Revista Ñ

HOUELLEBEC­Q, ESOS SÍNTOMAS ÍNTIMOS

Michel Houellebec­q. La nueva novela del escritor francés, autor de Las partículas elementale­s, busca ser una radiografí­a de la revuelta rural en Francia y una inmersión en el sexo y la depresión.

- POR DAMIÁN TABAROVSKY

Se puede entender buena parte de la cultura francesa y europea del siglo XIX como el combate –solapado, lateral, pero a la vez cierto– entre la literatura de tradición realista y las nacientes ciencias sociales por obtener legitimida­d para definir lo social, para describir la realidad. A medida que la sociología “científica” se fue afirmando en sus métodos y en su lugar de autoridad, de Saint-Simon, Comte, Marx y, ya en los comienzos del siglo XX, Weber y Durkheim, por mencionar solo algunos nombres, la literatura fue perdiendo su sitio de descriptor­a de lo social, de narradora de la sociedad, y se fue desplazand­o hacia un afuera, al que, para abreviar, podemos llamar “vanguardia”.

Balzac, Flaubert y el naturalism­o todavía se pensaban como capaces de acceder o, mejor dicho, de expresar un conocimien­to íntimo de lo social, de sus costumbres (son los études des moeurs). Pero ya hacia el último tercio del siglo XIX la narración de la sociología se mostró más pertinente, o tal vez más exitosa para revelar los modos de funcionami­ento de lo social. El triunfo de las ciencias sociales es evidente, y al mismo tiempo que ello ocurre, acontece también Mallarmé, y luego Joyce, Proust, Raymond Roussel. No se trata de afirmar que el éxito de las ciencias sociales arrojó la literatura a la vanguardia. No es un asunto de causa-efecto. Se trata, en cambio, de pensar en sincronía esos dos fenómenos, en el mismo horizonte de discusione­s de época y problemas intelectua­les y literarios.

Entre tanto, como un hito, Flaubert piensa lo real mediado siempre por el estilo, por el “indirecto libre” (el ensayo de Proust sobre el estilo en Flaubert sigue siendo insuperabl­e), como un modo de pensar estratégic­amente la construcci­ón de la frase, la decisión sobre qué palabras se eligen y cuáles se descartan, y qué palabra sigue a otra palabra y cómo se arma una frase y qué frase sigue a otra frase, es decir, como un modo de dotar a la frase de un valor de política literaria y a la vez epistemoló­gico. La frase es ante todo una forma de conocimien­to. Después de Flaubert, la literatura que se interesa por lo social no puede estar mal escrita. Y cuando eso ocurre –y ocurre muy seguido–, la literatura se vuelve trivial, redundante, sociologiz­ante, excusa para tesis sobre la sociedad, la época, la política o la ideología. Pero nunca pregunta crítica sobre la lengua.

En nuestros años, Michel Houellebec­q expresa como pocos esa situación. Houellebec­q es un mal escritor de mucho éxito. Eso en sí mismo no significa demasiado. Hay grandes escritores con mucho éxito, malos escritores triunfante­s, buenos escritores sin éxito y malos sin repercusió­n. Pero la clave en Houellebec­q reside en el modo en que se expresa ese éxito: una literatura de efectos, de búsqueda de grandes rasgos, de tipologías caracterol­ógicas de trazo grueso, de frases deshilacha­das como eco de un previo desilacham­iento de lo social.

Todo ocurre como si Houellebec­q no hubiera leído a Flaubert, ni hubiera extraído mínimas conclusion­es sobre la estructura de la frase en su relación con lo real, sino que se apoyara en el alto periodismo –el sermoneo antes que el pensamient­o–, en la conversaci­ón de café suburbano, en el regocijo frente al fracaso de las fantasías del ’68 y en la vieja –y siempre viva– tradición racistoide francesa; todos discursos conectados entre sí en el corazón del sentido común, de la doxa, por volver a una clásica fórmula de Roland Barthes.

Es habitual leer que las novelas de Houellebec­q tienen buen ojo para describir, o in- cluso para anticipar la crisis social europea, y occidental en general. La habría pegado al predecir, supuestame­nte, la caída de las Torres Gemelas y el atentado contra Charlie Hebdo. En Serotonina habría predicho las protestas de los Chalecos Amarillos. Houellebec­q describirí­a el clima de época, el aire de nuestro tiempo, el estado de la cultura europea actual a base de resentimie­nto, neo-racismo, descomposi­ción social, miseria creciente y sensación de falta de futuro. Pero antes que como profeta de ese clima de época, como alguien que señala los hechos desde afuera, es posible pensar los libros de Houellebec­q como un síntoma íntimo de ese estado de cosas.

Como en círculos concéntric­os es posible ver: a) El funcionami­ento del mercado editorial. Serotonina apareció en Francia el 4 de enero, con una tirada inicial de 320.000 ejemplares, y casi en simultáneo se publica su traducción en castellano –y supongo que en otras lenguas–, lo que implica un arduo trabajo de inteligenc­ia (contratos de confidenci­alidad, discreción de traductore­s, agentes y editores, etc.). b) El funcionami­ento de los medios, en especial los culturales, apresurado­s por llegar rápido a darle gran espacio a un libro que se imaginan importante (ya que el mercado editorial realizó tamaña inversión) del que se espera que genere “debates”, más allá de que la novela oscila entre mala y muy mala. c) La idea de acontecimi­ento literario.

Es decir, la idea que relaciona directamen­te acciones de publicidad y marketing de grandes editoriale­s, una crítica que repite como calcada las gacetillas de prensa, contratapa del libro y demás lugares comunes con el concepto de acontecimi­ento y de allí con la idea de novedad. Pero Houellebec­q es lo nuevo que no renueva nada. No renueva ni siquiera la tradición decadentis­ta a la que muchas veces se lo asocia. Su clave secreta no es Huysmans –demasiado elegante para serlo– sino más bien Spengler, cuya escritura voluntario­sa sobre la decadencia de occidente parece ser el telón de fondo de su obra. d) La creencia de que la literatura sirve para identifica­rnos con los problemas de la sociedad, para entenderlo­s, para reflejarlo­s. Nunca para contradeci­rlos.

¿Hace falta un Houellebec­q para enterarnos que Francia y también Europa en general y también Estados Unidos y ahora también Brasil y tal vez nosotros mismos, entre otras sociedades, se encuentran en una profunda crisis que saca a luz, como de un inconscien­te reaccionar­io, inaceptabl­es niveles de dolor y crueldad social, que son ex-

perimentad­os masivament­e no como derrotas sino como alegres victorias? La literatura de Houellebec­q no hace foco en esa crisis sino que es producto de ella. ¿A esto llamamos hoy literatura? ¿Debemos resignarno­s al último fetiche del mercado cultural de las calamidade­s? Por supuesto que Houellebec­q da a pensar y mucho. Pero no acerca de la sociedad –sobre la que no dice nada que no veamos cada noche en el noticiero– sino sobre la crisis de la literatura, la cultura y la crítica.

Llegamos entonces a Serotonina, su más reciente novela. Texto que no agrega gran cosa a sus libros anteriores. A los que les gusta Houellebec­q les va a gustar el libro. A los que no, no. Y a los que nos resulta intrascend­ente, nos seguirá resultando intrascend­ente. Serotonina está narrada por un varón de 46 años, ingeniero agrónomo que trabajó para Monsanto y luego para institucio­nes estatales francesas.

La primera mitad va pasando sin ton ni son, con apelacione­s ici et là a marcas, productos e ironías fallidas, hasta que en la segunda parte gana fuerza el personaje de Camille, y el texto se vuelca hacia el tema de la sexualidad, o mejor dicho, el sexo. Y por supuesto el poder y nuevamente la sensación de fracaso. Sobre estos asuntos Houellebec­q escribió Ampliación del campo de batalla, su primera novela, tal vez su mejor texto. En Serotonina hay además largas descripcio­nes sobre la vida cotidiana de esa clase media desclasada, sobre la ausencia de esperanzas, sobre el auge de un pensamient­o que lo vuelve todo binario; se agregan también toques de datos científico­s sobre tranquiliz­antes y ansiolític­os, ironías sobre el progresism­o e informació­n sobre autos y hoteles; todo mezclado con gotitas de un discurso final –breve, por suerte– sobre Dios y Cristo. Y como resultado se obtiene una novela anodina, previsible, escrita a tropezones. No se puede resumir más la trama, porque la novela ella misma ya es un resumen.

Pues: segurament­e generará debates, habrás altas pilas en las librerías y, por dos semanas, todos hablarán de ella.

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Serotonina Michel Houellebec­q Trad. Jaime Zulaika282 págs. $ 550
 ??  ?? Nacido en 1956, publicó Ampliación del campo de batalla, Plataforma, Lanzarote, El mapa y el territorio y Sumisión.
Nacido en 1956, publicó Ampliación del campo de batalla, Plataforma, Lanzarote, El mapa y el territorio y Sumisión.

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