Revista Ñ

Los secretos de un comediante

Streaming. Steve! (Martin) un documental en dos partes repasa la vida del actor. Cómo su humor tardó en encajar y por qué es una celebridad inaccesibl­e.

- POR JAVIER DIZ Antes y después

En marzo de 2020, cuando la pandemia provocada por el Covid obligaba al mundo a una reclusión indefinida, el comediante Steve Martin atenuaba la incertidum­bre con breves videos, que colgaba en su cuenta de Twitter, en los que tocaba una melodía distinta en el banjo cada día. Así, una enorme cantidad de gente con problemas de sueño y ansiedad se enteraba en qué andaba ese actor conocido por un puñado de películas, entre ellas, La pantera rosa. Muchos otros, también, sabían que había sido alguna vez el cómico más famoso del mundo. Steve! (Martin) un documental en dos partes –disponible en Apple TV– es una oportunida­d para revisar que, a lo largo de varios años a finales del siglo XX, Steve Martin tuvo mucho que ver a la hora de establecer algunas cuestiones inexplorad­as sobre el oficio de hacer reír. Algunos, como el mismísimo Elvis Presley, no dio tantas vueltas y le dijo directamen­te que tenía “un sentido del humor muy rebuscado” (fue antes de un show en Las Vegas, donde coincidier­on a principios de los 70). Y es que el humor de Martin tardó en encajar, si es que alguna vez lo hizo del todo: “Hay dos clases de personas en el mundo: los que entienden el humor de Steve y los que no”, dirá Stormie Sherk, su expareja, para dejar un poco más claras las cosas.

Para contar la historia del cómico y su influencia en la comedia norteameri­cana, el documental dirigido por Morgan Neville plantea dos partes bien diferencia­das, de una hora y media cada una. En su primera mitad, la película responde a un modelo estándar en el que, a partir de imágenes de archivos y distintas voces en off – incluida la del propio Martin–, se relatan los tempranos años familiares y profesiona­les de un adolescent­e fascinado por el universo de la magia, y que poco a poco va descubrien­do su relación con el humor.

En ese camino lento en el que iba establecie­ndo su propio sistema de códigos, Martin empezaba a acostumbra­rse al hecho de quedar a contramano de lo que ocurría a su alrededor: a finales de los años 60, en un momento en el que los comediante­s hacían humor político, él elegía hacer monerías con mucho de humor físico, pasos de comedia en apariencia tontos, sencillos y sin profundida­d. De esta manera, aquel joven que quería ser mago y con estudios de filosofía y lógica avanzada se desmoronab­a ante algunas críticas que recibía durante sus primeros años de stand up.

Pero insistía. Estaba seguro de que lo suyo era distinto. Quizás no para todo el mundo, pero había algo en su propuesta que era nuevo. Le llevaría un tiempo perfeccion­ar su exaltación del absurdo y su insistente capacidad para encontrar oro en la estupidez, mientras se acostumbra­ba cada vez más a escuchar la palabra “weird” refiriéndo­se a su trabajo. Aunque había un grupo de gente que lo aplaudía. Primero fueron treinta, después cien, después tresciento­s. Era cuestión de esperar a que, finalmente, su humor fuera aceptado.

Así, luego de diez años haciendo su show de stand up y con una sensación de desilusión casi permanente, se le abrieron las puertas de la televisión con las tres palabras mágicas que cambiarían el destino de muchos como él: Saturday Night Live. Martin no estaba solo; descubrió que había muchos weirdos (Dan Aykroyd, Jim Belushi, Chevy Chase, Bill Murray, entre muchos otros para una historia de la televisión contada ya tantas veces). Y de la noche a la mañana, aquellos tresciento­s fieles que acudían a su show en las tablas se multiplica­ron a decenas de miles, hasta alcanzar una popularida­d masiva.

La primera parte del documental de Morgan Neville cuenta con múltiples imágenes ese ascenso a toda velocidad; cómo ese joven que hacía un humor incómodo y tonto pasó a ser el modelo a seguir en la escena del humor norteameri­cano. Pero esas luces también conllevan algunas sombras.

Además de esa historia conocida, visible, sobre Steve Martin actor, la película profundiza en una persona que, desde niño, cargó con la nula demostraci­ón de amor paternal, con la falta de seguridad que podría contribuir un gesto de apoyo que nunca existió. Quizás sea esa la razón por la que la vida personal de Steve Martin se convirtió, en su pico máximo de popularida­d, en un enigma impenetrab­le, una celebridad solitaria, inaccesibl­e, que no quería ni siquiera develar cuál era la razón por la que había comenzado a conformar una importante y valiosa colección de cuadros que vestían algunas de las grandes habitacion­es de su hogar.

La segunda mitad del film cambia totalmente el registro, y muestra finalmente a Steve Martin en la actualidad, continuand­o la cronología de su historia, que en este segmento abarca desde el inicio de la década del 80 –cuando decide abandonar el stand up– y repasa su inmersión al cine de Hollywood, que lo haría mundialmen­te famoso pero que también provocaría un rebote de críticas cada vez más negativas a sus interpreta­ciones en la pantalla.

Aquí aparece un Steve Martin relajado, lejos de la presión de ser el centro del universo –como se sintió en esos agitados años 70– , esposo y padre de familia, y volviendo al stand up junto con Martin Short, comediante y amigo de toda la vida, y con el que improvisa una buena cantidad de chistes, mientras prepara su espectácul­o, le da forma a sus otros proyectos (performanc­es musicales, columnas con textos reflexivos en revistas, guiones para un cómic sobre su trabajo en cine), y disfruta de haber vuelto al reconocimi­ento por su papel en la serie Only Murders in the Building. Esta parte del documental también da cuenta del mayor hallazgo en su carrera y en su vida: a los 75 años, Steve Martin logró dejar algunas sombras atrás para descubrir que, por fin, es feliz. Y eso es lo que más nos importa.

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En los 60, en un momento en que los comediante­s hacían humor político, Martin hacía monerías.

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