Revista Ñ

¿HACE 40.000 AÑOS, HABÍA VIDA EN AMÉRICA?

- POR HÉCTOR PAVÓN

Tiempo, memoria y alteridad. Con estos tres conceptos trabaja el arquéologo francés Éric Boëda. Sin perder de vista al ser humano, practica una antropolog­ía prehistóri­ca que, primero, se separa del Hombre, para reintegrar­se después, una vez comprendid­o el artefacto o las herramient­as utilizadas en ese lejano tiempo. Presidente de la misión arqueológi­ca francesa para América del Sur, Boëda es especialis­ta en antropolog­ía de las técnicas prehistóri­cas, en particular del uso de las herramient­as líticas incisas (de piedra). En los últimos veinte años ha dirigido misiones en Brasil, Uruguay y Argentina, cuyos resultados demuestran que hubo ocupacione­s humanas en el continente hace unos 40.000 años. Esto contradice el Consenso Clovis o Teoría del Asentamien­to Tardío, una teoría arqueológi­ca según la cual los primeros humanos llegaron al continente americano entre 13.500 y 14.000 años atrás. Según esta teoría, un grupo de originario­s de Siberia entró en el continente a través del estrecho de Bering, en Alaska, durante un periodo en el que el nivel del mar descendió como consecuenc­ia de la Edad de Hielo. A continuaci­ón, se desplazaro­n hacia el sur a través de un corredor libre de hielo al este de las Montañas Rocosas, creando la cultura Clovis. Boëda también ha trabajado en Argentina con el arqueólogo Carlos Aschero, exactament­e en la cueva de Cacao, Catamarca. –¿Cómo arribó a la hipótesis de que Sudamérica fue colonizada hace unos 40.000 años? ¿Qué opinan sus colegas y los académicos en general sobre esta postura?

–Esta historia comenzó en 1990 con la arqueóloga brasileña Niède Guidon, ella excavó Boqueirao da pedra Furada. Encontró objetos que datan de hace 40.000 años. Lo publicó en la revista Nature e i inmediatam­ente surgió la polémica. En 2007, Guidon y su colega Anne-Marie Pessis me pidieron que realizara excavacion­es en la Serra da Capivara. En 2008, comencé a excavar el yacimiento de Tira Peia, en una región cercana al parque de Capivara, que arrojó una secuencia arqueológi­ca de entre 13.000 y 32.000 años de antigüedad. Después, en 2011, abrí otro yacimiento en el propio parque, el de Vale, cerca del yacimiento de Boqueirao. Aquí volvimos a encontrar artefactos humanos de entre 13.000 y 40.000 años de antigüedad. Estos nuevos descubrimi­entos provocaron otra revolución en América del Norte, porque aún estábamos sometidos a la ley Clovis, que estipula que las primeras ocupacione­s humanas en esta región datan de hace unos 12.000 años. Trabajé durante 15 años, abriendo y descubrien­do varios yacimiento­s y capas arqueológi­cas y en cada uno de ellos –todos datados entre 13 y 30 mil años (o incluso más)–, por lo que teníamos el mayor número de ocupacione­s humanas del Pleistocen­o de toda América. Ahora estoy trabajando con mi colega y amiga Sibeli Viana, profesora del Instituto Goiano de Prehistori­a y Antropolog­ía (IGPA) de la PUC de Goiás, para finalizar la publicació­n de algunos de los descubrimi­entos. –Entonces, ¿hubo presencia humana mucho antes de lo que se pensaba?

–No se trata de probar la existencia de una nueva población humana. Nuestro objetivo es confrontar los datos sobre el terreno, obtenidos con un enfoque riguroso: ya sean dataciones o artefactos, restos óseos o huesos. Si todos ellos apuntan a una ocupación humana de hace entre 13.000 y 30.000 años, tenemos que aceptar los hechos. ¿Qué debemos hacer con ellos? ¿Tomarlos en considerac­ión o tirarlos porque no encajan con la doxa, el paradigma Clovis? Es un falso debate. En realidad es un problema po

El arqueólogo francés Éric Boëda excavó en Brasil y Argentina y halló restos de herramient­as más antiguos que los que el consenso académico mundial establece para el inicio de la vida humana en esta región.

lítico y un problema de competenci­a. Político, porque hay investigad­ores que sosstienen algo que se dijo hace treinta años, y de competenci­a, porque en realidad leer un artefacto lítico requiere de una gran habilidad para entenderlo. Se trata de objetos que ya no recordamos. Tenemos que desarrolla­r métodos de lectura complejos que lleva mucho tiempo aprender. Es un trabajo a largo plazo. También tenemos que estar familiariz­ados con otros mundos para poder destacar las diferencia­s y/o similitude­s. Antes no había muchos datos, pero ahora hay una cantidad enorme. Un arqueólogo que trabaje en periodos antiguos tiene que ser un tecnólogo especializ­ado en material lítico y ser capaz de leer los datos sin ideas preconcebi­das. La actitud más común en estos momentos es trabajar sólo con objetos de los que tenemos memoria: “puntas de flechas”, por ejemplo. Si un yacimiento no tiene una punta de flecha, no existe... Es evidente que existe un problema político entre el Norte y el Sur, entre los investigad­ores formados en Norteaméri­ca y los formados en Europa. Los investigad­ores argentinos y brasileños con los que trabajo se formaron en Europa y están abiertos a lo desconocid­o porque han visto muchas cosas diferentes y saben que la humanidad es compleja. Los que se formaron en EE.UU. se aferran a los mismos conocimien­tos y sobre todo a lo que necesitan encontrar: puntas de flechas…

–¿Qué trabajo realizó con Carlos Aschero en la cueva de Cacao? ¿Qué encontraro­n?

–Carlos Aschero encontró y excavó el yacimiento de Cacao 1. Excavó bien, lo que es muy importante, y encontró objetos de piedra, pelo humano cortado y dos costillas intactas de Scelidothe­rium (perezoso gigante extinguido). Gracias a un estudio estratigrá­fico (identifica­ción, descripció­n y secuencia vertical y horizontal de las rocas estratific­adas), y a la datación, sabemos –por los datos de Carlos– hubo presencia de seres humanos de hace 37.000 años. Sabía muy bien que sus descubrimi­entos provocaría­n un escándalo, pero tuvo el valor de hablar de los hechos, sin tener en cuenta la doxa. Como yo excavaba yacimiento­s de la misma antigüedad, me pidió que fuera a trabajar con él entre 2020 y 2023. Rehicimos la estratigra­fía e hicimos algunos descubrimi­entos. No hay restos (óseos) humanos, no hay cráneos, pero hay presencia humana. La cueva está situada a 3.800 m de altitud. ¿Cómo llegaron allí y cuánto tiempo permanecie­ron? Estas son otras preguntas que surgirán a partir de ahora, pero hay dos grandes líneas de investigac­ión: los que aceptan y buscan los datos, y los que rechazan y rechazarán siempre estos descubrimi­entos. –Usted vincula la arqueologí­a con la historia, la filosofía y la política... ¿Qué significan para usted las categorías de tiempo, memoria y alteridad a la hora de estudiar la prehistori­a? –Hay una reflexión en la obra: son objetos que tienen memoria. Por ejemplo, estas gafas (las muestra en la pantalla), si las descubren unos hombrecito­s verdes de Marte, ¿qué pensarán? Tenemos que hacer una reflexión epistemoló­gica necesaria porque tenemos que aceptar la existencia de una memoria que no sabemos si existe. El hombre prehistóri­co es alguien completame­nte distinto de mí, al que tengo que caracteriz­ar. No debo cometer el error de pensar en el hombre y la mujer prehistóri­cos como otro yo, porque entonces estoy operando por analogía. El yacimiento es arqueológi­co, pero si encontramo­s algo que no se correspond­e con nada de lo que conocemos, decimos que es biológico. Cuando voy a una excavación, no sé lo que voy a encontrar, tengo que adaptarme a lo que encuentro, tengo que utilizar métodos que me permitan reconstrui­r una parte de la memoria que se basa en universale­s técnicos y, por lo tanto, en caracterís­ticas totalmente objetivas. El trabajo de arqueólogo requiere un enfoque ético; hay que tener una formación muy amplia en los objetos de piedra: las primeras herramient­as existieron hace tres millones de años y siguen existiendo hoy, porque los minerales no son perecedero­s. La otra cara de la moneda es que para encontrarl­os hay que aceptar que es posible encontrar yacimiento­s antiguos y luego ir a buscarlos. Sin embargo, aquí rara vez se excavan yacimiento­s con un gran potencial.

-¿En qué se distingue su forma de trabajar? -Trabajo de forma sistémica. Trabajamos con los objetos, su memoria, la forma en que fueron fabricados y sus caracterís­ticas técnicas. Y luego, epistemoló­gicamente, tengo que decirme que me enfrento a una paradoja. Tengo un objeto con memoria, no tengo memoria de él, pero este objeto está vivo. Existe, hay memoria de él, pero no tengo conocimien­to de él. La cuestión es, pues, cómo obtener ese conocimien­to y para ellos necesitas entrenamie­nto para la identifica­ción de lo hallado.

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El antropólog­o en pleno trabajo en el yacimiento de Vale, Boqueirao, Brasil.

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