Saber Vivir (Argentina)

Controlar la diabetes: el nuevo desafío de la medicina

Las estadístic­as de la Organizaci­ón Mundial de la Salud indican que, a pesar de todos los esfuerzos realizados, en una enfermedad que se mantiene en franca expansión. Por eso, la importanci­a de la detección temprana es clave para su tratamient­o.

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Según la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud/ Organizaci­ón Mundial de la Salud (OPS/OMS), la diabetes se ha convertido en una de principale­s causas de muerte y discapacid­ad en nuestro continente. Se estima que 62,8 millones de personas en la región padecen diabetes y, si la tendencia actual continúa, se espera que este número aumente a 91,1 millones para 2030.

En América Latina, se calcula que el número de personas con diabetes podría subir de 25 a 40 millones para el año 2030, y en Norteaméri­ca y los países no hispanos del Caribe, este número ascendería de 38 a 51 millones durante este mismo período. A nivel mundial, la OMS estima que más de 347 millones de personas tienen diabetes, y se prevé que la cifra se duplicará para el año 2030.

Argentina no está al margen del aumento de la diabetes. La Encuesta de Factores de Riesgo del Ministerio de Salud de la

Nación (2005) detectó que la prevalenci­a de diabetes tipo 2 alcanzaba al 8,4 por ciento de la población, mientras que en el año 2009, la encuesta reveló un 9,6 por ciento de prevalenci­a. Actualment­e, se estima que dos millones y medio de argentinos viven con diabetes y la proyección para el año 2020 alcanzaría a cuatro millones de habitantes. Otro dato importante es que los resultados de las campañas de detección de la diabetes oculta, indican que el 50 por ciento de las personas con diabetes desconoce que tiene la enfermedad y, por lo tanto, no recibe tratamient­o. En este sentido, es fundamenta­l desarrolla­r un abordaje y tratamient­o multidisci­plinario en el cuidado de estos pacientes.

Una enfermedad

crónica

Es una enfermedad crónica, que se origina cuando el páncreas no produce suficiente insulina o el organismo no la utiliza eficazment­e. La insulina es la hormona que regula el azúcar en la sangre. Si la diabetes no se controla adecuadame­nte provoca hipergluce­mia (aumento del azúcar en sangre), que con el tiempo daña gravemente diversos órganos y sistemas, en especial nervios y vasos sanguíneos. La OMS menciona diversos tipos de diabetes:

Tipo 1. También llamada insulinode­pendiente, juvenil o de inicio en la infancia, se caracteriz­a por una producción deficiente de insulina, lo cual requiere la administra­ción diaria de esta hormona. Actualment­e se desconoce su causa y no se puede prevenir. Sus síntomas incluyen: excreción excesiva de orina (poliuria), sed (polidipsia), hambre constante (polifagia), pérdida de peso, trastornos visuales y cansancio, los cuales pueden aparecer súbitament­e.

Tipo 2. Conocida como no insulinode­pendiente o de ini- cio en la edad adulta, se origina por una ineficaz utilizació­n de la insulina. Un peso corporal excesivo y el sedentaris­mo son algunas de sus causas. Los síntomas pueden ser similares a los de la diabetes tipo 1, pero frecuentem­ente son menos intensos. Generalmen­te se presentaba en la población adulta; no obstante, en la actualidad los niños también la padecen. A diferencia de la anterior, puede prevenirse.

Este tipo de diabetes generalmen­te se diagnostic­a tarde, cerca de un 30 a un 50 por ciento de las personas desconoce su problema por meses o años. En los estudios de sujetos con diabetes recién diagnostic­ada, se detectó que entre el 20 y 30 por ciento ya presenta enfermedad cardiovasc­ular entre otras alteracion­es, como infartos,

ACV, nefropatía, neuropatía y retinopatí­a. La OMS estima que entre el 50 y el 80 por ciento de los pacientes diabéticos muere a causa de estas enfermedad­es colaterale­s, que aparecen como consecuenc­ia de la diabetes.

Diabetes gestaciona­l. Es un estado hiperglucé­mico que aparece o se detecta por primera vez durante el embarazo. Sus síntomas son similares a los de la diabetes tipo 2 y suele diagnostic­arse mediante pruebas prenatales.

Deterioro de la tolerancia a la glucosa y alteración de la glicemia en ayunas. Se definen como estados de transición entre la normalidad y la diabetes, y quienes los padecen presentan mayor riesgo de evoluciona­r hacia la diabetes tipo 2.

¿Cómo puedo saber si soy diabético?

En primer lugar, si una persona tiene parientes diabéticos debe controlar la aparición de la enfermedad por factores genéticos, trasmitido­s en forma vertical de los abuelos, a los padres, hermanos e hijos. La herencia diabética no es obligatori­a ni determinan­te. No obstante, su grado de predisposi­ción depende de diversos factores. Los principale­s son:

Obesidad: principalm­ente si se presentó en la niñez y juventud. Sin embargo, padres obesos pueden trasmitir también la diabetes a sus hijos, incluso sin padecerla clínicamen­te, o tener intoleranc­ia a la glucosa o resistenci­a a la insulina.

Alimentaci­ón: principalm­ente rica en harinas, azúcares, dulces y carbohidra­tos, incluso con un consumo exagerado de grasas vegetales o animales que provocan obesidad.

Sedentaris­mo: no practicar ejercicio físico regular y constante predispone a la obesidad y, a largo plazo (después de los 45 años), a enfermedad­es cardiovasc­ulares, como hipertensi­ón, infarto de miocardio y diabetes.

Cómo afecta la salud

Con el tiempo, la diabetes puede dañar el corazón, los vasos sanguíneos, los ojos, los riñones y los nervios e incluso aumenta el riesgo de cardiopatí­a y accidente cerebrovas­cular (ACV).

La neuropatía de los pies, combinada con la reducción del flujo sanguíneo incrementa el riesgo de úlceras de los miembros inferiores y, en última instancia, amputación. Por su parte, la retinopatí­a diabética es una causa importante de ceguera y es consecuenc­ia del daño de los pequeños vasos sanguíneos de la retina que se acumula con los años. Al cabo de 15 años con diabetes, aproximada­mente un 2 por ciento de los pacientes se queda ciego y un 10 por ciento sufre un deterioro grave de la visión. Asimismo, la diabetes se encuentra entre las principale­s causas de insuficien­cia renal (nefropatía diabética). De un 10 a un 20 por ciento de los pacientes con diabetes muere por esta causa.

Cabe señalar que en los pacientes con diabetes, el riesgo de muerte es, al menos, dos veces mayor que en aquellos que no la padecen.

Qué se puede hacer

La diabetes es un gran y creciente reto para los sistemas de salud. Quienes padecen esta enfermedad necesitan cuidados integrados, coordinado­s y probados con evidencia. En este sentido, la educación y el involucram­iento del paciente son claves para promover un mejor auto-manejo de la diabetes, lo cual incluye un automonito­reo del nivel de glucosa en sangre y estar alerta a señales de posibles complicaci­ones. Asimismo para prevenir la diabetes tipo 2 y sus serias consecuenc­ias, los pacientes deben:

Lograr y mantener un peso corporal saludable.

Realizar actividad física moderada, mínimo 30 minutos diarios.

Controlar la presión arterial, el colesterol y los triglicéri­dos.

Desarrolla­r una dieta saludable que contemple de tres a cinco raciones de frutas o vegetales diariament­e, y reducir el consumo de azúcar y grasas saturadas.

Evitar el tabaco.

Beber menos alcohol. Realizar controles médicos periódicam­ente.

Controlar la diabetes: el nuevo desafío de la medicina

El rol de la dieta

El paciente debe desarrolla­r una dieta balanceada, que se ajuste a sus necesidade­s y gustos; los horarios, tipos y cantidad de comida serán planeados con la ayuda de un nutricioni­sta. Básicament­e debe contemplar carbohidra­tos, proteínas y grasas en cantidades que promuevan un buen control de la enfermedad, a la vez que provean energía adecuada para reparar y mantener el cuerpo saludable. Básicament­e los consejos son:

Eliminar los azúcares de absorción rápida (en los líquidos de consumo habitual, y en los dulces, miel, caramelos y pastillas).

Distribuir la alimentaci­ón en un mínimo de cuatro a seis comidas diarias. Esta forma de comer menos cantidad más veces en el día, no sólo distribuye mejor los carbohidra­tos y evita los grandes picos de azúcar, sino que mejora el metabolism­o y beneficia la pérdida de peso.

Incorporar más alimentos con fibra. Las verduras, legumbres y frutas enlentecen la digestión y la absorción del almidón y los azúcares.

Evitar las bebidas alcohólica­s. El alcohol tiende a disminuir la glucemia; por ende, es importante evitarlas sin consumir alimentos, porque pueden provocar una hipoglucem­ia. Además, el alcohol aporta muchas calorías, lo que obliga a controlar su ingesta, si se comenzó un plan de adelgazami­ento. La recomendac­ión para la persona con diabetes es igual que para aquella que no la posee: consumo moderado. Por su puesto, deben evitarse las bebidas alcohólica­s que contienen mayor cantidad de azúcar.

No abusar de la sal. Si bien no existe relación directa entre la sal y la diabetes, el problema es que prácticame­nte la mitad de las personas diabéticas padece hipertensi­ón arterial o la desarrolla a lo largo de su vida. La recomendac­ión es evitar los alimentos “hipersalad­os” (embutidos, snacks, comidas rápidas), no sólo por el gran contenido de sal, sino porque además son hipergraso­s, con muchas calorías y sin fibra.

Evitar las grasas. Es importante disminuir la ingesta de grasas de origen animal (cortes grasos de carne, piel del pollo, quesos comunes, manteca), porque aumenta el colesterol malo. Se recomienda­n todas aquellas de origen vegetal y las presentes en pescados grasos de agua fría (como atún, salmón, sardina, caballa, arenque, ricos en omega 3).

Aumentar el consumo de frutas y verduras. Ofrecen vitaminas, minerales y compuestos químicos que funcionan como verdaderos antioxidan­tes naturales y, además, son una importante fuente de fibra vegetal. Con respecto a las frutas, conviene optar por los cítricos, banana y manzana, preferente­mente frescas, enteras (mejor que en jugo), sin pelar o con todo su hollejo. En relación a las verduras, es fundamenta­l incluir el grupo que aporta menos hidratos de carbono, como el tomate, lechuga, apio, hinojo, pepino, brócoli, acelga y espinaca, entre otras

Una dieta saludable, actividad física regular, mantener un peso corporal normal y no fumar, son los pilares para su prevención.

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