La caída de un rockstar en una puesta en 360°
Birdland. La obra, que re realiza por primera vez en español, es del británico Simon Stephens, quien adaptó El curioso incidente del perro a medianoche.
Será porque él mismo habrá sido un joven inglés desahuciado por la realidad que el dramaturgo británico-irlandés Simon Stephens, inspirado en sus días de músico rockero y punk, dio vida en 2014 a la obra Birdland. Stephens es actualmente uno de los dramaturgos ingleses contemporáneos más prolíficos de su generación –nació en Manchester en 1971– y uno de los más representados en los teatros del mundo. Pero antes de volcarse a las tablas, antes de convertirse en licenciado en Historia y docente en una escuela secundaria, Stephens integró su propia banda punk: fue el bajista original del grupo escocés Country Teasers (creado en 1993), conjunto influenciado, entre otras artes, por la poesía del escritor estadounidense William Burroughs.
En el caso puntual de Stephens, su paso por esta banda le ha servido de fundamento en sus ulteriores producciones teatrales. Acaso la más celebrada sea la adaptación de El curioso incidente del perro a medianoche, basada en la novela bestseller del escritor inglés Mark Haddon. En Birdland –cuya dramatización puede volver a verse por estos días en el Galpón de Guevara, luego de dos breves temporadas en 2023– narra la historia de Pol, un joven y célebre cantante de rock atrapado por los sinsabores de la vida y en crisis emocional.
Es la primera vez que esta pieza se representa en español en todo el mundo. Y esto se debe a la iniciativa de Ramiro Méndez Roy, productor teatral y actor cordobés, que la adaptó especialmente para plasmar en la escena independiente local. Méndez Roy había sido en 2021 el actor revelación de la obra Hombres y ratones, inspirada en la novela De ratones y hombres, del Nobel norteamericano John Steinbeck. Si en aquella ocasión había interpretado a un chico con retraso madurativo, ahora, en la piel de Pol, encarna a un agobiado rockstar que no encuentra su lugar en el mundo y no lleva bien su fama. “Birdland habla de salud mental y suicidio”, revela el actor a Ñ.
Durante una agotadora gira mundial que lo lleva a ciudades como Moscú y Berlín, Pol experimenta el vacío de no tener un lugar al que volver. Su amigo, sostén emocional y cable a tierra es Juani, guitarrista de la banda, que tiene una novia psicológicamente inestable pero en la que Juani se apoya por brindarle ese refugio del que carece Pol. Algo pasa entre la novia de Juani y Pol y de ahí en más todo se torna cada vez más oscuro. Contar la contracara de una estrella de rock –sexo, alcohol y drogas, abandono y soledad, depresión y traición, así como el acoso de los paparazzi– no es en sí mismo tan novedoso (aunque siempre es actual) como la puesta en escena en 360 grados de Birdland: un escenario con el público en una única y primera fila ubicado a su alrededor, al modo de una cancha de fútbol o un ring de boxeo.
No hay, de este modo, un punto de vista privilegiado, todos lo son a su manera, cada espectador experimentará por momentos la cercanía de los actores y de ratos su lejanía en el espacio cuadrilátero, enmarcado por el público. Que sea una puesta en 360 grados tiene además un fundamento artístico además de atípico: marca el egocentrismo de un personaje que se siente observado todo el tiempo desde todos lados y que nunca sale de escena, que se siente atrapado. En definitiva, la obra es además de teatro una experiencia inmersiva, sonora y audiovisual, en asaz consonancia con los tiempos que corren.
La escenografía se conforma principalmente por una estructura cúbica con un centro a nivel de los espectadores y una plataforma que oficia de techo o de terraza, según se esté abajo o arriba, que traslada y eleva pasajes de la obra y marcan figurativamente los ascensos y caídas, el cielo y el infierno, del atormentado Pol.