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El suspenso en estado puro

La serie logra reversiona­r al personaje central de cinco de las novelas de Patricia Highsmith. Recorre el género del relato psicológic­o con maestría.

- Por Horacio Çaró

◢La primera impresión que segurament­e se llevará cualquier espectador al comenzar a ver la serie Ripley es que está realizada en blanco y negro, lo que en principio puede sugerir que se trata del clásico recurso utilizado para los saltos temporales, porque rápidament­e la acción se ubica en 1961. Sin embargo, bastan unos pocos minutos para que cualquier amante del buen cine desee que todo siga así: el manejo de la luz, la fotografía, los planos y enfoques se inscriben en una coreografí­a mágica. Y así seguirá, excepto por unos breves instantes en que el director decide apelar al color, aunque de una forma tan sutil que apenas se percibe.

Esta magnífica adaptación de la primera novela de Patricia Highsmith –El talento de Mr. Ripley– recorre el género del relato psicológic­o con maestría y lo dota de una virtuosida­d visual pocas veces vista en la pantalla chica. Es que se trata de un producto pensado para la pantalla televisiva pero sin dejar afuera uno solo de los elementos que consagran al formato cinematogr­áfico. El punto de vista de la cámara, la fotografía, el contraluz, el vestuario, el casting, las locaciones, la música, todo se conjuga en una compleja e inusual armonía estética.

Y el responsabl­e de que todo eso funcione a la perfección se llama Steven Zaillian, un tipo que viene de concebir otra joya, como fue la serie The Night Of, que tuvo como protagonis­tas a Riz Ahmed y John Turturro. El director de Ripley, además, tuvo a su cargo guiones de peso: American Gangster, Gangs of New York, Hannibal, y La lista de Schindler, que le valió un Óscar en 1993.

“Cuando surgió la oportunida­d de contar la primera novela de Ripley en formato largo, en lugar de las dos horas típicas de un largometra­je, la aproveché”, cuenta el director y guionista en un largo reportaje concedido al diario digital de cine y series De Cine 21. Lo bien que hizo, porque el resultado es una saga de ocho episodios de casi una hora cada uno, a lo largo de la cual pudo desarrolla­r la historia sin los apuros del cine pero con todos sus lujos.

Para quienes están demasiado condiciona­dos por el ritmo hollywoode­nse, los dos primeros

capítulos de Ripley pueden parecer lentos y hasta tediosos, pero lo cierto es que Zaillian sabe lo que hace, y va construyen­do un crescendo que es imprescind­ible a la hora de brindar contexto dramático a la serie. El manejo de los silencios, la escasez de diálogos, el énfasis en la imagen que habla por sí misma, todo ello remite a las mejores produccion­es cinematogr­áficas.

A cargo de la fotografía –uno de los puntos más altos de la producción– está el experiment­ado Robert Elswit, miembro de la Sociedad Americana de Directores de Fotografía, y alguien que ya ha acompañado en varios filmes al gran director Paul Thomas Anderson, entre ellos Magnolia y Embriagado de amor.

Pero lo más importante es que

Zaillian cuenta la historia de Tom Ripley de una forma tan magistral como la pergeñó Highsmith. El personaje es un estafador de poca monta, que sobrevive como puede en la Nueva York de los ‘60, y de pronto se ve abordado por un investigad­or privado enviado por un millonario –Herbert Greenleaf– que cree que Ripley es uno de los amigos de su hijo.

Greenleaf, interpreta­do por Kenneth Lonergan, le propone a Ripley, encarnado por un inspirado Andrew Scott, que se traslade a Italia, donde su hijo Dickie (Johnny Flynn) disfruta de la dolce vita como una especie de playboy bohemio. La idea es que Tom logre convencerl­o de regresar y sentar cabeza.

El estafador inmediatam­ente ve la oportunida­d y, lejos de confesar que jamás tuvo relación alguna con Dickie, se ofrece a cumplir los deseos paternos, para lo cual el magnate le entrega pasajes y abundante dinero. Allí comienza todo.

A lo largo de la saga, y de la mano de Greenleaf hijo, Ripley conoce la mágica obra de

Caravaggio. Automática­mente queda fascinado por el manejo de la luz, el detallismo anatómico de los cuerpos que lucen en sus cuadros, los impresiona­ntes claroscuro­s y la propia historia del artista, que Dickie le cuenta a Tom en paseos que comparten por Nápoles y otras ciudades italianas.

El manejo de los silencios, la escasez de diálogos, el énfasis en la imagen, remiten a las mejores produccion­es cinematogr­áficas.

Aún cuando Highsmith apenas lo menciona en su novela, Caravaggio es usado por Zaillian para explorar a través del tenebrismo –así se bautizó el estilo del pintor– los propios claroscuro­s de Ripley, un personaje que por momentos causa repulsión y por otros cautiva merced a su habilidad para componer los roles que debe poner en juego para zafar de determinad­as situacione­s.

La actuación de Scott es descollant­e. El actor irlandés –formado en los escenarios teatrales de Dublín y Londres– el año pasado recibió numerosos elogios de parte de los críticos por su protagónic­o en el filme Todos somos extraños, escrito y dirigido por Andrew Haigh y basado en la novela Strangers, de Taichi Yamada.

Por su parte, Johnny Flynn cumple muy correctame­nte el rol de Dickie Greenleaf. El actor sudafrican­o ya había hecho Stardust, la película en torno de la primera gira que realizó David Bowie por los Estados Unidos en 1971. En 2023 también protagoniz­ó la serie The Lovers. Una curiosidad: como también es músico, compuso la banda sonora de la serie televisiva Detectoris­ts, de la cadena inglesa BBC 4, y lleva grabados varios álbumes.

El papel de Marge Sherwood, la novia de Dickie, lo lleva adelante Dakota Fanning, la actriz que con tan sólo siete años supo interpreta­r a la pequeña Lucy en I am Sam, el drama de un padre, encarnado por Sean Penn, que tiene problemas mentales y pelea para poder tener la custodia de su hija. También actuó en Once Upon a Time in Hollywood, de Quentin Tarantino, entre tantos otros filmes.

El resto del reparto mantiene el nivel de calidad en cuanto a las interpreta­ciones. Eliot Sumner representa a Freddie Miles, amigo de Dickie, a quien visita en la isla Atrani, en la Costa Amalfitana, donde vive, y enseguida le saca la ficha a Ripley, de quien desconfía.

Con oficio, el actor italiano Maurizio Lombardi le pone el cuerpo al inspector Pietro Ravini, quien investiga una trama que conviene no revelar para no spoilear la serie. Y Margherita Buy resuelve con solvencia el papel de la signora Buffy, la encargada del piso que alquila Tom en Roma, dueña de un sugerente y observador gato.

Por último, el elenco ofrece una rareza, la aparición de John

Malkovich, quien calza la piel de Reeves Minot –un sofisticad­o hampón europeo– luego de haber sido Tom en El juego de Ripley, de Liliana Cavani, allá por 2002.

Para quienes aún no la vieron, Ripley está disponible en la plataforma Netflix, y será, sin lugar a cavilacion­es, uno de los productos del año, por cómo está realizada y por las sólidas y convincent­es actuacione­s.

El responsabl­e de que todo funcione a la perfección se llama Steven Zaillian, que viene de concebir otra joya: The Night Of.

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Ripley, encarnado por un inspirado Andrew Scott, se traslada a Italia.

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