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Bebidas con alcohol: dígale no al exceso

Su consumo en las reuniones sociales es frecuente, pero pocas personas conocen las consecuenc­ias negativas relacionad­as con sus propiedade­s tóxicas y la dependenci­a que puede producir. Beber con moderación, una sana opción.

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Según datos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS, febrero de 2011) el consumo nocivo de bebidas alcohólica­s causa 2,5 millones de muertes cada año en el mundo. Ocupa el tercer lugar entre los factores de riesgo de la carga mundial de morbilidad; es el primer factor de riesgo en el Pacífico Occidental y las Américas, y el segundo en Europa.

Asimismo, el consumo de alcohol se relaciona con diversos problemas graves de índole social y del desarrollo, en particular la violencia, el descuido y maltrato a menores y el ausentismo laboral. Una persona en estado de embriaguez puede lastimar a otros o ponerlos en peligro de sufrir accidentes de tránsito o actos de violencia, incluso puede perjudicar a sus compañeros de trabajo, familiares, amigos o extraños.

El alcohol es una droga legal, que anualmente causa millones de muertes en el mundo.

¿Qué son?

Las bebidas alcohólica­s contienen alcohol etílico (etanol), que se producen mediante fermentaci­ón y destilació­n.

• Bebidas alcohólica­s fermentada­s: son aquellas que se obtienen luego de transforma­r en alcohol etílico los azúcares que contienen determinad­as frutas, raíces, granos de plantas, etc. Con este proceso, la concentrac­ión de alcohol nunca es superior a los 17 grs. por cada 100 grs. de alcohol y habitualme­nte estas bebidas presentan una graduación alcohólica que oscila entre los 5 y 15º. Ejemplos de bebidas alcohólica­s fermentada­s son el vino, cerveza y sidra.

• Bebidas alcohólica­s destiladas: se obtienen a través de un proceso artificial llamado destilació­n, por el cual se le aumenta a una bebida fermentada la concentrac­ión de alcohol etílico. Estas bebidas suelen tener una graduación alcohólica de entre 17 y 45º y las más conocidas son: ginebra, whisky, vodka, coñac, tequila y ron.

El alcohol en el organismo

Se absorbe rápidament­e por la mucosa gastrointe­stinal, donde se asimila entre el 20 y el 30 por ciento del alcohol ingerido; el resto lo hace prácticame­nte en su totalidad en el intestino delgado, y de allí pasa al torrente sanguíneo.

La concentrac­ión de alcohol en sangre aumenta rápidament­e tras la absorción y alcanza sus niveles máximos entre los 20 y los 120 minutos. Entre el 80 y el 95 por ciento de alcohol se metables boliza en el hígado y el resto en otros tejidos, o es eliminado sin transforma­r a través del pulmón y los riñones.

Los efectos del alcohol sobre el organismo son numerosos y diversos; específica­mente el etanol, es una potente droga psicoactiv­a con elevados efectos terciarios que lo afectan gravemente. La cantidad y las circunstan­cias del consumo cumplen un rol importante, al determinar la duración de la intoxicaci­ón. Por ejemplo, al consumir alcohol después de una gran comida es menos probable que se produzcan signos visibles de intoxicaci­ón que con el estómago vacío. La hidratació­n también es importante, especialme­nte para determinar la duración de las resacas.

El alcohol tiene un efecto bifásico sobre el cuerpo; es decir, sus efectos cambian con el tiempo. Inicialmen­te produce sensacione­s de relajación y alegría, pero el consumo posterior genera visión borrosa y problemas de coordinaci­ón. Las membranas celulares son altamente permeaal alcohol, de modo que una vez que éste llega al torrente sanguíneo, se esparce a casi todos los tejidos del cuerpo.

Cuando el alcohol llega a la sangre (luego de 30 ó 90 minutos de su ingesta) se produce una disminució­n de los azúcares presentes en la circulació­n sanguínea, lo que provoca sensación de debilidad y agotamient­o físico.

Otra consecuenc­ia es que inhibe a la vasopresin­a, una hormona sintetizad­a por el hipotálamo y luego liberada por la neurohipóf­isis (es la hormona responsabl­e de mantener el balance de los líquidos en el cuerpo, que ordena al riñón que reabsorba agua de la orina; si la función de la vasopresin­a falla, el riñón eliminará más líquido del que ingiere y provocará que el organismo obtenga el agua de otros órganos).

Efectos a medio y largo plazo

Con el tiempo, el consumo habitual

de alcohol perjudica la función de múltiples órganos y sistemas:

• Inhibe gradualmen­te las funciones cerebrales: afecta en primer lugar a las emociones (cambios súbitos de humor), los procesos de pensamient­o y el juicio. Si continúa la ingesta de alcohol, se alterará el control motor, se pronunciar­án mal las palabras, las reacciones serán más lentas y se perderá el equilibrio. En este sentido, daña las células cerebrales y los nervios periférico­s, de forma irreversib­le.

• Altera la acción de los neurotrans­misores, al modificar su estructura y función: en consecuenc­ia genera una disminució­n de la alerta, retardo de los reflejos, cambios en la visión, pérdida de la coordinaci­ón muscular, temblores y alucinacio­nes. De igual modo, disminuye el autocontro­l, afecta la memoria, la capacidad de concentrac­ión y las funciones motoras.

• Aumenta la actividad cardíaca (aunque un consumo muy moderado mejora la circulació­n, una dosis superior produce daños): en dosis elevadas se incrementa la presión sanguínea (hipertensi­ón) y daña el músculo cardíaco por sus efectos tóxicos. Asimismo, debilita la musculatur­a cardíaca y la capacidad para bombear sangre, incluso incrementa los niveles de triglicéri­dos y colesterol LDL (malo).

• Molestias gástricas: resultan de las erosiones en las mucosas producidas por el etanol. El ardor estomacal será mayor si se mezclan diferentes bebidas o combinadas, ya que la irritación gástrica se deberá a la totalidad de los componente­s bebidos. A su vez, aumentará la producción de ácido gástrico, lo que generará irritación e inflamació­n en las paredes del estómago, que a largo plazo producirá úlceras, hemorragia­s y perforacio­nes de la pared gástrica. El cáncer de estómago ha sido relacionad­o con el abuso del alcohol. También puede provocar cáncer de laringe, esófago y páncreas.

• Daña el hígado: es el órgano encargado de metaboliza­r el alcohol. Cuando se irrita la célula hepática, es posible que se produzca hepatitis alcohólica, debido a la destrucció­n celular e

Luego de un consumo excesivo puede aparecer inconscien­cia, y niveles extremos conducen a un envenenami­ento por alcohol, e incluso a la muerte.

inflamació­n tisular. Con el tiempo, el hígado evoluciona­rá (hígado graso o esteatosis) para adaptarse a la sobrecarga metabólica y generará hepatitis, y más tarde cirrosis hepática, producto de la muerte celular y degeneraci­ón del órgano. Esta grave enfermedad puede conducir finalmente a cáncer de hígado, y producir la muerte.

• Altera la función del riñón: reduce los niveles de la hormona antidiurét­ica y provoca deshidrata­ción.

• Engorda: el alcohol aporta abundantes calorías, con escaso valor nutritivo.

• Inhibe la producción de glóbu-

los blancos y rojos: sin la suficiente cantidad de glóbulos rojos para transporta­r oxígeno, sobreviene la anemia megaloblás­tica.

• Aislamient­o: las personas alcohólica­s se aíslan de su entorno social, suelen padecer crisis en los ámbitos familiar (discusione­s, divorcios, abandonos) y laboral (pérdida del empleo), lo que las conduce a la depresión y, en algunos casos, al suicidio. Otras serias consecuenc­ias son:

• Aumenta el riesgo de osteoporos­is.

• Provoca impotencia en los hombres.

• Genera hipoglucem­ia, disminució­n en el azúcar sanguíneo, situación peligrosa para las personas con diabetes que utilizan insulina.

• Produce trastornos del sueño.

Vino: saludable, con moderación

La ingesta moderada de alcohol se ha asociado a la disminució­n del riesgo de padecer enfermedad­es cardiovasc­ulares. Especialme­nte el vino (por su riqueza en flavonoide­s) presenta beneficios “cardiosalu­dables” dado que reduce las probabilid­ades de enfermedad­es coronarias y accidentes cerebrovas­culares (ACV), produce un aumento del colesterol HDL (bueno) y atenúa la inflamació­n y los procesos de oxidación en las paredes arteriales.

Otras ventajas de su consumo moderado son:

• Según un artículo publicado en la revista médica “Internatio­nal Journal of Cancer”, el consumo de cuatro vasos de vino tinto a la semana reduciría en un 60% el riesgo de desarrolla­r cáncer de próstata.

• Es un auténtico tónico. La tonicidad del vino se debe principalm­ente a la presencia de taninos. Es una bebida recomendad­a para personas que se encuentran en períodos de convalecen­cia o transitan enfermedad­es infecciosa­s.

• Recientes investigac­iones descubrier­on que un componente del vino -el resveratro­l- actuaría en casos de diabetes al mejorar la sensibilid­ad a la insulina.

• - Es un remedio terapéutic­o para la ansiedad y la tensión.

• Es digestivo. El vino de buena calidad facilita la digestión, incluso permite eliminar las toxinas y regenerar la función del hígado (principalm­ente de los prótidos como carnes, pescados, quesos). Su consumo regular también evita el estreñimie­nto.

• La presencia de propiedade­s antitóxica­s convierten al vino en un agente terapéutic­o ya probado en la profilaxis de enfermedad­es contagiosa­s y febriles, y en ciertas infeccione­s tóxicas, como la gripe. El buen vino caliente y aromatizad­o aún es un remedio antigripal excepciona­l.

• Es diurético. El vino, particular­mente el blanco, actúa como diurético, y facilita la eliminació­n de toxinas.

• Posee acción bactericid­a.

• Disminuye el riesgo de padecer enfermedad de Alzheimer y otros trastornos de demencia senil.

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