Silencios de prensa
Libertad de expresión. En Estados Unidos, las conferencias para periodistas brindadas por los voceros en la Casa Blanca bajaron como nunca antes.
Computadoras portátiles y teléfonos, sobretodos y bufandas, un alboroto de idiomas diferentes. Hay una hilera de cámaras apoyadas en un banco. John Roberts de Fox News tiene una expresión de acero mientras agarra el micrófono. Jim Acosta, de CNN –a quien le reintegraron la credencial de prensa luego de que se la quitaran por su discusión con el presidente– habla a sus propios televidentes: “Veremos cuánto más tiempo tenemos de Sarah Sanders. Como hemos visto las últimas semanas, estas conferencias de prensa pueden terminar muy pronto”.
Después, una voz del sistema de altoparlantes: “La conferencia de prensa comenzará a las 13.20. Gracias”. Los periodistas abarrotados en asientos y pasillos explotan en risas y protestas cómplices. Sanders llega por fin a las 13:35. Será la única conferencia de la Secretaria de Prensa de la casa Blanca en noviembre. Una cantidad irrisoria que igualará en diciembre.
La sesión de preguntas y respuestas, que se describía como un gran evento televisivo en los primeros meses de la administración Trump, cautivaba a millones de televidentes y recibían el espaldarazo de las parodias que aparecían en Saturday Night Live. Pero ya no hay conferencias de prensa diarias. Se han convertido en mensuales, y existe la preocupación de que pronto dejen de existir por completo.
“Eso sería una tragedia, y un tema de campaña en 2020 –dijo Anthony Scaramucci, que trabajó como director de Comunicación de la Casa Blanca durante 11 días en 2017–. Ruego por que eso no ocurra. Para que el presidente tenga éxito, uno no querría que eso fuera un tema de campaña en 2020. El pueblo de los Estados Unidos sabe intuitivamente que es necesario que exista una comunicación abierta entre la Casa Blanca y la prensa libre”.
El primer secretario de prensa oficial de la Casa Blanca fue George Akerson, durante la presidencia de Herbert Hoover en 1929. En décadas recientes el puesto se ha vuelto notorio para el público por las conferencias de prensa, en las que el secretario atiende desde el podio las preguntas de los periodistas en una sala de conferencias (anteriormente, una pileta de natación) ubicada en el ala oeste de la Casa Blanca.
Pocos han tenido un comienzo tan explosivo como Sean Spicer, cuyo debut en enero de 2017 incluyó una invectiva contra los medios y la ahora infame afirmación sobre la asunción de Donald Trump: “Esta ha sido la audiencia más grande en haber presenciado un acto de asunción –punto final– tanto en persona como en el mundo entero”. Las conferencias de Spicer se convirtieron en un espectáculo compulsivo y accidentado. Hubo revuelos, gaffes como “centros de Holocausto” y la inolvidable imitación de Melissa McCarthy con un atril motorizado. Scaramucci dijo: “Eran un evento televisivo porque Spicer tomó la decisión de mentir y por lo tanto todo el mundo sabía que estaba mintiendo. Había una contradicción con el concepto de la conferencia de prensa. Su apodo era Liar Spice (Mentiroso Spice).
Cuando lo remplazaron por Sarah Sanders, el barco empezó a navegar con más estabilidad, aunque las mentiras y los intercambios mordaces continuaron. Las conferencias de prensa se volvieron más escasas y perdieron la fuerza de antes. Se trataba de una serie de televisión de largo aliento que ya no estaba en su mejor momento. Sanders dio 11 conferencias de prensa en enero, siete en febrero, ocho en marzo, ocho en abril, ocho en mayo, cinco en junio, tres en julio, cinco en agosto, una en septiembre, dos en octubre y una en noviembre, alcanzando el total de 59, de acuerdo al conteo de Martha Joynt Kumar, directora del Proyecto de Transición de la Casa Blanca. En un período comparable en 2010, el secretario de Prensa de Barack Obama, Robert Gibbs, dio un total de 95 conferencias. Y desde enero hasta noviembre, en 2002, el secretario de Prensa de George W. Bush, Ari Fleischer, dio un total de 85 conferencias.
Las de Sanders no solo han sido más infrecuentes, sino también más breves. Habitualmente duraban entre 15 y 18 minutos, de acuerdo a Kumar, mientras que las de Gibbs duraban una hora y las de Fleischer cerca de 25 minutos. El cambio coincide con el hecho de que la prensa está ganando cada vez más acceso al propio Trump. Se ha vuelto un ritual para el presidente detenerse en South Lawn y aceptar las preguntas de un puñado de medios, con el rugido del helicóptero Marine One de fondo, antes de abordar y volar a otro lado. Esto, sumado a sus insaciables mensajes en Twitter, ha vuelto al secretario de Prensa prácticamente redundante.
Kumar escribe: “El descubrimiento básico es que Sarah Sanders no hace conferencias cuando Trump está haciendo múltiples entrevistas y sesiones de preguntas y respuestas. Octubre es un ejemplo claro, aunque algo extremo. Trump concedió 71 entrevistas y sesiones de preguntas y respuestas, y ella dos conferencias de prensa. En enero, por otro lado, ella dio 11 conferencias de prensa y él un total de 15 entrevistas”. La Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca presentó el problema a la administración. Oliver Knox, su presidente y el autor de un artículo de 2013 titulado “Salven las (terribles) conferencias de prensa de la Casa Blanca”, dijo: “En gran parte tiene que ver con que el presidente está mucho más accesible en términos de recibir preguntas de periodistas en South Lawn y en una serie de entrevistas. Se ha vuelto en gran medida su propio vocero”.
Pero la decadencia de las conferencias del secretario de Prensa es preocupante, dice Knox. “Los que más sufren son los medios más pequeños. Si uno tiene una, dos o tres personas en la oficina de Washington, tener un tiempo determinado en el cual la Casa Blanca estará disponible para aceptar preguntas es importante”.
Scaramucci, que en su corto mandato insistió en que la cobertura de televisión en vivo de las conferencias de prensa debía regresar, dijo: “Es algo bueno que la prensa pueda hablar con el presidente, como viene sucediendo en la Casa Blanca. De todos modos, yo advertiría que aún es necesario que el equipo de comunicación tenga una interacción regular con la prensa porque hay más cosas ocurriendo en la administración que el equipo de comunicación debe discutir, y que es distinto de lo que puede comunicar el presidente. De modo que no es una buena excusa que el presidente sea más accesible”.
Las desenvueltas conferencias, entrevistas y tuits, sumadas a un flujo constante de filtraciones de la Casa Blanca, han hecho que esta sea probablemente la presidencia más transparente de la historia de los Estados Unidos. Sin embargo, en otros aspectos, con su característico desprecio por las normas y las sacudidas de crisis a crisis, es también el más opaco de todos.