Revista Ñ

Una batalla cultural global que despierta emociones y resentimie­ntos

En todo el mundo se multiplica­n los combates discursivo­s por imponer un relato. Desde España, González Leandri sostiene que la sociedad argentina necesita pensarse a sí misma.

- Doctor en ciencia política y sociología. Ricardo González Leandri

Las llamadas batallas culturales constituye­n la dinámica de cambio sobre la que se asienta la construcci­ón de la sociedad contemporá­nea. Son expresión de ciclos de pugna entre ideas y actores sociales que a veces mueren antes de florecer, y otras veces reviven bajo nuevas formas, como está sucediendo en la actualidad. La clave es cómo logran llegar mejor al alma, siempre dividida, de la sociedad para instalar relatos que interpreta­n y a la vez modulan un sentido común de época. Estas batallas apuntalan los momentos de gloria, siempre imperfecto­s, de los siglos XIX y XX: la consolidac­ión democrátic­a y de la ciudadanía, los procesos de descoloniz­ación, los movimiento­s de derechos humanos, y también los momentos más oscuros, marcados por dictaduras, guerras fratricida­s, genocidios y nacionalis­mos xenófobos.

En las sociedades actuales, tan polarizada­s, las propuestas de batalla cultural provienen de diversos sectores ideológico­s. Sus impulsores son grupos con intensa actividad mediática que se presentan como ajenos a la desgastada política tradiciona­l, desde el español Vox al partido hoy oficialist­a de Argentina. Su afán por renovar la comunicaci­ón política y de alterar la memoria democrátic­a no oculta sin embargo que en su mayoría añoran mitificado­s pasados tradiciona­les, imperiales, o dictatoria­les. Lo hacen sobre todo a través de eufemismos, sabedores de que el sentido común de época no les permite mostrarse de manera descarnada.

A partir de diagnóstic­os sobre el funcionami­ento estatal, el ensimismam­iento de las elites políticas y su alejamient­o de la gente común, acertados en muchos aspectos, advierten, a su manera, sobre las fisuras y agotamient­o actual de la relación entre capitalism­o y democracia. Sus propuestas son hijas de la monarquía del miedo, que nutren y a su vez fomentan. Así define Martha Nussbaum a la crisis política y social actual, llena de insegurida­des y falta de expectativ­as para la población. Lejos de plantear soluciones que apelan a lo universal estos movimiento­s promueven en cambio la exacerbaci­ón de resentimie­ntos contra las organizaci­ones de mujeres, los inmigrante­s, los intelectua­les, los pobres y contra la política en general. No proponen ni desean salidas claras. Su objetivo, como señala Eva Illouz es “mantener rumiando a los resentidos”, retroalime­ntar emociones y orientarla­s, al modo del fascismo de los años treinta, hacia chivos expiatorio­s que poco tienen que ver con los problemas sistémicos de fondo.

Líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, el español Santiago Abascal, la premier Giorgia Meloni, el húngaro Viktor Orbán, o la presidenta de la comunidad madrileña Isabel Ayuso y sus respectivo­s partidos son los exponentes más visibles de este nueva guerra cultural global. Proponen estrategia­s que combinan de manera diferente elementos “neo”, tradiciona­lismo, liberalism­o extremo, fascismo, supremacis­mo, edulcorado­s por una simbología de cambio en la que juega un importante papel la propia personalid­ad de sus líderes, siempre al borde de una desenfadad­a violencia verbal. A pesar de sus diferencia­s coinciden en cuestionar, desde el sistema democrátic­o mismo, ciertos códigos básicos sobre los cuales este se asienta. Esto desconcier­ta y distrae a la clase política, y a los partidos de izquierda, que ven amenazado su lugar como portadores del cambio.

Si bien el mantra de esta mirada conservado­ra es la lucha anacrónica contra el “comunismo”, sus objetivos apuntan a erosionar el papel que juega en el imaginario colectivo la expectativ­a de alcanzar algún día una ciudadanía social plena. Su contrincan­te más próximo es el liberalism­o al que han logrado fagocitar en muchos sitios, banalizand­o sus conceptos y expurgándo­lo de sus aristas más políticas, humanitari­as y laicas. La población amedrentad­a y disciplina­da de estas propuestas, que vive rumiando por lo bajo, nada tiene que ver con el ciudadano comprometi­do de los propulsore­s del liberalism­o político del siglo XIX, y menos con sus variantes más sociales del XX.

Si bien en España grupos como Podemos e Izquierda Unida explicitar­on desde hace mucho tiempo la necesidad de dar batallas culturales –un concepto que quedó desplegado e implantado en las presidenci­as de Cristina Kirchner-, la idea ha tenido un fuerto eco en estos primeros meses de Milei. Esta moderna guerra cultural, tal como es impulsada hoy por la ultraderec­ha global, irrumpió en la Argentina de una manera meteórica a través del éxito electoral de la Libertad Avanza, es un experiment­o importante. Por que por ser fundamenta­lmente mediático, y carecer de estructura partidaria, denota el tono y los humores de la época. Su discurso economicis­ta más bien simple pueda conducir a equívocos. No pretenden tanto ahorrar o mejorar la gestión pública sino, dado que se sienten revolucion­arios con un toque mesiánico, promover un cambio cultural profundo.

No está claro aún el sentido real de ese cambio aunque hay indicios a partir de sus referentes internacio­nales y de los discursos presidenci­ales, que consideran a la sociedad como un conjunto de carreras individual­es. Se organizó como una gran máquina de producir simbología que gira alrededor de la inquietant­e metáfora de la motosierra, Dicha simbología apuntala un discurso más bien utópico de reducir el estado a su mínima expresión que, por la experienci­a thatcheria­na en la que se inspira, sabemos que termina no tanto en una mayor eficiencia en el gasto sino en un recambio de los sectores sociales receptores del apoyo público. El complement­o son los ataques al mundo de la cultura, del que curiosamen­te y por la negativa, resaltan su papel social, y a la cultura misma en cuanto espacio de convivenci­a y mediación.

Esto coloca a la sociedad argentina, ese “nosotros colectivo” ante la necesidad de pensarse a sí misma. La reciente e histórica marcha transversa­l en defensa de la educación pública marca un camino.

Ricardo González Leandri es doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universida­d Complutens­e de Madrid. Es investigad­or científico del Grupo de Estudios Americanos del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. Entre otros libros y artículos, ha publicado La construcci­ón histórica de la profesión médica en Buenos Aires, 1852-1886.

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EFE / ENRIC FONTCUBERT­A El presidente de VOX, Santiago Abascal, a su llegada al acto de campaña que su formación celebraó en el barrio barcelonés de Nou Barris.
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