NUESTRA ERA DE FEROZ RESENTIMIENTO
Entrevista con Cynthia Fleury. La psicoanalista y filósofa sostiene que vivimos en un mundo atravesado por el rencor existencial y la amargura. Estará en el panel de apertura del encuentro planteando sus hipótesis y diagnóstico.
Esta es una ocasión en la que el psicoanálisis podría brindar herramientas a la política para interpretar esta época, para entender por qué el rencor social y la amargura pueden influir en los estados de ánimo y empujar a tomar decisiones y cuestionar voluntades. La psicoanalista francesa Cynthia Fleury lo entiende así en su libro Aquí yace la amargura, en el que explica su modo de ver el estado de ebullición del mundo. “Muchos autores han desempeñado un papel decisivo en mi genealogía intelectual, en particular la Escuela de Fráncfort, de Adorno a Axel Honneth; pero las referencias filosóficas contemporáneas más francesas también han desempeñado un papel importante: Foucault y su filosofía clínica, Paul Ricoeur, Lévinas, Jankélévitch”, detalla la ensayista.
Recientemente Fleury ha escrito que la lucha contra “el rencor es el verdadero sentido de la terapia”. Voluntariamente o no, la filósofa lleva estos conceptos a los bordes para plantear hipótesis políticas sobre el mundo de hoy, que implican a nuestro país, por supuesto. De ello habla en esta entrevista, realizada por correo electrónico pocos días antes de su arribo a Buenos Aires. Fleury integrara la mesa inaugural de la Noche de las Ideas el próximo jueves, a las 18 hs.
–El lema de este encuentro es “Líneas de falla”. ¿Cómo lo relaciona con su pensamiento en general y con su presentación en la Noche de las Ideas, en particular?
–Vivimos en un mundo que está siendo puesto a prueba por un cúmulo de vulnerabilidades sistémicas: pandemias, inundaciones, calentamiento global, movimientos migratorios, megaincendios, terrorismo... y esto está sacudiendo tanto la vida de los individuos como la de los sistemas sociales y políticos. En La noche de las ideas, voy a hacer un repaso de estos metacambios, con la digitalización del mundo y la era del Antropoceno a la cabeza, para explicar cómo impactan en nuestras vidas, nuestras formas de ser, nuestra salud física y mental, generando mucha ansiedad psíquica, incluso miedo al colapso, o resentimiento. –¿Todos padecemos la capacidad de amargarnos y resentirnos?
–El impulso del resentimiento está presente en todos nosotros: todos hemos experimentado las cavilaciones de pensamientos oscuros, pensamientos hostiles y pensamientos de denigración hacia nosotros mismos y hacia los demás. Sin embargo, no todo el mundo se ve afectado por el resentimiento en el sentido de que este sentimiento se arraigue profunda y duraderamente en su interior. Afortunadamente, la mayoría de las personas son capaces de sublimar –es decir, superar– su tentación resentida, liberándose de ella y redescubriendo su poder de actuar, de esperar en los demás y en el mundo.
–¿Habían detectado Freud y Lacan el impacto de la amargura y el resentimiento y cómo tratarlos en la consulta?
–Digamos que Freud definió con precisión la capacidad de sublimación como único antídoto contra la pulsión de muerte y el resentimiento. Sublimar es distanciarnos de nuestros instintos primarios, simbolizar, ser capaces de aceptar la frustración, no considerar que toda renuncia, todo límite
“Líneas de falla”, el lema de La noche de las Ideas 2024, es misterioso y a la vez elocuente. ¿Dónde se ubican esas grietas y adónde nos llevan? ¿Qué discursos y mensajes le imponen al presente? Necesitamos conocer a fondo esas fallas para desandarlas y saber actuar. Este año expositores franceses y argentinos se presentarán en simultáneo en ocho ciudades del país, en un programa temático abarcativo y con sorpresas. En esta edición presentamos a algunos de sus protagonistas: la psicoanalista Cynthia Fleury, el arqueólogo Éric Boëda, la fotógrafa Anita Pouchard Serra y la escritora Mónica Zwaig, entre otros. Organizan el cónclave abierto el Institut français d’Argentine, la Embajada de Francia, la red de Alianzas Francesas y la Fundación Medifé, con el auspicio de Revista Ñ.
produce una desposesión de nosotros mismos. El trabajo analítico y filosófico, cualquier trabajo crítico sobre uno mismo, también sabe distinguir entre el sufrimiento experimentado, o incluso la injusticia experimentada, y el resentimiento que creemos que es el resultado. Esto es epistemológicamente falso: el resentimiento no es una traducción psicológica y política directa de la injusticia o el sufrimiento experimentados. Se puede estar resentido sin haber vivido nunca una injusticia, un sufrimiento real o incluso un trauma. A la inversa, se puede haber pasado por los peores traumas y no sentir ningún resentimiento. –¿La amargura conduce a la depresión? ¿Puede también provocar ansiedad?
–La experiencia de la amargura es una prueba y, como toda prueba, exige al sujeto reconfigurar su forma de ver, adaptarse, activar las funciones inhibitorias del cerebro, es decir, salir de los mecanismos de repetición e inventar. La amargura produce malestar, pero no necesariamente depresión, aunque puede correlacionarse con sentimientos ansiosos. Sin embargo, no se puede evitar la penuria, la amargura, la experiencia del desencanto, la finitud, la muerte, el duelo y la adversidad. Para resistir a todo ello, el sujeto se ve obligado a inventar una especie de danza con estos acontecimientos.
–¿Y qué ocurre cuando este estado de amargura se comparte socialmente? ¿Es un asunto que puede condicionar a la democracia?
–El reto para un psicoanalista o un filósofo político y moral es comprender por qué algunos individuos desarrollan la “capacidad” de luchar contra el resentimiento y por qué otros no, y sobre todo cómo, para proteger nuestro Estado de derecho, podemos configurar nuestras instituciones de tal manera que también ellas sirvan para luchar contra el resentimiento colectivo, dando a los ciudadanos las herramientas para resistirlo. El resentimiento no puede ser el motor principal de la historia, a menos que queramos orquestar un trasfondo retrógrado y reaccionario.
–¿El rencor y el resentimiento pueden ser positivos?
–¿Qué mantiene erguido a un sujeto, qué mantiene erguida a una sociedad? No es la violencia ni el resentimiento, sino la sublimación de la violencia. No la negamos, pero la sublimamos, tanto a través de la simbolización individual como a través de las fuerzas sublimadoras colectivas de la educación, la cultura y el cuidado en general. Parece que hoy somos cada vez menos capaces de hacerlo. A partir de ahí, la violencia se apodera de nosotros, y puede ocurrir cualquier cosa: guerra civil (stasis) o guerra exterior (polemos), pero desde luego no la política tal como la definimos en el Estado social de derecho. Sé que preferiríamos creer que el resentimiento es la traducción política exacta de la injusticia, pero por desgracia eso es completamente erróneo. Se puede experimentar la peor injusticia, el peor sufrimiento, y no producir nunca resentimiento, del mismo modo que se puede no haber experimentado ningún trauma y seguir sintiendo resentimiento.
–¿Qué tan violento se puede volver un resentimiento?
–No se trata de negar que existen injusticias intolerables y que hay que combatirlas políticamente con todas nuestras fuerzas. A la pregunta de si el resentimiento es el mejor motor del progreso histórico, la respuesta es no. En el resentimiento, el sujeto se vuelve incapaz de captar la belleza del mundo; todo queda denigrado y devaluado. Pero para mantenerse vivo y mentalmente sano, el sujeto necesita alimentarse del mundo. Cuando uno está atrapado en el tufillo de la denigración, es como si no respirara más que aire viciado y contaminado, y se daña interiormente o produce una estrategia de destrucción. En Nietzsche y Scheler, el resentimiento se define como una forma de autoenvenenamiento, una rumiación negativista dolorosa, una intoxicación que se vuelve obsesiva. La profundización del resentimiento se une entonces a un delirio de victimismo y a la incapacidad de actuar. Esta última, vaciada de su sustancia, se transforma a veces en acción violenta. El resentimiento es sintomático del ser humano y remite a leyes psíquicas. Puede verse más o menos acentuado y reforzado por condiciones externas más objetivas, como la inseguridad económica, social o cultural, que refuerzan este impulso.
–¿Pueden la democracia y los sistemas políticos padecer amargura? ¿Es algo que puede entenderse como una psicopatología colectiva, una epidemia social?
–El periodo que vivimos contiene condiciones objetivas que refuerzan este impulso. La degradación de las sociedades occidentales y la percepción de degradación de las clases medias y trabajadoras parecen estar validadas por las crisis de la vivienda, del poder adquisitivo y del desempleo, y por la mercantilización de la sociedad, que da una sensación de reducción y mercantilización del individuo. Si nos falta dinero, perdemos necesariamente el acceso a cosas que, en el pasado, se transmitían de otra manera, a través de formas de contractualización más abiertas y no monetarias. La intensificación y generalización de la mercantilización de los intercambios conduce a un sentimiento de mercantilización, en el que el individuo se define por su poder adquisitivo. Es un hecho que, desde hace unos veinte años, la precariedad y la metropolización que desvitaliza las regiones se han convertido en una realidad. Hay muchos nombres para ello: “perdedores” de la globalización, “supernumerarios”, “inútiles”, “en alguna parte”, “invisibles”. Estamos, pues, en un momento en el que el impulso resentimentalista puede reactivarse. Este impulso puede calmarse o, por el contrario, explotar. Todos los sistemas políticos pueden producir resentimiento, pero la democracia tiene la exigencia estructural de restablecer la igualdad, lo que la hace aún más frágil que un sistema autoritario, totalitario o dictatorial que no se proponga producir un sistema igualitario. Esta exigencia hace que la democracia sea aún más sensible al fenómeno del resentimiento.
–“Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. ¿Podríamos reutilizar esta frase, atribuida a León Tolstoi, y pensar en el consultorio psi como una ventana abierta a lo que ocurre en el mundo? –El momento de la sesión– y este lugar del consultorio y del diván– es muy emblemático de la relación del sujeto consigo mismo y con el mundo, porque lo que se cuenta allí dibuja tanto la novela familiar y su neurosis como lo que podríamos llamar la novela societal y sus múltiples disfunciones. Comencé un análisis cuando era adolescente y no tenía vocación de analista. Lo que estaba en juego era la “historia familiar”, una mejor comprensión de los padres, el duelo y la intimidad. Teóricamente, había dividido las dos cosas en mi cabeza: por un lado, la vía universitaria con la tesis de metafísica, y por otro, la vía más personal. Luego las cosas cambiaron, porque mi carrera de profesora-investigadora, estudiando las herramientas de la regulación democrática y sus disfunciones, me llevó a encontrarme con un nuevo tipo de interlocutor, especialmente vinculado al sufrimiento en el trabajo. Me hice analista, bastante tarde, para escuchar la especificidad de este sufrimiento, eminentemente político. ¿De qué hablaban los pacientes? De la disfunción del Estado de derecho en general, del delirio del mundo económico, de la deshumanización del mundo laboral. Su “vulnerabilidad” pseudopersonal quedaba muy atrás, su “historia familiar” prácticamente ausente. El centro de atención era el colega, el jefe, el objetivo inalcanzable, la presión inútil, la precariedad, las vejaciones narcisistas. Y cuando te alejabas de eso, emergía el absurdo del mundo, los residuos, la energía nuclear, el terrorismo. De hecho, era nuestro Estado de derecho lo que deconstruíamos en el sofá. Hay un continuo entre la filosofía política y el psicoanálisis, en el sentido de que, en un Estado de derecho, la palabra del sujeto es absolutamente constitutiva del cuestionamiento político e institucional, y en la sesión analítica, hablar de neurosis familiar da paso (demasiado) a hablar de psicosis colectiva. Paso una parte del día trabajando sobre cuestiones teóricas, y por la tarde escucho a personas que se enfrentan al desfase entre los principios y las prácticas democráticas.
–El mapa democrático se transforma constantemente con cada cambio de gobierno. Desde hace unos diez años, el auge de los dirigentes y partidos de extrema derecha y conservadores ha sacudido el mundo (Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei, Erdogan, Orbán, Vox, etc.). ¿Qué síntomas o señales ha dado el sistema para alertarnos? ¿Podemos considerarlos fruto de la amargura y el resentimiento?
–El fascismo –como los grandes totalitarismos– no es sólo un momento histórico. Es también un momento psicológico. Como tal, puede repetirse. Sería un error creer que es un fenómeno del pasado. Es posible que las experiencias psíquicas individuales de un gran número de personas confluyan y den lugar juntas a un movimiento en el que nos veamos arrastrados colectivamente. No nos mintamos: nuestro tiempo es el momento de un resentimiento muy fuerte, y es un fenómeno que puede observarse en muchos lugares del planeta.