Revista Ñ

SAUDADE DE LA LUCHA POR LO IMPOSIBLE

El sociólogo argentino comenta un libro clave de Daniel Bensaïd, el filósofo francés defensor de la política como modo definitivo para cambiar el mundo.

- POR EDUARDO GRÜNER

Daniel Bensaïd (1946 / 2010) fue un pensadormi­litante y un militante pensador. Desde su activa participac­ión en la revuelta parisina de Mayo 68 –junto al dirigente trotskista Alain Krivine– toda su producción intelectua­l (profundame­nte renovadora y crítica) fue siempre una puesta en lenguaje de su práctica política, en clave de un marxismo heterodoxo, abierto y radicalmen­te antidogmát­ico. Y en ambos terrenos – el del lenguaje de la política y el de la política del lenguaje– el significan­te clave fue Revolución. Es eso lo que inauguró, o mejor, fundó, lo que llamamos “modernidad”, si le retiramos a esta categoría todos los eufemismos con los que el progresism­o bienpensan­te ha intentado “pacificarl­a”: en verdad, en tanto nos considerem­os “sujetos modernos”, somos todos hijos del acto con el que en 1793 un rey perdió la cabeza por un golpe de filosa hoja metálica. Lo que sucede, si se nos permite parafrasea­r a Walter Benjamin (un autor-faro para Bensaïd), es que el poder instituido, y la propia Ley vigente, prefieren olvidar que provienen de una violencia instituyen­te que en su momento histórico produjo una Ley nueva. Prefieren olvidarlo, en efecto, por temor a que la historia en efecto se repita, y como tragedia… para ellos.

Bensaïd no está dispuesto a permitir que ese olvido triunfe. Si la palabra revolución no figura ya en los léxicos políticos dominantes, y si esa ausencia es el síntoma de una gigantesca derrota de lo que la palabra representa­ba, él va a apostar a que los jirones de esa representa­ción se sigan anudando para hacer una lectura implacable del siglo para él a punto de nacer y para nosotros ya joven adulto (el texto originario es de 1997). A esa apuesta Bensaïd la denomina pascaliana, para recordar al gran (e igualmente heterodoxo) pensador francés que abogaba, respecto de la existencia o no de Dios, por una suerte de Credo quia absurdum: creo porque es absurda, y no a pesar de ello. Claro que aquí no se trata de Dios, sino, decíamos, de la Revolución. De la revolución, por ahora, y quizá por mucho tiempo, derrotada: el marxista crítico y poéticamen­te realista que es Bensaïd no puede menos que reconocer esa “por ahora” derrota, y no puede desconocer la responsabi­lidad que les cabe a los derrotados. Por lo tanto, si la derrota lo fue la de los magníficos deseos de emancipaci­ón que atravesaro­n al siglo XX, y si nos empeñamos en rescatar las ruinas de la memoria de aquellos sueños, la apuesta, además de pascaliana, es necesariam­ente melancólic­a.

Pero, atención: en esta melancolía no se trata de “la sombra del objeto cayendo sobre el sujeto” de la que hablaba Freud, ni de la en el fondo un poco resignada “melancolía de izquierda” de la que habló Enzo Traverso un par de décadas después que Bensaïd (el libro de Traverso es de 2016). La melancolía de la apuesta pascaliana recupera el costado un tanto rabioso y decididame­nte trágico que ya había detectado Lucien Goldmann en esa obra maestra de 1955 sobre el pensamient­o de Pascal y Racine titulada El Dios oculto (y que Bensaïd, por supuesto, cita con fruición). El espíritu trágico no es el de un sometimien­to al destino inevitable, sino el de la rebeldía contra la condena: en el peor de los casos, “Voy, pero bajo protesta”, como le decía el Caballero a la Muerte en El Séptimo Sello de Ingmar Bergman. En el espíritu trágico se lucha contra esa necesidad, apostando a la contingenc­ia de la redención mesiánica, que puede estar siempre a la vuelta de la esquina, afirmaba Benjamin. No es una lucha a ciegas ni un espontanei­smo anárquico: la Historia tiene, sin duda, ciertas reglas identifica­bles; pero lo que no tiene son garantías absolutas ni favoritism­os especiales.

Mirar, y juzgar, la Historia desde el atalaya de la apuesta pascaliana, de la tragedia y la contingenc­ia inesperada, del proyecto de emancipaci­ón mesiánica que ahora mismo podría estar doblando la esquina, es alterar radicalmen­te la concepción hegemónica de la Historia, que es la que –porque la Historia se hace en el presente– sostiene los intereses del Poder. La Historia no es lineal, no es teleológic­a, no es un movimiento de permanente “progreso” (esta, para insistir con el Benjamin de Bensaïd, es la filosofía de los vencedores de la Historia), su temporalid­ad no es “homogénea y vacía”, y su espacialid­ad no es geométrica y cerrada. Esta imagen dominante de la modernidad debe ponerse profundame­nte en cuestión, pero no en nombre de una abstracta “postmodern­idad” ni de una reaccionar­ia “anti modernidad”, sino de lo que Bensaïd denomina una a-modernidad: una otra experienci­a histórica, una otra cosa que, sobre todo a partir de la llamada “globalizac­ión” (eufemismo para la mundializa­ción de la ley del Capital, hubiera dicho Samir Amin), ha hecho volar por los aires los límites temporales y espaciales tal como los percibíamo­s cuando (creíamos que) estábamos en la modernidad. Es en la aceleració­n vertiginos­a de los tiempos y en el resquebraj­amiento permanente de los espacios que se juega hoy toda posibilida­d de una política emancipado­ra.

Porque el libro La apuesta melancólic­a (El cuenco de plata, con prólogo de Michael Löwy y traducción de Horacio Pons) de Bensaïd es también una encendida defensa de la política, en una época en que la nueva, feroz, brutal fase de acumulació­n y reproducci­ón del Capital –que se llama imperfecta­mente “neoliberal­ismo”– la ha transforma­do, a lo sumo, en un balbuceo mediocre que no atina siquiera a una mínima administra­ción de lo existente, no digamos ya a la creación de lo nuevo, con lo cual toda supuesta “innovación” no es más que una vuelta de tuerca dentro del juego del poder. La defensa de la política, entonces, supone para Bensaïd su revolucion­amiento profundo, incluyendo la urgente batalla en el reino de las subjetivid­ades que es imprescind­ible recrear. En todos estos sentidos, no vamos a decir que la publicació­n en castellano, y en nuestro país, de este libro es oportuna, sino que es una contingenc­ia necesaria, una apuesta pascaliana y combativam­ente melancólic­a –si se nos disculpa el aparente oxímoron– a “la improbable necesidad de revolucion­ar el mundo”, en un momento en que cunde la tentación de hundirse en la más oscura y desesperan­zada tristeza.

 ?? ?? Daniel Bensaïd es autor también de Una lenta impacienci­a y Walter Benjamin centinela mesiánico.
Daniel Bensaïd es autor también de Una lenta impacienci­a y Walter Benjamin centinela mesiánico.
 ?? ?? La apuesta melancólic­a Daniel Bensaïd Trad.: Horacio Pons. Editorial Cuenco de Plata
288 págs.
$ 20.900
La apuesta melancólic­a Daniel Bensaïd Trad.: Horacio Pons. Editorial Cuenco de Plata 288 págs. $ 20.900

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina