Bailar flamenco como ninguna
Sobre el tablao. Nacida en Buenos Aires, Hebe Zacco se convirtió en bailaora profesional tras formarse con los mejores especialistas del país.
El baile flamenco, que junto con el canto y la guitarra es una de las tres expresiones del arte gitano-andaluz, despierta pasiones fulgurantes pero muy fieles en quienes se vuelcan a él. Y esto es particularmente reconocible en aquellos artistas que no nacieron en Andalucía, cuna del género, sino en lugares tan ajenos a ella –desde todos los puntos de vista– como Japón, Suecia o Brasil, por nombrar apenas un puñado de países; por supuesto, también en la Argentina, donde este arte viene floreciendo en intérpretes notables. Bailar pero también reflexionar sobre el flamenco es parte de las inquietudes de muchos de estos artistas: tanto en relación a sus manifestaciones escénicas o de “tablao” como en sus posibilidades de renovación o en su apego a la tradición. Vale la aclaración: “tablao” es la manera andaluza de pronunciar “tablado”, y designa un lugar y un tipo de espectáculo que reúne bailaores y músicos en un espacio muy reducido y aunque bajo reglas estrictas tiene un gran margen para la improvisación.
Hebe Zacco, nacida en Buenos Aires, se encontró tempranamente con el flamenco; hasta hoy, maravillosa bailaora como es, sigue pensando y profundizando en su arte. Aquel encuentro temprano fue casual: era adolescente y pasaba las vacaciones en el hotel de la Asociación de actores en la provincia de Córdoba. Allí, tomó clases de sevillanas con los actores Horacio Roca e Ingrid Pelicori, que las habían aprendido para una obra teatral. La sevillana es un baile folclórico andaluz, no puramente flamenco, fue un primer paso. –¿Cómo te formaste?
–Tomando clases con varios de los profesores de aquella época. Y luego comenzaron a venir con mucha frecuencia maestros de España.
–¿Había tablaos?
–A comienzos de los ‘90, íbamos especialmente a Fama, un tablao que se había transformado en el lugar de flamenco de Buenos Aires, en la zona de Tribunales. Durante el día era un bar que frecuentaban empleados de oficina y abogados. Los fines de semana, a la noche, se transformaba en tablao. Primero había un show con un grupo llamado Los Iberia, mezcla de españoles y argentinos. Y después, en la segunda parte, venían los Tarantos, gitanos españoles radicados aquí; para nosotros, los que amábamos el flamenco, era un tesoro. Después del show se armaba la juerga, que seguía en los bares aledaños. –¿Cuál fue tu primer tablao profesional? –Subí a bailar… mucho antes de estar preparada. Fue en El Ávila, sobre Avenida de Mayo. Su dueño, Miguel, tiene hasta hoy allí su restorán y tablao y me ayudó, como a tantos otros artistas, a foguearme. –¿Cómo siguió tu historia?
–Llegó el momento de irme a España; estuve ocho meses en Madrid estudiando en la Escuela Amor de Dios. Volví a Buenos Aires, empecé a dar clases de flamenco y a bailar. Estuve cinco años, regresé a España y después de ocho meses en Barcelona, me instalé en Sevilla durante seis años.
–¿Qué hizo que volvieras a la Argentina?
–Mi intención era quedarme a vivir en Sevilla. Pero al transcurrir los años, a pesar de estar rodeada todo el día de flamenco en la meca de este arte, empecé a extrañar nuestra idiosincrasia, nuestras formas de ser. Me faltaba el cosmopolitismo de Buenos Aires: poder ver una obra de teatro, ir a un concierto de jazz. Cada vez que venía de visita a Buenos Aires, volver a Sevilla era un desgarramiento. Y por otra parte, había aquí cada vez más flamenco. –Creaste obras de flamenco escénico; dos espectáculos tuyos tuvieron elementos tomados de otras culturas como el tango y el bolero; y a la vez nunca abandonaste el formato tablao. ¿Qué significan uno y otro? –Descubrí esta dualidad en Sevilla. Un maestro nos hablaba del bailaor de tablao y del bailaor de escenario. Decía que para prepararnos como bailaores teníamos que tener en cuenta a los músicos. Aquel que bailó únicamente en un escenario no tiene esa conexión con el cantaor y el guitarrista que sí ocurre con el tablao. Todas las obras escénicas deberían cerrar con un baile por juerga, la verdadera génesis del flamenco, con su frescura e improvisación.
–Utilizás la palabra “juerga”. ¿Qué significa en el vocabulario del flamenco?
–La juerga es un momento festivo con música y baile, que puede aparecer en un bar o después de un espectáculo pero abajo del escenario y siempre de manera espontánea. El llamado “fin de fiesta” sería como la juerga pero ya formando parte del espectáculo o del tablao mismos y a la manera de un cierre. Es el momento en que también salen a bailar cantaores y guitarristas y prácticamente se hace siempre “por bulerías”, un ritmo alegre y picaresco. –Tenés por delante dos fechas de tablao, ¿habitualmente cómo lo preparás?
–Elijo los “palos” [los ritmos propios del flamenco] y a la otra persona que también va a bailar y nos distribuimos lo que hará cada uno. Pienso de antemano qué pasos quiero hacer, qué aire quiero darle y comunico a los músicos la estructura que voy a seguir. He visto bailaores que llegan y les dicen al cantaor y al guitarrista, “voy a bailar ‘por alegrías’”. Nada más. Yo soy más meticulosa y quiero saber qué letras se van a cantar porque algunas me llegan más qué otras. Igual, es siempre un juego. –Hablando de juego, tenés un proyecto sobre clases de flamenco para niños. Pareciera que esta forma de expresión necesita una interioridad y una madurez ajenas al mundo infantil. ¿Cómo las concebiste?
–Viviendo en Sevilla, hice un reemplazo en un curso de flamenco para niñas que ya practicaban una técnica rigurosa. Sin dejarla de lado, propuse que también jugáramos al tablao, distribuyendo los roles. Esa pequeña semilla quedó en mí y hablando con Natalia Gorini, que tiene mucha experiencia como profesora de teatro para niños, pensamos en unir el flamenco con recursos teatrales. Aparecieron situaciones, como el viaje y el campamento gitano o el tablao; y luego se trata de aprender pasos y palmas con un sentido lúdico.