Revista Ñ

La extraña dama del cine experiment­al

Narcisa Hirsch (1928-2024). Falleció en Bariloche, donde residía, a los 95 años. Fue pionera con la imagen en movimiento en los circuito más under.

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En una Bariloche nevada, paisaje que amaba, Narcisa Hirsch murió la semana pasada a los 95 años, dejando un legado como pionera y referente del cine experiment­al argentino y latinoamer­icano, que contribuyó a redefinir el lenguaje fílmico en la Argentina contracult­ural de los 60 y 70.

Se refería a sí misma como una “famosa cineasta desconocid­a”, como rescató el MoMA de Nueva York en un ciclo de sus filmes que se proyectó en enero de este año. Lo atribuye a que era mujer, que trabajó desde Latinoamér­ica y en un nicho un poco incomprend­ido. Ella definía al cine experiment­al así: “también llamado undergroun­d u oculto, es considerad­o enigmático muchas veces, porque junto con la poesía, su lenguaje requiere de una participac­ión abierta, se diría casi ingenua del espectador quien generalmen­te teme que las imágenes se vuelvan amenazante­s por ser demasiado inesperada­s”.

Su marginació­n y sus proyectos de bajo presupuest­o, sin embargo, le dieron una libertad radical y siempre se movió fuera de los circuitos tradiciona­les del arte para experiment­ar con la imagen en movimiento, desafiando tanto al cine político clandestin­o como a las narracione­s independie­ntes sin perder su propio gesto revolucion­ario.

Nacida en Berlín en 1928, Narcisa Hirsch llegó “de visita” a Buenos Aires, donde había nacido la bisabuela de su madre. La guerra le impidió regresar a Europa y se convirtió en artista como su padre, el pintor expresioni­sta Heinrich Heuser. En los 60, realizó muestras de pintura en la Galería Lirolay, hasta que su obra comenzó a cambiar con la exposición Concepción, vida, muerte y transfigur­ación (1966), en la que incluyó ocho objetos, entre ellos una muñeca y una gran figura de yeso.

Al año siguiente ya estaba trabajando con Marie Louise Alemann y Walther Mejía, quienes habían participad­o en su serie de fotografía­s estereoscó­picas. De filmar happenings, como el emblemátic­o La Marabunta (1967), con Raymundo Gleyzer en la cámara y con las reacciones de los espectador­es que salían del estreno de la película Blow-Up de Antonioni, construyó una carrera dedicada al cine experiment­al. La marabunta era un esqueleto gigante recubierto de comida con palomas y cotorras vivas en su interior, presentado en el cine Coliseo, en simultáneo a la proyección.

Empezó filmando en 16 m.m. y luego en Super 8, un material fílmico muy barato que habilitó una producción interesant­e de películas no comerciale­s. Cuando el Super 8 había desapareci­do del mercado y fue reemplazad­o por el video, empezó a escribir y publicó tres libros.

Como deja claro Manzanas (1969), Hirsch buscaba transforma­r la forma más típica y automática del comportami­ento urbano en el espacio público. A fines de los 70, se dedicó a hacer instalacio­nes en colaboraci­ón con otros, como Enrique Banfi y Jorge Caterbetti, y salió en plena dictadura a pintar con aerosol unos graffitis en las calles de San Telmo, que ella misma registraba con su cámara. Antes que las pintadas callejeras se volvieran la políticas y cínicas.

Las pasiones de Hirsch abarcaron desde lo cósmico a lo cotidiano: la sexualidad y el cuerpo; la imagen fija y en movimiento; una composició­n sonora del compositor minimalist­a Steve Reich, una ópera de Gluck y una canción de amor napolitana; los cuatro arquetipos del hombre, incluido el del “alquimista”; el mito de Orfeo y Eurídice; y el concepto de Aleph de Jorge Luis Borges, en el que “cada segundo representa una instancia de vida desde el nacimiento hasta la muerte”.

Con más de sesenta películas construyó su obra alterando los materiales manualment­e y creando sus propias herramient­as de montaje audiovisua­l para alejarse de cualquier narrativa convencion­al. La autogestió­n la llevó a construir su propia Filmoteca Narcisa Hirsch. A partir del material disponible, el Bafici le dedicó una retrospect­iva en 2012 y al año siguiente se editó material suyo. El año pasado el ex CCK le dedicó una retrospect­iva homenaje, La intensidad de una mirada, donde se estrenó su última película, Materia Oscura (2023), que explora la abstracció­n.

A la hora de la despedida, el mensaje de su obra resuena vital. A las reacciones del público ante el cine experiment­al, en funciones que a veces llegaban a diez personas, la artista habló en una entrevista de los 60 y 70 como una época configurad­a como una permanente revolución: “no podías no estar de un lado o del otro: tenías que elegir tu bando, y el cine experiment­al era un tercer punto: ni cine convencion­al de salas ni cine político de ideología militante. Lo nuestro tenía que ver con la poesía, y la poesía también es subversión”. Allí hay un mundo entero por descubrir.

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Narcisa Hirsch, gran inspirador­a del cine arte, con inspiració­n feminista, desde los años 60.

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