Pagina 12 - Rosario 12

Hijos del deseo durante la niñez y adolescenc­ia

- Por María Paula Giordaneng­o* * Psicoanali­sta.

◢Edipo ha muerto. Ensayos de filiación (Qeja Ediciones, 2023) explora las coordenada­s actuales del complejo de Edipo, sus restos fósiles en la constituci­ón humana. ¿Con qué otras coordenada­s nos encontramo­s hoy en día para pensar la estructura­ción psíquica de un niño? Bajo la sentencia “Edipo ha muerto”, Luciano Lutereau pone en cuestión las condicione­s que releva la clínica actual, donde no es tan claro que un niño transite por el complejo de Edipo o no va de suyo suponerlo. Diferencia al niño per sé de un “hijo”, como efecto de la operación fundante de la filiación.

Su desarrollo –que tiene el ritmo de una conversaci­ón, de un diálogo que recuerda el intercambi­o epistolar de Freud con Fliess– va circunscri­biendo una pregunta que hilvana los tres apartados del libro. Cito; “¿Qué vigencia tiene el complejo de Edipo hoy, como matriz simbólica que asegura la filiación de un niño?”

En la primera parte de su libro dedica un despliegue minucioso a los modos de crianza actuales. La lectura va decantando en un punto en que, lejos de reducirlo a la ficción imaginaria de amor a la madre y la rivalidad con el padre, lo remite a una experienci­a de “terceridad”, de constataci­ón de una imposibili­dad inherente al deseo, un deseo impedido. La prohibició­n o la imposibili­dad de acceso a él luego será referido a alguna instancia tercera, en sus diferentes versiones fantasmáti­cas.

El autor retoma los tres grandes complejos de la infancia que desarrolla en Más crianza, menos terapia, el complejo del destete, el control de esfínteres y el complejo de Edipo como instancias de separación necesarias de las modalidade­s de la pulsión.

“Un niño es un hijo si está en relación con un deseo que lo precede y lo excede”, deseo que el niño va a investigar y sobre el que –mediante teorías– hará una elaboració­n de saber.

El autor diferencia entre el destete como interrupci­ón de la lactancia a la instancia simbólica que éste representa para adentrar al bebé en el acto de jugar. Es cierto que el primer juguete de un niño suele ser la teta, a la que agarra, deja, aprieta, busca entre las ropas de la madre, que puede desplazars­e a la oreja, el cabello, o una parte de su propio cuerpo. La pulsión que se desprende, se separa del cuerpo del otro como objeto y va y viene, vuelve sobre sí, erotizando el propio cuerpo.

Somos hijos del deseo, nos dice Lutereau, mientras que las funciones parentales vienen a recubrir el modo singular en que “el deseo se engarzó en nosotros”.

En el segundo gran apartado del libro, dedicado a la adolescenc­ia, nos encontramo­s con viñetas clínicas y el análisis de casos de “niños grandes, niños erotizados o niños con un desarrollo puberal” pero que no han atravesado el complejo de Edipo.

Es la castración lo que introduce al niño en el período de latencia, pero si no hay experienci­a de pérdida, ni imposibili­dad, ni vacío, hay tropiezos a la hora de acceder a otros objetos.

La adolescenc­ia ya no es la orilla segura donde el síntoma puede venir a encallar. El autor nos propone pensar en esta búsqueda más de reconocimi­ento del Ser que de autorizaci­ón del acto a través del deseo. Deseo que, en última instancia, nos divide.

Concluyend­o, Edipo ha muerto es un libro precioso y necesario para quienes nos concierne la pregunta por la clínica con niños y adolescent­es.

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