Semanario

Soñé con un jardinero pero me equivoqué

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N66 o voy a mirar más a Lanata. Está decidido. Y de seguir haciéndolo, ruego a Dios se apiade de mí y a Freud, que me tire una soga desde el cielo para ayudarme a interpreta­r estos sueños chinos que por lo general los lunes me dejan de cama recién levantada. Yo sé que cuando empiece a contarles van a decir que estoy loca, pero no me preocupa. Eso sí, les pido que no se rían de mí y que, en todo caso, si algún alma caritativa (o gemela) se solidariza, que me ayude con recetitas caseras o esotéricas porque a esta mujer, el té de tilo o la leche tibia ya no le alcanzan para dormir en un estado alfa, libre de intrusos, implacable­s e intratable­s y ahora, encima, con un convidado de piedra llamado "PPT" cuya sigla, más que "Periodismo para Todos" a mí me significa un Para Pernoctar Trastornad­a. Porque desde que arrancó, mis nochecitas de domingo ya no son lo que eran. Sueño de una noche de otoño Me acosté nerviosa y enojada con algunos funcionari­os que supimos conseguir, y me levanté peor, aunque, confieso, muerta de risa porque yo, que nunca recuerdo los sueños, esta vez lo podía contar de pé a pá. Iba yo paseando, vidrieras mirando, y al llegar a casa, que en esa alucinació­n de Morfeo era una mansión de 10 habitacion­es y dos yacuzzis, me cruzo con Ralph Fiennes. Y aquí hago una pausa. Obvio, hasta ahí, era el mejor sueño de mi vida ya que sólo faltaba George Clooney y no le pedía más milagros a San Expedito... Pero no. Lean que ahora empieza el agujero negro. Porque Ralphito, de quien me enamoré perdidamen­te en ese peliculón titulado “El Jardinero fiel”, con esos ojitos claros que te derriten, me dice: “¡dale, mamita, servite un whisky que me tengo que ir a laburar, o no te enteraste que soy el nuevo embajador cultural de Clorinda!”. Y yo, que por el original hubiera atravesado mares con tal de conseguirl­e un Chivas Regal 18, casi me desmayo al ver que él ya no era el dulce Justin del Me encanta tu programa, Jorge, pero no

quiero tener mas pesadillas. cine, sino un rechoncho cincuentón de nombre Ricardo, ex jardinero en Calafate, sin más espacio en el cuerpo para un gramo ni en el curriculum para otro empleo inverosími­l. Así pasaban los fotogramas de Freddy Krueger, y el hombre (¡mi marido en esa ficción soñada!) cambiaba de cara intermiten­temente. A veces era Ricardito, otras un tal Báez y casi al final, cuando por un ladrido me desperté, se parecía a Danielito Muñoz, no tanto por la cara sino por los bolsos que cargaba...

La vida no es sueño ¿Quieren saber cómo termina este sueño de locos? Con un invitado con cartel francés. Mientras yo segurament­e daba vueltas bajo el edredón en esa madrugada helada, Ricardito, Ralph y todos sus secuaces se iban yendo y yo me alistaba para una tarde de spa, pero ya no estaba el yacuzzi y me habían llevado hasta el colchón. En eso escucho una melodía conocida, y la sentí tan real que supe que no era sueño. Me asomo al balcón de mi humilde casita real y lo veo a él, como en esa vieja película. Era Palito Ortega, en su bicicleta, que cantaba bajito aquello que decía “Yo me equivoqué, yo me equivoqué, cuídese compadre pa' que no le pase a usted. De chico yo quise ser, doctor o gran ingeniero, pero yo me equivoqué

y aquí estoy de tintorero...” ´. Yo me equivoqué: una sensación amarga con las que casi todos nos vamos a dormir cada vez que otra olla se destapa. Y no es un

sueño. Marcela Tarrio

( Editora Jefa)

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