Sublime distopía en dos tiempos
Pabellón de Alemania. Pese a las horas de fila cada día, Umbrales –una puesta con obras de video y performance, y una coda en la distante isla de La Certosa– es una de las favoritas y superlativas. Ciencia ficción y el posapocalipsis.
La larga cola rodea el edificio de inspiración neoclásica que aloja el Pabellón de Alemania, en los Giardini de la Bienal de Venecia. En esta edición la entrada es lateral porque el exterior entero está invadido por montículos de tierra, en gran medida proveniente de Turquía. Un gesto de extrañeza que no lo es tanto si recordamos el tema propuesto para los pabellones centrales por el curador general Adriano Pedrosa, para esta edición, Extranjeros en todas partes, que la curadora del pabellón alemán, Çagla Ilk, hace suyo, bajo el concepto general de Thresholds (Umbrales).
La espera vale la pena. Por primera vez, además, Alemania invita a los visitantes a seguir el recorrido por La Certosa, una isla a tiro de vaporetto pero fuera del recorrido tradicional. El pabellón reúne a dos potencias: la reconocida videasta israelí Yael Bartana (1970), y el escenógrafo y dramaturgo Ersan Mondtag (1987), hijo de la inmigración turca. Ambos artistas viven y trabajan en Berlín; no es difícil suponer que ellos mismos son extranjeros en todas partes.
Bartana, veterana de muestras en grandes museos del mundo, quien participó en Bienalsur , apuesta al impacto. En la primera sala cuelga del techo un objeto (reconocemos instantáneamente una nave espacial) cuya estructura copia el diagrama de Sefirot de la Cábala. Ella la llama Generation ship, y nos dice que está diseñada para sacar a la raza humana de la Tierra, para salvar… al planeta. Light to the Nations (Luz a las Naciones) es un cruce entre el Arca de Noé y la tradición del cine de ciencia ficción, una utopía-distopía inspirada en el Libro de Isaías, que se complementa con un video imponente (Farewell, Despedida), donde criaturas humanas (que luego portan máscaras de animales), vestidos con togas de inspiración griega, bailan en el crepúsculo celebrando la naturaleza y despidiéndose de ella. Las obras, de belleza visual y sonora, aspiran a la comunicación directa mediante recursos por todos muy conocidos. La escala y la factura producen poesía y nos introducen el tema que más interesa a Ilk: el tiempo.
Bartana propone pensar el futuro; Ersan Mondtag, revisitar el pasado. En ambos discursos la melancolía se lo traga todo. Pero si en la obra de Bartana nos inunda una tristeza por lo que podría ocurrirnos, en la de Mondtag nos envuelve literalmente el polvo del pasado, el que, como dice William Faulkner, no muere, porque ni siquiera es pasado.
Dejamos la nave espacial y subimos por una escalerahata ls habitaciones donde transcurre Monument Of An Unknown Person (Monumento de una persona desconocida). Allí el artista propone una instalación de tres pisos que se inspira en la vida de su abuelo, Hasan Aygün. Como tantos otros turcos, Hasan emigró de Anatolia huyendo de la pobreza en los años 60, y trabajó toda su vida en la fábrica Eternit en Berlín. Murió de insuficiencia pulmonar, intoxicado con asbestos, o amianto, la materia prima de la fábrica que fue la nave insignia del desarrollismo alemán, y que poco después fue prohibida.
La instalación es animada periódicamente por una performance de cinco actores: el abuelo, su mujer, sus tres hijos. El visitante accede primero a la fábrica de Eternit. La acción verdadera comienza en el primer piso, la casa de la familia, ¿cubierta del polvo del tiempo?, ¿de asbestos? El visitante recorre la casa pequeña junto con los actores, que ceremoniosamente repiten las escenas de la vida privada en las que todos nos reconocemos: la madre sirviendo la sopa, la hora de la televisión, la hora de la siesta. Hasta que irrumpen la muerte y el dolor. Y el padre (el abuelo) muerto, desnudo de sus trajes, de su historia, de su fábrica, es el padre universal, y el dolor de su familia, el nuestro. El montículo de tierra de la fachada fue traído del pueblo turco de Hasan Aygün, el trabajador desconocido.
La obra es conmovedora. Repite la idea de ceremonia que vimos en Farewell, pero se trata de un rito más íntimo y, de algún modo, más eficaz. Los espacios y los actores revelan el manejo de escena de Mondtag, y su talento para contar historias.
Epílogo en otra isla
Intrigados por la continuidad de la propuesta, pusimos proa a La Certosa. Allí nos encontramos con cinco instalaciones sonoras que interactúan con la naturaleza, con la arquitectura, y entre sí.
Ilk sostiene que el muelle mismo de la isla es un umbral, y convoca allí a Jan St. Werner a “invertir volúmenes”. La bienvenida entonces es sonora, y se completa con el sonido de nuestros pasos. La propuesta nos obliga a ajustar nuestras herramientas de percepción, aguzando el oído y sintiendo el sonido en el cuerpo.
Lo secundan Robert Lippok, la más interesante Nicole L´Hullier (que recoge ruidos de esta isla y los reproduce confundiendo los sonidos de la obra con los de la realidad), Michael Akstaller, y Louis Chude Sokei, quien trabaja con los sonidos que la isla emana y el agua devuelve para recordar la habilidad perdida de escuchar respuestas. Su obra se llama Umbrales: ese lugar en el que nadie permanece, y que, según la curadora, “existe porque algunas cosas han ocurrido y otras están por ocurrir”. Umbrales, para Ilk, sintetiza la extrañeza: “El umbral entre nacionalidades y afiliaciones es una experiencia traumática y violenta”. También hay belleza en cada encuentro.