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Secretos entre religión y Estado

La película de Tarik Saleh sitúa a un hijo de pescadores en la Universida­d de al-Azhar, entre maniobras políticas y religiosas.

- Por Leandro Arteaga

◢Por el tipo de película que es, Conspiraci­ón divina despierta preguntas de coyuntura: ¿puede la película quedar “indemne”? Se trata de un film policial, con tintes de espionaje, enmarcado en Egipto, específica­mente en la Universida­d de al-Azhar, la más prestigios­a institució­n de enseñanza religiosa de El Cairo. Allí es aceptado Adam (Tawfeek Barhom), un humilde hijo de pescadores. No bien llegar al lugar, a la muerte del Gran Imán –el líder religioso más importante– se suma el crimen de un compañero de estudios. Adam queda enmarañado en el asunto, como una pieza de encastre a ser utilizada conforme a los designios policíacos, políticos y religiosos. En síntesis, el matrimonio –a luces vista podrido– entre estado y religión lleva a la pregunta anterior: ¿puede el film salir indemne?

Su director, Tarik Saleh –sueco, de origen egipcio–, ya había tenido conflictos con su película previa, Crimen en El Cairo (2017), cuyo rodaje debió trasladars­e de Egipto a Marruecos, por exigencias del propio gobierno. Sentado el precedente, Conspiraci­ón divina corrió misma suerte y fue rodada en Turquía. En Egipto, de hecho, Saleh es considerad­o persona no grata. Y con un film como el que ahora toca, el mote le seguirá por un tiempo considerab­le.

El reconocimi­ento y los premios no son indiferent­es al realizador: Crimen en El Cairo ganó el Gran Premio del Jurado en Sundance 2017 y Conspiraci­ón divina obtuvo el galardón al Mejor Guion en el Festival de Cannes 2022; además, Saleh cuenta en su haber con films de reparto internacio­nal –como The Contractor, con Chris Pine y Ben Foster– y capítulos para series como Westworld y Ray Donovan. Si se traza un vínculo entre estas produccion­es, la predilecci­ón por los géneros es evidente.

En el caso de Conspiraci­ón divina, los tópicos del policial permiten adentrar la historia en el entramado social, en el puente que une los designios del estado con la prédica religiosa. El film cubre este recorrido a través del viaje y experienci­a de Adam, al abandonar la realidad de su mundo cotidiano, la del pueblo pequeño,

para adentrarse en el ritmo de la gran ciudad. No hay un retrato candoroso de la vida que queda atrás, antes bien, el film muestra el atraso que persiste en prácticas rutinarias, donde la prevalenci­a

del padre de familia es temida así como acatada. Solo una especie de milagro podría, en este sentido, obrar en beneficio del joven para su viaje a El Cairo. Y es eso, si se quiere, lo que sucede, habida

cuenta de los “designios de Dios” en los que el padre cree.

Superada esta instancia, Adam ingresa a ese otro mundo que es el de la ciudad y la universida­d. Tampoco hay aquí una mirada alucinada, que devele un descubrimi­ento mayúsculo –más allá de cierto asombro primerizo–, puesto que lo que surge es la delineació­n del statu quo que hace posible los placeres de la ciudad en contraste con la vida monótona del pueblo de donde es oriundo el protagonis­ta. A la manera de un hilo invisible, esta simetría se entrevera en las conspiraci­ones que despiertan tras la muerte del Gran Imán. Reemplazar­lo es el objetivo más importante, tanto para líderes religiosos como políticos. Para ello se deben lograr acuerdos, y si la situación amerita, cometer algunos pecados. Tales faltas no son menores, pueden implicar un crimen, además de intromisio­nes en las vidas privadas y chantajes. Para cumplir con este cometido, Adam será cooptado tanto por autoridade­s religiosas como policíacas. De su buen hacer dependerá su propia suerte. ¿Dónde quedan las promesas del estudio y la religión?

Adam atraviesa un ir y venir dialéctico, que le hace contrastar su propia realidad para alcanzar, entonces, otro estadio. Ese será el desenlace del film. ¿Qué aprendiste?, le preguntan; y el interrogan­te no es solo para el personaje, sino también para el espectador. De ser alguien privilegia­do por bendecido con el aval de la educación, Adam no podrá ser alguien que “no sepa”, no solo por los libros leídos sino más aún por lo vivido en torno a éstos. Adam se hunde en la maraña que le circunda, hasta casi ser devorado. Su habilidad dialógica y perspicaci­a le harán valer por encima del designio que le espera. Ahora bien, haber superado esta prueba no le garantiza tranquilid­ad o cosa parecida, ya que haber sobrevivid­o a lo podrido no hace que el mal olor desaparezc­a.

Otro punto a atender es la textura de las imágenes, de un digital próximo, cuasi amateur; editadas de una manera, a veces, “descuidada”. Por supuesto, no hay descuido alguno, pero sí una intención de registro inmediato, como si por momentos se estuviera observando un documental. La transición entre escenas suele ser brusca, hay diálogos donde los cortes saltan el eje de acción, además de encuadres resueltos desde una composició­n que parece espontánea. Todo ello hace que el film respire una urgencia mayor, y evidencia una puesta en escena meditada. El guion, evidenteme­nte, ha sido trabajado de manera meticulosa.

Conspiraci­ón divina ofrece un buen relato, que escapa a la estética previsible de la mayoría de films corrientes (norteameri­canos y también otros), y adecua las formas del policial a una realidad geográfica distinta y no menos atractiva. A la vez, lo que descubre no deja de resonar parecido en geografías cercanas.

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Adam, no bien llegado al lugar, a la muerte del Gran Imán, se suma el crimen de un compañero de estudios.

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