EL IMPRESIONISMO COPA EUROPA
150° aniversario. Exposiciones en Roma, Berlín y el parisino Museo d’Orsay, con una experiencia inmersiva, rinden tributo a los paisajes, colores pastel y escenas vitales de esa vanguardia previa. Atraen multitudes.
Ni el mal clima ni las bajas temperaturas desalientan. ¿Qué atrae tanto del impresionismo? Quizá sea la época: como ahora, hace 150 años el suelo se movía debajo de los pies de aquellos artistas impresionistas. Atrás quedaba la guerra franco alemana, pero París se sumergía en una violenta insurrección civil que dejaba a una sociedad traumatizada. Todo estaba por inventarse y los impresionistas lo hicieron.
En Italia, en Alemania y en Francia, por contar algunos países, el impresionismo copa la parada. Las muestras se llenan de un público entusiasta de todas las edades. Y las exhibiciones no defraudan.
Allí están, para disfrutarse a pleno, la belleza, la imaginación, los paisajes bucólicos, los colores pasteles, las escenas de la vida, la energía de las pinceladas en las pinturas que, a pesar de las pasiones que levanta el arte contemporáneo, siguen subastándose a precios “impresionantes”.
Paul Cézanne, Edgar Degas, Claude Monet, Berthe Morisot, Edouard Manet, Pierre Bonnard, Auguste Renoir y Camille Pissarro encabezan el seleccionado “impresionista”, que no recibió ese nombre como un reconocimiento al movimiento, sino como una crítica –prejuiciosa por cierto– en sus orígenes, en 1874. Fue el crítico Louis Leroy quien atacó en particular el cuadro de Claude Monet, “Impression, soleil levant” (conocido más como “Amanecer”), hoy en el Museo Marmottan Monet, de París.
La prensa de finales del siglo XIX temía que los artistas impresionistas “impusieran un arte de puro disfrute, en detrimento de una pintura más seria sobre acontecimientos históricos típicamente seleccionados para las exposiciones oficiales”. Así lo explica un ensayo del historiador del arte, Bertrand Tillier, en el catálogo del Museo d’Orsay de París, que presenta una exposición temporaria monumental, junto con una experiencia inmersiva exquisita por sus contenidos, su producción, su guión y su perspectiva pedagógica, en la planta baja del Museo.
Si hubiera que sugerir un itinerario para recorrer las muestras impresionistas en Italia, Alemania y Francia, habría que comenzar por la de Roma y los 150 años de la revolución impresionista que se exhibe hasta el 28 de julio en el Museo Histórico de Infantería de la capital italiana (MIDA). Empezando por Italia nos preparamos para la apoteosis del impresionismo en París.
Roma y un foco original
El MIDA presenta una muestra antológica con 160 obras de 66 artistas, procedentes de colecciones privadas de Francia e Italia, reunidas bajo el título de Impresionistas - Los albores de la modernidad, con un enfoque diferente a las muestras de Berlín y de París. En la exhibición italiana se pone de relieve el caldo social y cultural que, a fines del siglo XIX, alumbró en París una revolución artística tan original. De allí que las piezas son presentadas como “experimentos con nuevas técnicas”.
En la exhibición romana no solo hay pinturas, también hay dibujos y grabados de artistas que, con su experimentación con nuevos estilos y técnicas, contribuyeron a hacer del impresionismo una corriente única que influyó en la contemporaneidad.
Junto a las obras menos conocidas de los grandes impresionistas como Pissarro, Degas, Cézanne, Sisley, Monet, Morisot y Renoir, también pueden disfrutarse las pinturas de Bracquemond, Forain, Lepic, Millet, Firmin-Girad y el “Bateau sur la riviere”, de
Paul Lecomte, elegido como imagen de la exposición.
El recorrido está dividido en tres partes y entre las joyas expuestas se cuentan “La casa del doctor Gachet en Auvers”, de Cézanne; “El retrato de Berthe Morisot” (la gran artista del impresionismo), de Manet y “La loge”, de Renoir, además de las reconocidas bailarinas de Degas.
Según han señalado el crítico Vittorio Sgarbi, presidente del Comité Científico que impulsó esta exhibición en Roma, y Vincenzo Saffo, director del MIDA, los impresionistas son “perpetuamente contemporáneos porque tratan con nuestras emociones y porque quitaron la razón a la pintura”.
Y aún más, recorrer el arte impresionista permite “recuperar el sentido de una época única e irrepetible”.
Berlín, del romanticismo al impresionismo
Seguimos viaje hacia Berlín. Si la exposición romana, basada en experiencias diversas, se enfoca en el poco conocido derrotero impresionista en el dibujo, el grabado y otras técnicas, el segmento alemán del impresionismo, más conservador, acompaña la deslumbrante exposición antológica Paisajes infinitos, de Caspar David Friedrich, exquisito pintor conocido como el padre del romanticismo alemán, en el 250 aniversario de su nacimiento.
Largas y entusiastas filas de público aguardan en la berlinesa Isla de los Museos un día excepcional de sol en primavera. La mayoría de los asistentes son jóvenes, una gran noticia para la cultura.
La Europa del siglo XIX se abre a los visitantes en la Alte National Galerie de Berlín. Y Friedrich dialoga con Cézanne y Renoir como si no los separara un siglo. La Antigua Galería Nacional de Berlín es patrimonio de la humanidad, así declarada por la Unesco. Al estilo del clasicismo prusiano, el edificio que asemeja un templo antiguo, presenta en tres pisos una exhibición temporaria inolvidable. Bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial, dividido durante la
en el asador”, por eso se mezclan los artistas en una selección más ecléctica.
La exposición de 1874 presentó sólo una minoría de obras impresionistas. Solo siete de los 31 artistas y 51 de las 215 obras de la exposición de su tiempo, organizada por un grupo de la llamada Société Anonyme des Artistes Peintres, Sculpteurs, Graveurs, fueron posteriormente denominados impresionistas.
El contexto en la muestra del Museo d’Orsay es clave. Algunos de los artistas respondieron a una sociedad traumatizada por los violentos conflictos de 1870 y 1871, pero otros quisieron seguir adelante, forjar un nuevo camino sin quedar atrapados en el pasado, según algunos críticos.
Hay obras asombrosas y nuevas. Por ejemplo, la “Olimpia moderna, boceto” (1873), de Cézanne, que retrata a una prostituta desnuda observada por un hombre vestido, al lado de “La cuna” (1872), bellísima pintura de Berthe Morisot, en la que una madre observa amorosamente a su bebé dormido. Morisot fue la única pintora impresionista en la Exposición de 1874.
Una inmersión sorprendente
Hasta agosto próximo continuará Una velada con los impresionistas. París 1874, con la que los visitantes coronarán un paseo inolvidable por el Museo d’Orsay.
Quienes se hayan sumergido en las experiencias inmersivas de Van Gogh o Frida Kahlo en Buenos Aires no han visto lo mejor de la realidad virtual en 3D.
Tras visitar la muestra central no estamos abrumados y decidimos quedarnos en el siglo XIX. Pertrechados con el casco de realidad aumentada accedemos, una tarde de primavera de 1874 a las 20, al antiguo estudio del célebre fotógrafo Nadar, en el Boulevard des Capucines. En las plantas 2ª y 3ª del edificio, unos 30 artistas se reúnen para presentar al público una selección de unas 165 obras. En la noche inaugural, una joven mademoiselle Rose, nos acompaña durante más de una hora para que compartamos la velada inaugural del impresionismo.
A escala real, los personajes se suceden ante nuestra mirada asombrada. Los visionarios artistas que tendremos muy cerca (virtual, claro), siempre guiados por Mme Rose, son Claude Monet, Auguste Renoir, Berthe Morisot, Paul Cézanne, Camille Pissarro y Edgar Degas.
Avanzamos por el Salón de 1874 y pasamos luego luego al estudio del pintor Frédéric Bazille, donde surgió la idea de la exposición, a la Île de la Grenouillère, donde Monet y Renoir pintaron juntos, y finalmente a Le Havre, donde Monet pintó su famosa “Impression, Soleil Levant”. Los paseos permiten entender mejor los vínculos entre los miembros del grupo y la esencia de su búsqueda.
La experiencia se basa en una profunda investigación de los equipos del Museo d’Orsay, así como de expertos en reconstrucción 3D y realidad virtual. En inglés y en francés la visita es un viaje en tiempo. “Vivimos” en el siglo XIX por un rato, estamos rodeados de artistas, hay voces, risas, intercambios. Cada tanto, unas figuras fantasmagóricas se nos cruzan y ahí chocamos con otros visitantes que viven la experiencia.
Bajamos escaleras con Mme. Rose y salimos a los paisajes que pintaron los impresionistas, cruzamos puentes, asistimos al work in progress de las obras que ya hemos visto colgadas en la muestra central. Y, sobre todo, aprendemos más de las motivaciones y los anhelos que acompañaron el surgimiento de una vanguardia que, al día de hoy, sigue atrayendo multitudes en todo el planeta.