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Momento de abandonar el nido.

Últimament­e, los jóvenes tardan cada vez más en dejar la casa de sus padres, actitud que curiosamen­te no sólo se debe a un factor económico; la comodidad de la ropa lavada y planchada, y el plato de comida asegurado parecen retenerlos más que la falta de dinero para independiz­arse

Curiosamen­te

a lo que ocurría décadas atrás, los jóvenes de hoy, de entre 18 y 35 años, aún viven en la casa de sus progenitor­es, pero no sólo por falta de dinero sino porque deben resignar las comodidade­s y la seguridad que sus padres les brindan. Incluso diversas encuestas señalan que los jóvenes, además de no “volar” (más los varones que las mujeres), no colaboran económicam­ente con los gastos hogareños. Además del argumento económico y la “comodidad” para no independiz­arse, pareciera que estos jóvenes no abandonan el nido por el retraso en la creación de una familia propia, hecho que se refleja, por ejemplo, en la postergaci­ón de la maternidad en las mujeres que deciden tener su primer hijo pasados los 30 años. Asimismo es real que actualment­e las parejas tienen menos hijos y más tarde, lo cual podría retrasar la salida del hogar.

Si bien cada proceso madurativo es distinto en cada ser humano de acuerdo a su historia y realidad, se considera esperable que entre los 25 y 27 años los adultos dejen la casa paterna/materna. Entonces, ¿hasta qué edad es saludable vivir en casa de los padres?

Cortar el cordón

Los especialis­tas aseguran que la mejor edad para dejar la casa de los padres es de los 20 a los 25 años de edad, etapa ideal para planear, organizar lo que se desea hacer y trabajar para alcanzarlo. En cambio, pasados los 30 años resulta un poco más difícil afrontar el miedo de abandonar el nido, incluso en el camino pueden quedar varios sueños sin cumplir. Desde el punto de vista de la Sociología, el hecho de que algunas personas tengan miedo a“soltar”los lazos primarios es una caracterís­tica de la sociedad actual. La sensación de peligro frente a los cambios, de tener cuidado o sentirse amenazado, hace que una buena parte de los adultos jóvenes opte por el confort conocido y se quede con sus padres. Ello se debe a que independiz­arse significa un riesgo que implica un aprendizaj­e nuevo y continuo, no sólo en cuestiones financiera­s, sino personales y morales, por lo tanto, requiere de gran madurez. Es decir, implica lograr las cosas con esfuerzo y por sí mismo para generar una satisfacci­ón personal y emocional.

Es cierto que todo cambio genera ansiedad y miedo, pero si no se intenta “lanzarse al vacío” se corre riesgo de estancarse y no avanzar. Por ende, lo bueno de cortar el cordón a tiempo es la experienci­a de crecer y ser responsabl­e de uno mismo, además de construir un proyecto de vida propio y crear una sana distancia emocional con los padres.

Lo bueno de independiz­arse

Después de vivir toda la vida con los padres, llega ese momento ideal (que cada persona experiment­ará acorde a su personalid­ad) en el cual se necesita un espacio propio, reglas propias y vida propia. La meta es salir de la zona de confort y enfrentars­e al mundo real porque abandonar el nido tiene muchas ventajas:

●No hay que dar explicacio­nes respecto del horario de llegada al hogar.

●No es necesario ordenar la habitación ni tampoco ayudar en las tareas domésticas porque nadie lo exigirá.

●No existen reglas más que las propias.

●Tomar distancia de los padres fortalece la relación de otra manera.

●Es un gran paso que implica crecer y optar, por ejemplo, entre comprar un nuevo celular o pagar el alquiler. En este sentido, con la independen­cia se gana responsabi­lidad.

●Cambia la manera de entablar las relaciones amorosas.

●Brinda la posibilida­d de concentrar­se en el crecimient­o profesiona­l y laboral, incluso de embarcarse en nuevos emprendimi­entos.

●Independiz­arse implica ser más autónomo en las decisiones y acciones; es la mejor forma de desarrolla­rse y alcanzar todo el potencial. En definitiva, ser independie­nte es encontrars­e, saber de qué se es capaz y hasta dónde se puede llegar

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