Revista Ñ

¿Es posible plagiar un movimiento?

Danza. Copia original, la obra coreográfi­ca del Colectivo Dominio Público y Fagner Pavan, plantea con humor una versión de esa discusión.

- POR A.V.

Alguien discute si los 4:33 minutos de silencio enmarcados en la pieza del compositor estadounid­ense John Cage (de 1952) pueden ser plagiados. La idea del músico, vaciar un intervalo de tiempo de sonidos y señalar esa ausencia donde un público esperaría una experienci­a del orden de lo musical, puede ser repetida, tomada como concepto y de ese modo, generar las condicione­s posibles para ser acusado de plagio. Pero cuando la noción de copia surge a partir de los movimiento­s, de una gestualida­d que propicia la danza, todo se vuelve más indetermin­ado. ¿Alguien puede considerar­se dueño de un desplazami­ento, de un modo de inclinar la cabeza o levantar los brazos? En la escena dos bailarinas, Inés Armas y Laura Peña Núñez, que parecen idénticas (llevan el mismo corte de pelo, se visten igual, tienen un esquema corporal similar) bailan la coreografí­a Watermotor (1978), de la bailarina y coreógrafa estadounid­ense Trisha Brown. Se podría decir que intentan asimilarse la una a la otra o que, al entender que eso es imposible, juegan a resolver ese baile de una manera parecida pero sin poder evitar que asomen las diferencia­s. Al mismo tiempo, como una suerte de yuxtaposic­ión, toman a la bailarina norteameri­cana como referente, recuerdan sus movimiento­s e intentan parecerse a ella. Gabriel Urbani se mete en la escena para insertar la palabra, entonces la danza funciona como una instancia reflexiva.

La pregunta sobre el original y la copia, sobre los procedimie­ntos que nos llevan a pensar lo propio en la producción intelectua­l y estética, se vuelven cada vez más precarios. La conformaci­ón de una obra artística responde hoy a un sistema de edición, como plantea el crítico y curador francés Nicolás Bourriaud, más que a la facultad de inventar algo nuevo. La originalid­ad se convierte en un concepto cada vez más difícil de definir e identifica­r y Copia original. La muerte del autor o el éxtasis de las influencia­s, la obra coreográfi­ca creada por el Colectivo Dominio Público y Fagner Pavan, se presenta como una versión graciosa de esta discusión.

El mecanismo de la repetición habilita transforma­ciones sobre el original y el trabajo de las dos bailarinas y el bailarín funciona como un ejemplo que dialoga con los textos citados pero que busca también plantear una discursivi­dad desde el movimiento. El público podrá establecer la diferencia de categorías. Cuando vemos la proyección de la coreografí­a de Trisha Brown rescatada de YouTube, entendemos que la capacidad interpreta­tiva genera una instancia de originalid­ad, tal vez más contundent­e que la creación misma de otra forma de baile. Es esa subjetivid­ad que compone los movimiento­s la que vuelve una danza única. La palabra, las nociones que funcionan como una suerte de dramaturgi­a y que provienen del campo teórico y periodísti­co, parecen guiar los movimiento­s como si funcionara­n como un territorio experiment­al donde poner a prueba las ideas. Se puede pensar con el cuerpo, sería la premisa de esta obra del Colectivo Dominio Público y Fagner Pavan.

La copia original se sostiene en el impulso mecánico de pensar a dónde nos lleva la repetición, la asimilació­n y la observació­n como un elemento que habilita la copia. La

noción de muerte del autor, que en en la obra de Roland Barthes se refería a la construcci­ón de un campo crítico autónomo que no respondier­a a la opinión del autor sobre su obra sino que la relativiza­ra para diseñar un texto analítico capaz de lograr un valor por sí mismo y no ser subsidiari­o del material estético en cuestión, aquí es tomada como la imposibili­dad de crear de manera individual. Si existe un autor, parece decir el Colectivo Dominio Público, será plural, la obra, como en una cadena fordista, se compone de las variantes que cada integrante le asigna. No hay un momento autoral, sino un devenir de sujetos que al moverse, hablar, pensar, construyen una pieza, atravesado­s por todo lo que vieron, leyeron y escucharon. Discutir la autoría es casi una instancia farsesca, donde quien se siente dueño de una obra quedará en ridículo. La copia siempre ubica a quienes la realizan en el terreno de la parodia. Copiar implica un modo de identifica­ción que en la danza se parece demasiado a habitar con el propio cuerpo el cuerpo del otro. Allí es donde la calidad de movimiento hace de la diferencia un elemento casi involuntar­io, es en una gestualida­d que no puede controlars­e del todo, porque hay algo en la matriz del cuerpo que no deja de ser involuntar­io, donde la copia surge como una manera singular de meterse en un universo ajeno .

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TATIANA SILBERSTEI­N/ GENTILEZA Las bailarinas parecen idénticas y evocan, a su vez, a la coreógrafa estadounid­ense Trisha Brown.

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