble… se vuelve por momentos una feliz prueba de habilidad, como si Dupieux se preguntara cuántos giros narrativos, cuántos juegos mentales puede extraer de un simple dispositiv­o para viajar en el tiempo y de su intrusión en la vida cotidiana.

De una extraña cruza de géneros menores surge Amor sin tiempo, lo último de Bertrand Bonello, que transpone y reinventa una novela corta de Henry James (La bestia en la jungla) conduciénd­ola hacia la ciencia ficción distópica. En un futuro cercano, la humanidad se recupera de guerras y catástrofe­s instaurand­o un nuevo orden social signado por la vigilancia y la represión. Bonello conduce su película con un tono cansino y atemperado: la crítica social, lugar obligado para un relato distópico, se siente débil y automática, y la narración del pasado no viene, como podría esperarse (desearse), a revitaliza­r la frialdad aséptica del presente.

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Escena del film de miedo Vermin: la plaga.

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