CÁLIDAS GEOMETRÍAS DE INVIERNO
Cuando los días se hacen cortos, Tulio de Sagastizábal siente la necesidad de trabajar en obras íntimas, pequeñas. A la luminosa primavera le toca el privilegio de su exhibición.
Escucho al artista Tulio de Sagastizábal en la Galería Mar Dulce, donde se exhibe su muestra Trabajo de invierno, un conjunto de pinturas realizadas en los últimos ocho años, habitadas por sus singulares formas geométricas y un cromatismo pregnante. Su tono de voz apacible, en el marco de un rostro de sonrisa amable, revela pensamientos, emociones, experiencias, con la sucesión natural de alguien dispuesto a compartir.
Las 28 obras exhibidas, casi todas de pequeño formato, nacieron alrededor del solsticio de invierno, cuando el artista siente la necesidad de realizar un trabajo de dimensiones reducidas, más íntimo, más cercano en el manejo corporal, casi artesanal. “Cuando llegamos a abril, me pongo a trabajar como en un reflujo, en obras pequeñas, básicamente sobre papel, y con una técnica que adoro, que es con el uso de gouache como material”, señala. Elogio de lo pequeño impregnado de experimentación, hallazgos y novedades, con una lógica que podríamos emparentar a la de la poesía.
Dice De Sagastizábal que nunca se consideró un pintor “abstracto” porque su trabajo se aleja del uso racional de formas neutrales, de una fría precisión, de la reducción de colores, de la pureza, de cualquier intención de sistema cerrado, por nombrar algunas características de los movimientos fundantes de la abstracción de principios del siglo pasado. Aunque sí podría adscribir al siguiente enunciado de Piet Mondrian: “Todo artista verdadero ha sido siempre inconscientemente movido por la belleza de la línea, del color y de las relaciones entre ellos, y no por lo que se-
an capaces de representar”.
El artista analiza que la figuración, a la que se dedicó durante veinte años, lo acercaba más a un gesto trágico vinculado con la figura humana y que, en cambio, su abstracción se inscribe en la celebración, en términos del filósofo Hans-Georg Gadamer. En 1997 hizo su primera muestra abstracta. Habla de la felicidad que le produce estar frente a una obra de Alfredo Hlito, de su admiración por Lucio Fontana, de la obra de Camelo Arden Quin, en cuanto a la
historia de la abstracción geométrica rioplatense. Y, más allá de figuraciones y abstracciones, piensa que finalmente toda su obra está impregnada por el tiempo de la infancia, transcurrido hasta los doce años en Misiones, antes de radicarse en Buenos Aires. De hecho, durante la conversación, De Sagastizábal cita a John Berger en un análisis sobre Gustave Courbet, para quien “el lugar donde un pintor pasa su infancia suele tener un papel importante en la construcción de su visión”.
El artista trabaja por series. En Colorama 2, de 2017, sobre un fondo de cierta neutralidad cromática –en el cual se evidencia la pincelada otorgándole un aspecto inacabado que constituye un recurso usual en su obra– emergen cubos como si estuvieran flotando. Algunas caras de las figuras participan del mismo aspecto que el fondo recordando, en perspectiva histórica, la técnica artística del non finito. De Sagastizábal se refiere a ello mediante el concepto de “precariedad” para describir su sistema creativo, en relación a lo impreciso, inacabado, abierto, que podría haber sido diferente. Figura y fondo podrían considerarse reversibles en la serie Meteoros, de 2015: luego de realizar las figuras de círculos quebrados –que recuerdan las célebres formas de la artista suiza vinculada a la abstracción, Sonia Delaunay– compuso el aparente fondo con delgadísimas líneas horizontales de lápiz de grafito.
En su formulación artística, por lo tanto, prepondera la libertad. En el último año, incluso, empezó a realizar murales que considera aleatorios, en tanto resultan de la unión de varias obras individuales en composiciones rítmicas logradas a partir de la forma y el color, por medio de una cinta bifaz que le permite modificar el trabajo sin dejar rastros de versiones previas. La idea de pattern –muy presente en su producción– maximiza entonces sus posibilidades combinatorias. Y hay preciosismo y decorativismo también. Obras como “El sol en sombra”, de 2010, podemos pensarlas en relación al arte textil precolombino. Se lo menciono al artista y hablamos de la excelencia de los textiles Paracas, al recordar el tiempo que vivió en Perú.
La grilla se evidencia en la serie Siete leguas, de 2018, hasta volverse un motivo pictórico. Algo similar sucede en la serie Colorama 1, también de este año, donde juega con la idea del círculo cromático. Una vez más, recurre a un elemento de la abstracción y la geometría ortodoxa para disponerlo según sus propias y lúdicas reglas, las cuales admiten líneas ortogonales imprecisas, contornos titubeantes, colores resultantes de mezclas. En la serie Giardini, de 2016, las rectas no son exactas y los contornos no coinciden perfectamente con los rombos que delimitan, en una especie de damero de gran cromatismo y atractivos efectos ópticos, que evidencia sus desvíos y modificaciones. Mientras que las líneas curvas se entrelazan, anudan y serpentean en la serie Líneas de fuerza, de 2018.
Inestabilidad, reordenamiento, atracción por lo que viene, presentación de posibles caminos. “Uno está animado por ese espíritu de juego, de placer de pintar. Busco transmitir la vitalidad que es el acto de pintar”, enfatiza el artista. Y lo logra.