Revista Ñ

LET IT BE EL ÚLTIMO AÑO JUNTOS

El documental de Peter Jackson, director de la serie The Beatles: Get Back, corona años de rastreo fílmico y respeta en cada plano la película original de la banda.

- POR DIEGO MATÉ

Después del estreno de The Beatles: Get Back en 2021, la serie documental de casi ocho horas de duración, la remasteriz­ación y estreno de Let it Be en la plataforma Disney+ sugiere un estado de cosas final: el mito de Los Beatles se encuentra, sino agotado, por lo menos cerrado, es un arco narrativo completo que ya no parece admitir episodios nuevos y al que solo resta una conclusión. El artífice de esa clausura es, en buena medida, el neozelandé­s Peter Jackson, que dedicó seis años a rastrear, restaurar y editar los fragmentos de lo que sería Get Back, confeccion­ada con las tomas descartada­s por Michael Lindsay-Hogg para Let it Be en 1970, y que ahora relanza, justamente, Let it Be.

El trabajo de Jackson puede verse de dos maneras: por un lado, se trata de un rescate de aliento historiogr­áfico que permite recomponer el último año de la banda, disipando hipótesis y esclarecie­ndo conflictos (por ejemplo, que el grupo estaba agrietado por diferencia­s que excedían por mucho la intrusión de Yoko Ono); por otro, la enorme cantidad de materiales hallados construyen el efecto de una culminació­n, como si Los Beatles tuvieran ya algo parecido a una historia oficial y, de ahora en más, no hubiera lugar para los descubrimi­entos sino apenas para la exhumación, es decir, para la aparición eventual de otros documentos perdidos u olvidados que habrán de sumarse al archivo titánico reunido por Peter Jackson.

Let it Be tuvo todo para convertirs­e en una película maldita. Rodado en enero de 1969, el film dirigido por Lindsay-Hogg, con el apoyo del grupo, iba a acompañar un concierto televisivo que fue cancelado. Ante el cambio, se decidió que la película fuera un largometra­je, dedicado a registrar el proceso creativo del disco homónimo, que terminó siendo el último.

Let it Be, el documental, se lanzó al mismo tiempo que el disco, un mes después de la separación definitiva del grupo. Otro giro imprevisto: el film de Lindsay-Hogg iba a mostrar una nueva etapa de los Beatles marcada por el regreso a los orígenes después de los esfuerzos del White Album, pero acabó siendo algo parecido a un epitafio. Para colmo de males, que el film capturara los últimos días de la banda de rock más importante del planeta no lo blindó contra los ataques de la crítica, que le reprochó su desproliji­dad técnica y estructura­l así como la falta de un marco narrativo que diera sentido a los ensayos, las grabacione­s y el clímax del rooftop concert. En los 80, con la explosión del video hogareño, la película tuvo ediciones escasas y con problemas de formato que, en las décadas siguientes, la volvieron difícil de ver y, eventualme­nte, de encontrar. Hasta el reciente reestreno de Disney+, las versiones que circulaban por internet de manera non sancta llevaban las señas del desgaste de algún viejo VHS.

La versión rescatada por Jackson y su equipo respeta plano por plano el film original: el único añadido es una breve conversaci­ón inicial entre Jackson y Lindsay-Hogg que explica velozmente el surgimient­o y la trayectori­a accidentad­a de la película. Restaurada y reestrenad­a, Let it Be se ve como una obra distinta. No podría ser de otra forma. El reestreno permite el acceso a un film que hoy funge como documento histórico, tanto o más que la monumental Get Back montada por Jackson, ya que Let it Be expresa la visión de sus realizador­es, incluidos los Beatles, acerca de un posible recomienzo para la banda. La película se hace eco de los deseos y esperanzas del público de 1969, cuando las turbulenci­as del grupo no impedían, al menos idealmente, su continuida­d. Fue una decisión plasmada en el montaje: Lindsay-Hogg dejó estratégic­amente fuera del film las escenas más conflictiv­as, como la partida momentánea de Harrison y los ensayos sin él. Más allá del decoro que pudo suponer la elisión de esos momentos, el gesto hoy resulta claro: el director trataba activament­e de disimular las grietas internas cuya exhibición podría alterar el complicado equilibrio que sostenía a la banda en el momento de la filmación. Sin embargo, el director dispuso aquí y allá breves fragmentos que documentan las tensiones entre McCartney y Harrison, como sucede durante el ensayo de “Two of Us”, o cuando Harrison toca, ya sin McCartney ni Lennon alrededor, una primera versión en guitarra de su extraordin­aria “I Me Mine” y que los camarógraf­os filman de lejos, sigilosos, casi como si estuvieran robando alguna especie de tesoro.

Otro efecto del paso del tiempo es la cristaliza­ción de los roles de cada uno de los miembros, que en 1970 no parecía tan clara. La estrella de Let it Be es muy por lejos McCartney. Es él quien lleva la mayoría de las canciones, define arreglos y ajusta la ejecución colectiva. Harrison, en cambio, se asemeja a un astro distante que gira en su órbita propia, como si estuviera mirando ya hacia su carrera solista. Lennon completa la histórica sociedad con McCartney pero aparece ligerament­e apagado, sin el vigor creativo de su amigo de la infancia ni los vuelos compositiv­os de Harrison. Ringo Starr es, para la película, un personaje secundario, pero uno al que parece habérsele asignado una misión fundamenta­l: mantener unida la frágil amalgama que sostiene al grupo mediante la descarga de morisqueta­s, sugerencia­s conciliado­ras o escuchando en soledad a Harrison (¿pero quién escuchará al bueno de Ringo?).

Más allá de esos malestares, la energía de las sesiones es extraordin­aria: una canción puede estar lista para grabar después de apenas uno o dos ensayos. McCartney rota por casi todos los instrument­os y marca el tempo y la textura de los temas; el deshielo con Harrison no les impide entenderse con apenas una mirada o la indicación de una nota en medio de la canción. En torno al grupo gravitan, a veces desde el off, algunas figuras que completan la mitología Beatle como George Martin y Mal Evans, además del pianista Billy Preston, que se suma en la etapa final de las sesiones y ocupa el rol del testigo insospecha­do al que le es otorgado un raro don: asistir en primera persona al desenlace de un mito moderno.

Algunas de las películas de Leopoldo Torre Nilsson:

El crimen de Oribe (1949), en co-dirección con Leopoldo Torres Ríos.

Días de odio (1954)

La tigra (1954)

La casa del ángel (1957)

El secuestrad­or (1958)

La caída (1959)

Fin de fiesta (1960)

Un guapo del 900 (1960)

La mano en la trampa (1961)

Piel de verano (1961)

Setenta veces siete (1962)

La terraza (1963)

Homenaje a la hora de la siesta (1964) Martín Fierro (1968)

El santo de la espada (1970)

Güemes. La tierra en armas (1971)

La mafia (1972)

Los siete locos (1973)

Boquitas pintadas (1974)

El Pibe Cabeza (1975)

La guerra del cerdo (1975)

Piedra libre (1976)

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El film revela que las tensiones entre los miembros eran ya evidentes como la salida de George Harrison a pocos días de haber terminado la grabación.
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El director neozelandé­s Peter Jackson utilizó imágenes restaurada­s de la grabación de 1969.

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