CUANDO LA GIOCONDA ESTUVO EN AMÉRICA
Podcast “Traidores del arte” / Episodio X. El cuadro de Da Vinci tuvo sus periplos. Fue robada en 1911 y recuperada dos años después, y una sola vez cruzó el oceáno. Y tiene un clon.
Cuál es la relación de La Gioconda, de Leonardo da Vinci, la obra de arte más popular, visitada, alabada y parodiada del mundo, con nuestra América? ¿Qué hilos la unen con esta parte del mundo en el norte, en Sudamérica y en el Caribe? El retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, de allí su título, fue pintado hacia 1505 por Leonardo da Vinci y está considerado el prototipo de retrato femenino del Renacimiento. Se trata de una obra pequeña realizada con aceite sobre una tabla de álamo: mide solo 77 x 53 centímetros. El tiempo medio de espera para poder verla hoy, en el Louvre, es de tres horas. El tiempo medio delante del cuadro es de ocho segundos, lapso para solo una fotografía o una selfie. Actualmente La Gioconda se encuentra en los primeros lugares de la lista de cosas que ver antes de morir para muchos turistas. De prosperar los planes de ampliación del Louvre, la obra más conocida del arte clásico podría ser reubicada en los próximos años en una cámara subterránea, construida solo para ella.
La historia cuenta que en el 1911 es robada y recuperada en 1913. Que el ladrón fue Vincenzo Peruggia, un italiano cuya intención era devolver la obra de Da Vinci a su país natal porque consideraba que debía estar en Italia y no en Francia. El robo fue relativamente fácil; él se escondió, la descolgó y se la llevó entre su ropa. La tuvo durante un tiempo en su casa. Se cuenta que la miraba de vez en cuando, que se había enamorado de esa mujer de sonrisa enigmática. Que un día intentó venderla y quedó detenido, solo durante 8 meses. Pero hay otra historia: comienza el 25 de junio de 1935 y tiene que ver ya no con Europa sino con América.
El italiano Vincenzo Peruggia, el ladrón patriótico de la Mona Lisa, sólo había sido el instrumento. El cerebro del robo había sido un argentino que tenía un título de marqués, cuyo nombre era Eduardo de Valfierno y su objetivo alrededor de la Mona Lisa había sido comercial. El Marqués Eduardo de Valfierno, había convencido a Peruggia de robar la Mona Lisa como distracción para que, mientras los investigadores la buscaran y la opinión pública desatendiera, él con la ayuda de un pintor y falsificador francés, pudieran reproducir y vender como originales las falsas Giocondas, a incautos y desalmados compradores, algunos de ellos residentes en América.
La historia de este falso marqués fue publicada en la revista estadounidense The Saturday Evening Post el 25 de junio de 1932, como parte de las confesiones que supuestamente este hombre le hace al periodista Karl Decker, quien tenía fama de inventar casos. Entre 1860 y 1930, la Argentina era vista en el mundo como una potencia mundial. La explotación de las ricas tierras de La Pampa había impulsado fuertemente el crecimiento económico. Los argentinos ricos viajaban a Europa y eran protagonistas de un sinfín de cuentos donde la opulencia era la característica principal. Por tanto, la historia estaba perfectamente hecha como para confiar en este marqués argentino sin que nadie fuera a buscar realmente si existía o no existía. Al descubrirse que nunca existió el marqués de Valfierno y su cómplice, copista y falsificador, se impone una pregunta: ¿entonces no hay falsas Giocondas en América? La respuesta es sí y no. Puede que no hayan sido falsificadas ninguna de las obras tras el robo de 1911, pero sí en América, y más precisamente en el Caribe, hay una compañía que posee otra Mona Lisa, cuya aparición en el mercado del arte trajo mucho interés.
En el Met de Nueva York, ¿y el Caribe?
Pocas veces la Mona Lisa ha salido del Louvre y una sola vez ha pisado América. Fue durante la Guerra Fría. Jackie Kennedy, esposa del presidente de los Estados Unidos, es amiga del escritor André Malraux, por entonces ministro de Cultura de Francia. La primera dama le confía su deseo de llevar la Mona Lisa a Estados Unidos. Tanto el presidente Charles De Gaulle como el ministro aceptan. La Gioconda viaja a Nueva York con importantes medidas de seguridad. Se traslada en un transatlántico, se aloja en un camarote de primera clase, es vigilada día y noche dentro de su cajón de metal atornillado al suelo al que se le han hecho numerosas pruebas, a fin de que la pintura no sufra ningún daño. Llega a Nueva York el 4 de febrero de 1963 y es visitada por un público entusiasta. Se dice que más de un millón seiscientos mil visitantes formaron colas kilométricas ante el Museo Metropolitan. El tiempo de contemplación de la obra para los visitantes fue de doce segundos.
Mucho tiempo después, en 2012, otra Mona Lisa aparece en suelo caribeño. La obra se conoce como “Mona Lisa, la versión anterior” ó “Mona Lisa de Isleworth”. Con su fondo incompleto, se supone que fue pintada 10 años antes que la Gioconda del Louvre y luce más feliz. Trascendió que la propiedad de la pintura es de un consorcio llamado Mona Lisa Inc., de la isla Anguila, territorio británico de ultramar en el Caribe, conocido por ser un paraíso fiscal.
En la actualidad, el cuadro integra una exposición organizada por la Fundación Mona Lisa en la Promotrice delle Belle Arti de Turín, titulada Leonardo Da Vinci - La Primera Mona Lisa. La muestra conduce a los visitantes a través de ocho galerías y culmina con una vista del retrato, que se exhibe en una sala única dentro de una vitrina iluminada. Cada visitante recibe una tablet que contiene el recorrido audiovisual y 30 cortometrajes que relatan distintas secciones de la exposición, investigando la evidencia histórica y los exámenes científicos, incluidos discursos y entrevistas con estudiosos internacionales de Da Vinci.
Los datos conocidos sobre esta Mona Lisa la sitúan en Inglaterra en 1778, adquirida por la familia Montacute. Luego en 1913, Hugh Blaker, un comerciante de arte que antes había recuperado obras importantes de artistas como Rubens, Velázquez y El Greco, la compró en una casa en Somerset, en Inglaterra. Como radicaba en Isleworth, al oeste de Londres, recibe el apellido por el que también se le conoce. A la muerte de Blaker, sus familiares la venden en 1947 al coleccionista estadounidense Henry Pulitzer, quien dedicó gran parte de su vida a intentar demostrar que era una obra original de Da Vinci. A él pertenece el libro ¿Dónde está la Mona Lisa?. Tanto Blaker como Pulitzer se quedan sin dinero en su intento de demostrar la presunta originalidad. Pulitzer muere y no se sabe nada más de esta Mona Lisa hasta que resurge la noticia desde el Caribe y se conoce que un consorcio anónimo la había comprado y guardado durante 40 años en una bóveda en Suiza.
La historia sigue cuando la familia Gilbert dice que comparte la propiedad de la obra con Pulitzer y aporta una fotografíade 1960 que la sitúa en el living de su casa en Inglaterra, además de papeles de 1964 que registran que es propietaria del 25% de la pintura. Los Gilbert contratan a Christopher Marinello, apodado “el Sherlock Holmes del mundo del arte”, uno de los detectives de arte más conocidos y desde entonces se suceden juicios y estudios que apuntan a consolidar la atribución de la obra a Leonardo Da Vinci. En un comunicado de prensa reciente, Joël Feldman, secretario general de la Fundación Mona Lisa, señaló: “Sólo en los últimos cuatro años se han publicado más de media docena de libros que presentan nuevas pruebas que ponen la atribución fuera de toda duda”.