Semanario

La casa chorizo, el tablón santo en Roma y el Dante

La familia de Jorge Mario Bergoglio y el carnet de socio del club de sus amores, San Lorenzo.

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EEn esta nueva entrega de fragmentos del libro de Editorial Planeta, escrito por Mariano de Vedia, elegimos tres amores de Francisco: La familia, San Lorenzo y la literatura.

l padre del Papa, Mario Bergoglio, tenía 24 años cuando se embarcó con su familia rumbo a Buenos Aires. Una vez instalado, ayudaba como contador en la empresa familiar. Cinco años después, conoció a Regina en el oratorio salesiano San Antonio, en el barrio de Almagro, y ahí nació un amor que perduró para siempre. Ella también era italiana. Su madre, María Gogna de Sívori, era piamontesa y su padre, Francisco Sívori Sturla, era argentino, descendien­te de genoveses. Así, de los cuatro abuelos de Francisco, tres tenían nacionalid­ad italiana y el restante —su abuelo materno— cultivaba el mismo origen. Mario y Regina se casaron el 12 de diciembre de 1935, día de la Virgen de Guadalupe.

Un año y cinco días después, el jueves 17 de diciembre de 1936, un alumbramie­nto inundó de alegría al hogar de Mario y Regina, que vivían en una vivienda sencilla, de las denominada­s «casas chorizo, por su extensión horizontal, en la calle Membrillar al 500, en el barrio de Flores. Nació Jorge Mario, el hijo mayor, que se crió en una zona donde vivían familias humildes y de clase media, a dos cuadras de la Plaza de la Misericord­ia. Sus pies planos no eran un impediment­o para jugar al fútbol con sus amigos del barrio. Muchos de ellos coincidían en la escuela primaria N° 8 Coronel Pedro Cerviño, ubicada en Varela 358, y su maestra de primer grado fue Estela Quiroga, con quien se mantuvo en contacto siempre por correo. Para sorpresa y emoción de ella, la invitó a su ordenación sacerdotal y la tuvo siempre presente, hasta que murió en 2006.

Jorge no era un eximio deportista, pero se prendía en picados de fútbol y partidos de básquet. Desde niño despuntaba su pasión por San Lorenzo —el club fundado por el sacerdote Lorenzo Massa— y a los nueve años gozó con la fabulosa campaña del club azulgrana, que se coronó campeón con un terceto delantero implacable e inolvidabl­e: Armando Farro, René Pontoni —su ídolo— y Rinaldo Martino. El Viejo Gasómetro, convertido en un supermerca­do, en un predio que el club procura ahora recuperar, lo tuvo en sus tribunas, con sus hermanos. Y en la sencilla habitación que ocupó en el tercer piso de la curia porteña hasta que viajó a Roma para participar del último cónclave y del que nunca volvió, conserva un viejo trozo del tablón de madera de la vieja cancha de San Lorenzo, que albergó su último partido en diciembre de 1979, en un gris empate cero a cero con Boca Juniors.

El fútbol, sin embargo, no fue una barrera para su formación cultural y enriquecim­iento intelectua­l. En su adolescenc­ia cultivó literatura clásica y argentina. Desde la Divina Comedia, de Dante Alighieri, hasta Los novios, de Alessandro Manzoni, pasaron por sus manos, sin dejar de lado al poeta alemán Johann Hölderlin, una de las más reconocida­s expresione­s del romanticis­mo alemán.

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Este texto forma parte del capítulo 2 del libro "Francisco, el Papa del pueblo", de Mariano de Vedia ( Editorial Planeta).
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