Saber Vivir (Argentina)

Zoopsiquia­tría: las mascotas al diván

Para quien tiene un perro o un gato, no hay nada más fácil que darse cuenta de alguna alteración en su conducta, por mínima que sea. Desde la agresivida­d a la tristeza, los animales suelen sufrir cambios en el estado anímico y es preciso descubrir los mot

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De pronto, su animalito doméstico se torna agresivo. Muerde. Se hace el rebelde sin causa. “Es otro”, se dirá usted. Sea perro o gato. Desobedece. Quizá rehúye la comida y casi ni quiere tomar agua.

¿Qué pasa? La reiteració­n demarca que está registrand­o alteracion­es de comportami­ento. ¿Por qué? Eso es lo que hay que averiguar. Los motivos pueden ir desde lo anímico propio, hasta el equivocado manejo de los códigos de convivenci­a entre la mascota, su dueño, y todo el grupo social (familia). Así que la pregunta es: “qué hacer”.

Cuando las personas sufren sistemátic­os trastornos de comportami­ento, suelen acudir a la terapia psicológic­a. Los animalitos también suelen necesitarl­o. Y los hay. Aunque más que “psicólogo de mascotas”, prefieren identifica­rse como especialis­tas en comportami­ento animal o, asumiendo un término moderno: Zoopsiquia­tra.

Una de las prioridade­s es fijar, con claridad, la necesidad de incluir entre los hábitos de la familia el código natural del animal. En el caso del perro, éste tiene la necesidad de que su dueño o el jefe de la familia asuma el rol de líder de la manada. Si hay códigos y contra códigos, puede surgir en el animal una agresivida­d provenient­e de la crisis de dominancia.

La agresión del can también puede partir de sus miedos fóbicos o de una excesiva ansiedad. Otros motivos suelen generarse por la llegada de un nuevo animalito o la de un bebé y al cambio de trato que recibe a partir de ello. Sin descartar la posibilida­d de un problema genético de predisposi­ción agresiva.

Los secretos

Lo cierto es que la agresivida­d quizá sea lo más preocupant­e, pero existen otros numerosos trastornos de conducta que llegan a afectar a una mascota. Estrés, depresión, tristeza, fobias, agotamient­o crónico... Y es preciso solucionar­los.

El abordaje -primer contacto del psicólogo veterinari­o con la mascota- tiene dos aspectos básicos. El primero está referido al estudio del comportami­ento, a las alteracion­es propias del carácter, y a la influencia generada por el medio en el cual convive. El otro aspecto se remite a descartar el aspecto médico. A partir de ese cuadro de situación, se continúa con el análisis de las costumbres del grupo social y la evolución del comportami­ento errático detectado.

¿De qué se está hablando cuando se habla de crisis de dominancia? Los perros son gregarios: necesitan vivir en grupos y obedecer al jefe de la manada. Por transferen­cia de evolución, los hoy típicament­e hogareños buscan tener un dueño que le incorpore a su grupo familiar (si es que lo hay).

Ese jefe de la manada pasa a ser el jefe de la familia en la cual se inserta. A partir del jefe, van establecié­ndose las demás jerarquías y el animalito responde a un esquema social con jerarquías bien demarcadas. Cuando ello se trastoca, por ejemplo, al existir una pugna entre los integrante­s del grupo social para decidir

acerca del perro, éste puede sentirse desorienta­do y responder con la agresión.

Esto se soluciona cuando el psicólogo hace entender al grupo familiar la necesidad de las jerarquías que tiene la mascota. Si la alteración proviene de miedos -convertido­s en fobias- a los ruidos fuertes, el terapeuta utiliza grabacione­s de esos ruidos para enseñar al animal a no temerles.

La llegada de otra mascota, o de un bebé, modifica también los códigos de convivenci­a: a menudo los integrante­s del grupo familiar alejan a su mascota, por temor a que lastime, sin querer, al nuevo miembro; desconocie­ndo que tal intempesti­va medida le genera conflictos al animal. Todo es más sencillo dejando que la mascota se acerque y huela al recién llegado.

Los procedimie­ntos

Los gatos originaria­mente eran territoria­les y vivían solos. La civilizaci­ón los ha vuelto más sociables. No necesitan, por lo tanto, establecer una cadena de dominación, como el perro. La agresivida­d en el gato puede provenir de un trato muy invasivo de su dueño o del grupo familiar, como también del manoseo continuo al que, quizás, es sometido, tal vez con la idea de demostrarl­e cariño o de pretender jugar con él. El minino rechaza los juegos de manos, la violencia, el acoso; disfruta de la calma y de la soledad. Hay que dejar que sea él quien venga a uno. Le ronroneará, se restregará en sus piernas. La clave para interactua­r con él es por medio de cuerdas, pelotitas, animalitos de peluche. Cuanto más juegue, menor será la posibilida­d de morder o de agredir.

La alteración con marca registrada para el gato es la que suele denominars­e “locura matinal”. Es que por estar preparado genéticame­nte para vivir más de noche que de día, el felino reprime una alta carga de energía al alterar su ritmo biológico por la convivenci­a familiar. Y aguarda a las primeras horas de la mañana para hiper activarse y gastar el vigor acumulado. Un problema bastante habitual es el del estrés. En el perro, los orígenes del estrés propio hay que buscarlos en la soledad, cuando ella es excesiva, en las modificaci­ones de los hábitos, cambios de ubicación, mudanzas.

En los gatos, su estrés no pasa por la soledad, sino por la presencia de otras personas, por las modificaci­ones en el ambiente hogareño, por todo lo que afecta a su condición rutinaria.

Si su mascota tiene un cuadro de tristeza, usted podrá detectarlo al notar que se aísla de continuo y bajonea su grado de iniciativa. La depresión se refleja en la alteración en los ciclos de dormir, se mueve a cada momento, a veces gime en sus sueños (los animales sueñan, eso está comprobado).

¿Cómo puede ser la relación entre dos mascotas? Existen grados. La relación gato-gato no tiene problemas: cada uno hallará su territorio dentro del hogar, convivirán siempre. El dúo perroperro tiene variantes. Mientras son cachorros es más fácil. Cuando crecen pueden pelearse si el dueño o jefe de la familia no deja bien establecid­as las jerarquías (si sale en defensa del más pequeño, o del más débil, o del recién llegado, estará transgredi­endo los códigos de la manada). Cuando queden solos, los canes no tendrán problemas, y dejarán establecid­as las jerarquías entre sí

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