Times Square y su pancho post-pop
De 15 metros. Con esta escultura, Jen Catron y Paul Outlaw cuestionan la tradición y el atractivo de la cultura –y los condimentos– estadounidenses.
Un hot dog de 15 metros de largo sorprendió hace días al lanzar una ráfaga de papelitos de colores en Times Square, en Nueva York. Al pie, unos luchadores drag terminaban su combate en un ring de boxeo elevado, prácticamente perreando sobre las cuerdas, animados por cientos de espectadores. Era el primer acto público de “Hot Dog in the City”, una instalación para Times Square Arts, la mayor obra encargada hasta hoy.
La salchicha gigante fue creada por Jen Catron y Paul Outlaw, un matrimonio de artistas de Brooklyn cuya profesión suelen ser los espectáculos interactivos basados en la comida que también cuestionan la tradición –y el atractivo– de lo americano. Cuando dieron con el hot dog, símbolo nacional de patriotismo y también emblema de la verdad difícil de digerir sobre la producción y el trabajo en masa, el consumismo y la mercadotecnia, les pareció que encajaba perfectamente en el escenario.
El pancho, dijo Outlaw, “es festivo. Pero tiene una historia sórdida y un pasado complicado”. Con eventos que incluyen partidos al estilo de WrestleMania –otro fragmento enmarañado de la cultura estadounidense, bravuconería y farsa– y una serie de videos sobre los puestos de comida, en colaboración con el Street Vendor Project, los artistas esperan plasmar esa historia más amplia. Una ópera de su autoría está prevista para el espacio interior del hot dog.
Desde que se conocieron en la Academia de Arte Cranbrook de Michigan, Outlaw, de 44 años, y Catron, de 39 y embarazada, han dado prioridad a la diversión. “Jen y Paul encajan perfectamente en Times Square, desde su humor irreverente hasta su forma de jugar con las escalas”, afirma Jean Cooney, directora de Times Square Arts.
En una batalla llamada “¡Guerra de condimentos!”, dos grupos, EWA (Extreme Wrestling Alliance, un grupo local de lucha libre) y Choke Hole, famosos artistas drag y queer de Nueva Orleans, hicieron todo lo posible por ajustar cuentas. La conexión entre la acción y la salchicha no siempre estaba clara para el público. “¿La lucha libre es bastante menos peligrosa que los panchos?”, aventuró Kate Foster, decoradora que acudió con Blyth Daylong, director de artes escénicas. Le encantaba el espectáculo, incluso como condimento minoritario. Algunos vinieron vestidos para la ocasión, como guarnición. Lo surrealista apenas cubría la escena. Había un Elvis y un payaso descamisado que flotaba en una pileta para bebés llena de salsa picante. Cooney acogió con satisfacción los elementos subversivos, o ridículos. “Ha infundido en la gente, especialmente en los neoyorquinos, la sensación de que Times Square puede seguir siendo extrañay mágica”, afirmó.