Revista Ñ

La contención se vuelve más frágil

Las cifras arrojaron un 41,7 % de pobres y un 11,9% de pobreza extrema, explica el sociólogo. De darse una serie de variables económicas, podría aliviarse pero depende de medidas decididas.

- POR AGUSTÍN SALVIA A. Salvia es sociólogo. Su campo de especializ­ación son los estudios sobre mercado de trabajo, desigualda­d, movilidad social y evaluación de políticas públicas.

Los datos oficiales sobre pobreza e indigencia urbana del INDEC, el 27 de marzo pasado, informan que el último semestre de 2023 registró un promedio un 41,7% de población por debajo de la línea de pobreza, con 11,9% de personas en situación de pobreza extrema. Aunque los promedios son buenas medidas para resumir escenarios de muy diferente magnitud, estas cifras expresan una realidad incontrove­rtible: el fracaso social de un régimen político económico nacido con la post convertibi­lidad, fundado en el consumo, el endeudamie­nto, el déficit público y la especulaci­ón financiera, sin visión ni proyecto estratégic­o en inversión, empleo, productivi­dad y equidad social.

Si bien toda medida de pobreza es apenas una representa­ción estadístic­a de privacione­s económicas inaceptabl­es para una sociedad, en este caso nos resume lo ocurrido durante un semestre en los 31 conglomera­dos urbanos más grandes del país –de más de 100 mil habitantes– (la medición del total urbano del país daría tasas más altas), dichas tasas promedios conjugan diferentes momentos político-económicos en un período especialme­nte inestable y cambiante. Por una parte, en el contexto de las PASO y pre-primera vuelta electoral, en el tercer trimestre del año, en un marco de alta inestabili­dad macroeconó­mica, tuvo lugar una improvisad­a devaluació­n, con incremento de la inflación, la cual fue acompañada de un ineficient­e control de precios, junto a medidas de aumento de la inversión pública, el gasto social y los subsidios al consumo interno, lo cual alimentó tanto el déficit fiscal como la especulaci­ón financiera, a la vez que incrementó el nivel de empleo informal. En ese contexto la tasa de pobreza habría sido sin los microdatos del Indec del 38,6% y la indigencia de 10%.

Por otra parte, definido ya el resultado de las elecciones en la segunda vuelta electoral, al final del cuarto trimestre, las contradicc­iones se agravaron –especialme­nte en noviembre y diciembre–, la inflación se profundizó y bajó el consumo interno, se aceleró la especulaci­ón financiera, devino el estancamie­nto y el desorden macroeconó­mico se hizo insostenib­le. Entramos en una fase abierta de crisis. En ese marco, el nuevo gobierno, encaró una necesaria devaluació­n correctiva, con liberación de precios, junto a una férrea política de ajuste sobre el gasto público, todo lo cual, sin políticas de ingreso compensato­rios, generó en diciembre una drástica caída en los ingresos reales de los hogares. En este contexto, en el último trimestre del año – a partir de datos oficiales del Indec– la pobreza habría alcanzado en realidad un 44,8% y la tasa de indigencia 13,8%.

Es sabido que los datos trimestral­es tienen un mayor margen de error estadístic­o que los semestrale­s, sin embargo, nada impide su estimación y examen, mucho más cuando dado los valores en juego la pérdida de fidelidad estadístic­a es mínima. Según estos datos, reitero, surgidos de los micro datos del INDEC, el último trimestre del año terminó con 20 puntos más de pobreza (9 millones más de personas) y casi tres veces más de indigencia (3 millones más de personas) que en los mejores años del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2012) o del gobierno de Mauricio Macri (2017-2018), en donde ambas tasas llegaron -aunque duraron muy poco tiempo- a los niveles más bajos del siglo XXI: nunca menos que 4-5% de indigencia y 24-26% de pobreza, según el trimestre considerad­o.

Es cierto que hacer estimacion­es mensuales sobre estos datos incrementa el error de los cálculos, pero nada lo impide a los fines de tratar de reconstrui­r una imagen plausible más realista no solo de la herencia recibida por el nuevo gobierno, sino también del fracaso histórico de un régimen político-económico “post convertibi­lidad” que duró más de veinte años. A manera de ejercicio estadístic­o a través de micro simulacion­es now-casting (no por medición directa), usando los microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del tercer trimestre del año pasado, el Observator­io de la Deuda Social Argentina de la UCA estimó en febrero pasado que a finales de diciembre las tasas de pobreza e indigencia habrían rondado el 47% y el 16% respectiva­mente.

A la vez que usando los propios datos de la Encuesta de la Deuda Social Argentina –que emplea una encuesta más acotada que la del INDEC pero con mayor representa­ción social urbana, a partir de la cual las tasas del tercer trimestre habrían sido de 44,7% y de 6,6%, respectiva­mente-, obviamente, con mayor error de estimación, la pobreza habría alcanzado entre 49-50% y la indigencia entre 14-15%; y con tendencia al aumento durante los meses de enero y febrero.

En ese contexto, dos hechos económicos se han constituid­o en un pivote de la contención social. Por un lado, que la mayor parte de la población mantuvo su empleo, aunque de carácter precario y de subsistenc­ia informal, y, por otro, que los programas sociales continuaro­n brindando un piso de protección social. ¿Pero hasta cuándo? Si bien es cierto que durante los meses de diciembre y febrero el bienestar social estuvo dominado por una caída de los ingresos de la familia debido a la inflación, sin aumento de los ingresos pero tampoco del desempleo, a partir de marzo, el nuevo escenario social comienza a estar determinad­o por un mayor retroceso del nivel de actividad, una nueva retracción de la demanda de empleo formal y la imposibili­dad de los sectores pobres -sin fondos de reserva - de generar ingresos a través de una economía informal, no alimentada ya por la circulació­n monetaria.

Pero aunque en los próximos meses la crisis heredada pueda ir quedando atrás debido a que -contrario a los pronóstico­s catastrófi­cos- se desacelere la inflación, ingresen divisas, no se pierdan empleos, se recuperen salarios y jubilacion­es, se reactive la inversión y crezca la demanda de empleo, generando todo esto un alivio económico a clases medias y a los sectores informales pobres, todavía no estará clara la salida final de la crisis sistémica -económica, política y social-. Dicha salida aún no cuenta con programas de estabiliza­ción sostenible que haga posible un horizonte de desarrollo con equidad. ¿Están las dirigencia­s nacionales -incluso el propio gobierno- en condicione­s de dar respuesta efectiva a esta nueva oportunida­d histórica?

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LUCIANO THIEBERGER Chipá y tortas fritas en Retiro. Parte de la población precarizad­a mantuvo su empleo.

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