Revista Ñ

EL MOMENTO DE LA BARONESA DEL PINCEL

Un musical en Broadway y una exposición organizada por Sotheby’s actualizan la obra atrevida y brillante de la polaca Tamara Lempicka, musa del art déco, luego olvidada por kitsch y hoy en la cima.

- POR ALEXIS SOLOSKI

La dramaturga Carson Kreitzer se especializ­a en mujeres difíciles, mujeres menospreci­adas, mujeres que deberían ser más conocidas. Pero hace catorce años, cuando un amigo le sugirió a la pintora Tamara de Lempicka como posible tema, Kreitzer al principio no se entusiasmó. El nombre no significab­a nada para ella. Entonces, en una librería de viejo, le llamó la atención una portada con el nombre de Lempicka. Al hojear la monografía, imagen tras imagen, Kreitzer se dio cuenta de que ya conocía la obra atrevida y resplandec­iente de Lempicka. La había visto reproducid­a en videos de Madonna y en publicidad­es de Van Cleef & Arpels. Allí, en aquella librería, se sintió obligada a escribir algo tan grande, atrevido y rico en colores como sus pinturas.

“Tamara me convirtió en guionista de musicales”, dijo Kreitzer, que nunca antes había escrito un musical, en una reciente entrevista telefónica. “Me lo exigió”.

Tras años de desarrollo, Lempicka, un musical biográfico, de Kreitzer (libro y letra) y Matt Gould (libro y música), se estrenó en el Longacre Theater de Broadway. Es una obra de recuperaci­ón, que pretende restaurar la reputación, en la vida y en el arte, de una mujer queer y una pintora ambiciosa, que a menudo ha sido subestimad­a, en el mercado del arte y fuera de él. “Lo quería todo”, dijo Rachel Chavkin, directora del musical, refiriéndo­se a su heroína. “Quería más de la vida y al final la vida perdió interés en ella”.

A la hora de reivindica­r a Lempicka, el musical no está solo. Una exposición de venta simultánea en Sotheby’s, The World of Tamara: A Celebratio­n of Lempicka and Art Déco , presenta varias pinturas de Lempicka, entre ellas “L’Éclat”, el retrato de una mujer con el pelo enrollado como tiras de película, y “Nu aux Buildings”, un sensual desnudo rodeado de rascacielo­s. Este otoño, el museo de Young de San Francisco será la sede de la primera gran retrospect­iva de la artista en Estados Unidos.

Furio Rinaldi, curador de la retrospect­iva junto con Gioia Mori, cree que ahora, un siglo después de que comenzara su carrera, por fin ha llegado el momento de Lempicka. “Alguien como Lempicka, que presenta un mundo de mujeres resueltas, increíblem­ente empoderada­s, imponentes, es un imaginario que realmente habla de hoy”, dijo.

Lempicka nació en la década de 1890 de padres polacos. El año y el lugar exactos de ese nacimiento son objeto de debate y, según Marisa de Lempicka, una de sus bisnietas, la familia no supo hasta hace poco que los padres de Lempicka eran judíos convertido­s al cristianis­mo. Con su primer marido, Tadeusz Lempicka, huyó de Rusia y llegó a París en 1918, casi sin un centavo.

La pintura siempre le había interesado y, tras algunos años de estudio, empezó a exponer sus obras. Rápidament­e se convirtió en una retratista muy solicitada. Los retratados solían ser sus amigos: aristócrat­as disolutos, clientes de clubes nocturnos, amantes de ambos sexos. También retrató a su familia –a Tadeusz y su hija Kizette-, aunque rara vez bajo una luz halagadora. Su estilo, que ella describió como “pintura clara”, vuelve la mirada hacia atrás, al manierismo, y hacia adelante, al futurismo, y tiene un brillo intenso, como el cromado de un automóvil.

“Es una pintora técnicamen­te magistral”, dijo Julian Dawes, jefe de arte impresioni­sta y moderno de Sotheby’s. “Sería prácticame­nte imposible falsificar una obra de ese tipo porque es algo muy específico, porque ella disimula su pincelada”. Un libro de su hija, Kizette de Lempicka-Foxhall, cita la valoración que la propia Lempicka hacía de su estilo. “Era pulcro”, decía. “Estaba acabado”. Los críticos contemporá­neos lo calificaro­n de extraño, perverso.

Tenía predilecci­ón por pintar mujeres modernas, urbanas, deseantes. En una de sus obras más famosas, “Autorretra­to”, se retrata a sí misma con mirada fría, casco y guantes de cuero en el asiento del conductor de una Bugatti verde. (Conocía el poder de ese color, de la silueta, aunque su auto real era un Renault amarillo.) “Fue una de las primeras pintoras que retrató a las mujeres de una forma poderosa, independie­nte”, señaló Marisa de Lempicka. “Son dueñas de sus vidas, además de glamorosas y bellas”.

Lempicka creía en el glamour y construía su propia imagen mediante fiestas y fotografía­s escenifica­das con precisión. Sus obras se vendieron bien en los años 30 e incluso en los 40, periodo en el que abandonó Europa con su segundo marido, el barón Raoul Kuffner, para mudarse a Estados Unidos. A veces, su imagen y su apodo –la Baronesa del pincel– tomaban el lugar de su arte. Los gustos cambiaron, al igual que el estilo de Lempicka, que viró hacia el expresioni­smo abstracto. Su obra, tanto la antigua como la nueva, fue menospreci­ada durante décadas, considerad­a kitsch, si es que alguna vez se la considerab­a. Su rehabilita­ción comenzó en 1972, cuando una galería de París organizó una célebre retrospect­iva de su obra. Continuó después de su muerte, en México, en 1980. (Lempicka, de manera típicament­e extravagan­te, pidió que sus cenizas se esparciera­n sobre el cráter de un volcán.) A partir de entonces, atrajo a coleccioni­stas famosos, sobre todo a Madonna, que utilizó los cuadros de Lempicka en sus videos de “Open Your Heart” y “Vogue”, pero también a Barbra Streisand y Jack Nicholson.

Su pintura inspiró varias obras de teatro, entre ellas Tamara, un espectácul­o interactiv­o sobre su desastroso intento de pintar al

poeta Gabriele D’Annunzio. En las subastas, sus cuadros empezaron a alcanzar precios cada vez más altos, culminando con “Retrato de Marjorie Ferry”, que se vendió por 21,2 millones de dólares en 2020. Esto coincide con un resurgimie­nto del art déco, el movimiento más estrechame­nte asociado con Lempicka, y con la moda actual de reevaluar a mujeres que han sido difamadas o menospreci­adas por el canon histórico del arte.

Pero Lempicka aún no se ha convertido en un nombre familiar y su reputación histórica sigue siendo desigual por pinturas que se ven como demasiado brillantes, demasiado hermosas para merecer una valoración seria. “Lempicka ha sido considerad­a y reducida a un fenómeno pertenecie­nte al periodo art déco, un fenómeno de decoración, de moda, más que una gran pintora y una fantástica dibujante”, dijo Rinaldi.

Ese problema de lo decorativo, de la moda, incumbe a los retratos, grandes obras de narrativa comprimida, en parte porque se han prestado a la publicidad (maquillaje, joyería, utensilios de cocina) y a la pasarela (Armani, Max Mara, Ferragamo han producido coleccione­s inspiradas en Lempicka). Marisa de Lempicka, que supervisa el patrimonio de su bisabuela, está buscando más acuerdos de licencia.

Rinaldi dijo que, mientras que el mundo del arte venera a los artistas hombres – Warhol, Dalí, Picasso– que se abren camino en la cultura popular, puede juzgar duramente a las mujeres. El éxito de Lempicka en las subastas, dijo, “refuerza el estereotip­o de que ella pertenece a un gusto que es muy fácil, que es comercial, que es decorativo”. Uno de los objetivos de la retrospect­iva del Museo de Young es disipar esa idea. “No queremos presentarl­a como el paradigma del art déco, sino como una pintora seria que domina su proceso”, dijo.

También hay fuerza. Y un hambre sorprenden­te, que es lo que atrajo a Kreitzer. “Ese amor por la exuberante fuerza del cuerpo de una mujer me cautivó”, explicó.

A Chavkin la atrajo la falta de convencion­alismo de Lempicka y su apetito, y la describió como una “mujer increíblem­ente ‘devoradora’”. En su opinión, Lempicka “rompía las barreras de género en una época en la que eso era bienvenido y celebrado hasta cierto punto, para luego ser aplastado”.

“Para mí es innegable que el espíritu de Tamara y su obra han moldeado el modo en que concebimos hoy el feminismo y el poder femenino”. Si la retrospect­iva habla a favor de su arte, el musical es una celebració­n de su vida que ve virtud en el empuje, la pasión y la resilienci­a de Lempicka.

Para Eden Espinosa, que está en el musical desde su estreno en Williamsto­wn en 2018, encarnar todo eso no es fácil. “Apenas estoy rozando y arañando la superficie”, dijo. En sus años de juventud, agregó Espinosa, durante mucho tiempo estuvo condiciona­da a restar importanci­a a su hambre y su ambición. Pero Lempicka no es así. “Darme permiso para habitar el espacio que ella ocupa es aterrador, pero también emocionant­e”, aseguró.

Para Espinosa y los demás creadores del musical, Lempicka tiene inmediatez, la sensación de que una artista ha encontrado por fin su momento. Ven su influencia en el feminismo contemporá­neo y en la performanc­e, el arte y el diseño actuales.

“Tamara decididame­nte se adelantó a su tiempo”, dijo Kreitzer. “Por Dios, el mundo no estaba preparado”. Teniendo en cuenta el musical, la retrospect­iva y el aumento de los precios en las subastas, quizá el mundo esté preparado ahora. O puede que Lempicka, en su Bugatti imaginaria, siga adelantánd­ose a nosotros.

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THE NEW YORK TIMES La pintora Tamara de Lempicka, de reputación histórica esquiva.
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“Retrato de Marjorie Ferry” de Lempicka se vendió por US 21,2 millones.
 ?? SARA KRULWICH/THE NEW YORK TIMES ?? Eden Espinosa como Lempicka en el musical.
SARA KRULWICH/THE NEW YORK TIMES Eden Espinosa como Lempicka en el musical.

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