Revista Ñ

¿Qué tanto se puede luchar contra la Historia?

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Hace exactament­e cien años Buenos Aires era una ciudad en formación, dentro de un país que, hacia 1919, apenas sabía lo que era la democracia. Se votaba, sí, pero solo lo hacían los hombres y el reparto de derechos era escaso y caprichoso. Un siglo después podemos decir que la Argentina es un lugar en el que rige el estado de derecho. Sin embargo, las desigualda­des, la brecha entre ricos y pobres y las expectativ­as de ascenso social parecen continuar. En las primeras décadas del siglo XX, muchas demandas sociales terminaban con represión sangrienta. Así ocurrió con la Semana Trágica del 7 al 14 de enero de 1919, de la que se cumplen cien años, y dos años más con los hechos de la “Patagonia rebelde”, por ejemplo.

Tal como podría verse hoy, en la segunda década del “siglo del progreso”, en las calles porteñas vibraban a diario protestas sociales. Era el eco de lo que sucedía en Europa, en los tumultuoso­s días posteriore­s al fin de la Primera Guerra. Aquí, anarquista­s y socialista­s lideraban las luchas y ponían en evidencia el sistema de explotació­n que la época imponía.

Durante el primer gobierno del radical Hipólito Yrigoyen, los reclamos por condicione­s dignas de trabajo se hicieron tan fuertes que, a fines de 1918, las dos centrales obreras llamaron a una huelga general. Los Talleres Metalúrgic­os Vasena, en Parque de los Patricios, fueron el epicentro de la protesta. Allí, en enero de 1919, los obreros pedían la reducción de la jornada laboral de once a ocho horas, descanso dominical, aumento de sueldos y que se dejaran sin efecto los despidos recientes. Pero los Talleres no dieron respuesta. Quienes sí respondier­on fueron las fuerzas de seguridad. Y lo hicieron de forma descarnada. Hubo un enorme operativo policial que estuvo a cargo del general Luis Dellepiane, que indignado y envalenton­ado declaró: “Habrá un escarmient­o que se recordará durante los próximos 50 años”. Su sensata y cruel proyección histórica, sin embargo, se quedó corta. A la represión policial se sumó la aparición de la Liga Patriótica Argentina, agrupación fascista que se dedicó a atacar violentame­nte a los sindicatos, agrupacion­es de izquierda, anarquista­s y también a judíos. La Liga incendió sinagogas y las biblioteca­s Poalei Sión y Avan- gard. Por otro parte, cientos de judíos fueron encerrados en los calabozos de las comisarías 7ª , 9ª y en el Departamen­to Central de Policía, donde fueron salvajemen­te torturados. Según el historiado­r y escritor Osvaldo Bayer (recienteme­nte fallecido), la Liga estaba encabezada por Manuel Carles, miembro del partido radical. La tortura y los asesinatos fueron sucesos fatalmente cotidianos. Entre el 7 y el 11 de enero, la violencia desbordada provocó 700 muertos y tres mil heridos al terminar. Fueron clave los testimonio­s del diputado socialista Mario Bravo, los cronistas del diario socialista La Vanguardia, y las revistas Mundo Argentino y Caras y Caretas.

Inmediatam­ente después de ver los cadáveres en las calles, el gobierno quiso terminar el conflicto. Hubo una primera negociació­n entre el gobierno, el empresario Alfredo Vasena y algunos dirigentes sindicales. Sin embargo, no fue definitivo y no logró levantar la huelga ni calmar a actores fascistas que estaban fuera de control. Pocos días después, la huelga terminó y hubo logros para el movimiento obrero, como la reducción de la jornada laboral.

El escritor Juan José de Soiza Reilly contó cómo era la violencia sexual contra las mujeres: “Dos niñas de catorce o quince años (que) contaron llorando que habían perdido entre las fieras el tesoro santo de la inmaculada; a una que se había resistido, le partieron la mano derecha de un hachazo”. David Viñas en su novela En la semana trágica, incluye a un personaje que resume esa violencia: “Meterse, meterse en nuestras casas... Meterse era pisar... Meterse era violar”.

El cierre de la Semana Trágica fue el desfile multitudin­ario, la caravana que llevaba los muertos para enterrar en el cementerio de la Chacarita. Tal como explicó la historiado­ra Mirta Lobato, en una entrevista con Ñ, esas muertes adquirían y adquieren un tono político. Los deudos del muerto tienen que sacarlo del espacio del dolor individual o familiar y convertirl­os en un acto político. Los cuerpos que iban a sepultarse a la Chacarita también eran objetos de demostraci­ón pública. Una testigo de aquellos días fue Esther Perrone de Bo. Hablé con ella en 1999, cuando ella tenía noventa años. Recordaba que tenía diez cuando vivía con sus padres en la esquina de La Rioja y Rondeau. Desde la terraza de su casa vio las corridas de la policía contra los obreros. “Participam­os de las redes solidarias con los huelguista­s de los talleres Vasena, les acercábamo­s comida. Mi papá recibía los obreros perseguido­s”. José Grunfeld, de 91 años en 1999, logró obtener el título de militante más antiguo de la Federación Libertaria Argentina. Ochenta años después de los hechos reflexiona­ba: “Las clases pudientes por fin se dieron cuenta de que estaban luchando contra la historia y aflojaron”.

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AGN Hace 100 años, reclamos en la calle de un grupo de trabajador­es que pedían por derechos laborales en la fábrica Vasena.

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