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A 40 años del "Lanusazo", la protesta que se convirtió en revuelta contra la dictadura

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El carro tirado por un caballo percherón de paso lento recorre las calles de tierra mientras quien lo guía anuncia por un parlante conectado a una batería de auto que hay "sandía calada y colorada". Pero una vecina le sale al cruce, conversa brevemente con el hombre y deposita unos billetes en su mano. En segun‐ dos, el parlante anuncia una marcha hacia la Municipali­dad de Lanús para dentro de dos días y sigue su recorrida por el barrio. El "Lanusazo" ya estaba en marcha.

Ese caliente noviembre de 1982 encontraba al Gran Buenos Aires en pie de enojo y protestas que fueron de menor a mayor. Una economía desquiciad­a rein‐ aba en un país endeudado y ais‐ lado tras la derrota militar en Malvinas que dejaba expuestos a los dictadores en toda su bar‐ barie e incapacida­d. Era cuestión de volver a organizars­e como en otras etapas de la historia y plan‐ tar bandera en las calles.

Eso mismo sintió Ofelia País, vecina de Villa Diamante y por entonces militante del Partido Comunista, cuando le pidió al vendedor de sandías que leyera varias veces ese llamado a movi‐ lizarse en un reclamo que junta‐ ba muchas broncas, pero en es‐ pecial una que venía creciendo en el sur del conurbano: no pa‐ garle los impuestos cada vez más onerosos a una dictadura a la que había que darle los últi‐ mos empujones.

"La guerra de los im‐ puestos", decían algunos diarios que se animaban a informar so‐ bre la protesta creciente. Ofelia había escuchado en la radio que un grupo de mujeres en Morón se había organizado para salir con sus bolsas a la calle los jueves y no comprar nada. "Pero pueden comprar los miércoles o los viernes", le dijo a su marido, Jorge Batallán, y entonces comenzó a organizar reuniones con otras vecinas.

"No paguemos estos im‐ puestos, no nos dan nada a cambio, nos cobran alumbrado y barrido en calles de tierra en donde tenemos que poner nosotros las luces y el asfalto no existe", dijo como primera propuesta y un aplauso se coló entre el mate y las galletitas de la tarde. Ya eran veinte.

El denominado “Lanusazo” se produjo el 24 de noviembre de 1982, cuando alrededor de 20 mil vecinos se movilizaro­n frente a la vieja intendenci­a de Lanús para repudiar los au‐ mentos de las tasas munici‐ pales que imponía la dictadura militar y, si bien fueron reprimi‐ dos por la policía, fue un hecho clave para el fortalecim­iento de la protesta popular. El con‐ texto era de un creciente clima de malestar tras la derrota mili‐ tar en el intento por recuperar las islas Malvinas (con 649 solda‐ dos fallecidos), una economía destruida y miles de denuncias por violacione­s a los derechos humanos. Un aislamient­o inter‐ nacional creciente de la dictadu‐ ra encabezaba Reynaldo Bignone -había reemplazad­o a Leopoldo Galtieri tras la rendi‐ ción en Malvinas- era otro de los puntos salientes del momento: hasta Estados Unidos -que había sido un sostenedor de la dictadu‐ ra y propiciado­r del golpe de Es‐ tado de 1976- lo dejó sin apoyo, tras alinearse con el Reino Unido en el conflicto del Atlántico Sur.

A fines de 1981 y comienzos de 1982, los reclamos sindi‐ cales ganaban espacio, de la mano de un fuerte desempleo, y las organizaci­ones políticas comenzaban a juntar fuerzas.

Así nació la convocator­ia al paro con movilizaci­ón de la CGT del 30 de marzo de 1982, que, por la feroz represión no pudo llegar a Plaza de Mayo, pero que elevó la autoestima del pueblo para comenzar otra etapa. La re‐ spuesta desesperad­a de la dic‐ tadura fue el desembarco en Malvinas el 2 de abril, con todo lo que vino después.

Así, a fines de 1982, la protesta social se aglutinaba de diversas formas, y los veci‐ nos de el partido bonaerense de Lanús hicieron historia con el camino elegido.

Y enseguida la cosa empezó a tomar el ritmo de los viejos en‐ granajes que -la historia así lo afirmaba- ya habían funciona‐ do: charla con la Junta Vecinal de Villa Diamante, de allí a re‐ unirse en el patio entonces sin techar de la Sociedad de Fomen‐ to.

Enseguida surgió la prop‐ uesta de hacer una marcha bar‐ rial para que la protesta comenzara a sacar músculo: había peronistas, radicales, co‐ munistas, socialista­s, independi‐ entes y gente que se había "de‐ senganchad­o" en los años fero‐ ces de la dictadura, y que em‐ pezaba a calentar motores.

Un joven periodista Fernan‐ do Aguinaga, recién ingresado a la agencia Noticias Argentinas la NA formadora de cronistas que plasmó un estilo perdurable­llegó un día a esas asambleas de sábado por la tarde.

Lanusense por adopción (desde muy chico había llegado de Santa Fe, directamen­te a Villa Obrera, corazón laburante de

Lanús Este), allí se lo ve al "Fla‐ co" Aguinaga en una foto publi‐ cada por los periódicos barriales que se animaban cada día un poco más, y que Ofelia País guarda en las carpetas que cuidan la memoria. "La cosa pintaba para pelea porque el pueblo comenzaba a acorralar a la dictadura. En la previa del "Lanusazo", las mujeres eran las protagonis­tas de esas re‐ uniones y los hombres em‐ pezaron a acompañar", recuer‐ da el periodista. La fecha fijada fue el miércoles 24 de noviembre, y ésa fue la convocator­ia que desde un carro lleno de sandías se escuchaba por aquel viejo parlante verdulero.

Hacía calor ese día, pero a las cinco en punto de la tarde, como en el eterno poema lorquiano, en el aire estaba claro que algo importante iba a suceder.

Desde Villa Diamante y Villa Jardín comenzó la marcha que arrancó con media cuadra de gente, y que al cruzar Valentín Alsina ya sumaba un par de miles: "Los comerciant­es cerra‐ ban sus negocios y se sumaban a la marcha, de las casas salía gente de todas las edades, era impresiona­nte", dice Ofelia, hoy de 71 años, militante del Frente de Todos.

Afuera, la represión arrecia‐ ba y los manifestan­tes se de‐ fendían. Caían las granadas con gases lacrimógen­os y muchas de ellas eran devueltas hacia las fi‐ las policiales, que cada vez esta‐ ban más apretadas contra las vallas y las paredes del centro de Lanús aquel 24 de noviembre de 1982. Entonces, en una oficina de la Municipali­dad, en una reunión entre funcionari­os de la inten‐ dencia y los vecinos, que parecía una charla en idiomas difer‐ entes, se escuchó la voz de un comisario de la policía bonaerense que expuso la cruda realidad: "Yo puedo parar la represión, pero ustedes hagan que me devuelvan a los cinco policías que tienen los manifes‐ tantes".

El caprichoso dibujo de la protesta en la calle había deriva‐ do en algo impensado por todos: las dos principale­s columnas de manifestan­tes (las de Lanús Oeste y Lanús Este, aunque tam‐ bién llagaban vecinos desde la zona de Gerli, por el norte de la avenida Pavón) presionaro­n so‐ bre los uniformado­s para obligarlos a retroceder, y, en ese movimiento, cinco policías habían quedado aislados de sus formacione­s. Y en manos de los enardecido­s vecinos.

Carlos Gregotti era el inten‐ dente que nunca en los días pre‐ vios había querido atender a los vecinos que gestaban la marcha, y que pocas horas después de la protesta pidió licencia, para re‐ nunciar definitiva­mente dos meses después, con otra acusación encima que lo vincu‐ laba a un episodio en un hogar de menores donde había cumpli‐ do funciones. El regreso a los dis‐ tintos barrios de Lanús tras la protesta que había explotado en las pantallas de los noticieros nocturnos y en las radios supo a triunfo, a comienzo de otra eta‐ pa, a haber podido gritar bien fuerte para que otros vecinos y otras barriadas se sumaran a una pelea que unificaba intere‐ ses populares contra una dic‐ tadura que arrastraba todos los males juntos: desde las viola‐ ciones a los derechos humanos, que ya sabían eran delitos de lesa humanidad, hasta el desas‐ tre económico que hacía estallar la bronca en los barrios.

En Villa Diamante volvieron a juntarse esa noche, en un regre‐ so que llevaba una brisa de justi‐ cia a esas calles de tierra, los pio‐ neros de algo que ya sonaba a eslabón histórico: Ofelia País, Lidia Rodríguez, José Liñeiro, Julio Veczan, Eduardo Vacotti, Carmelo Di Meola, Luis Verdura y José Panella aún no sabían que, desde la mañana sigu‐ iente, todos hablarían del "Lanusazo" que le había plan‐ tado cara a la dictadura.

Del otro lado de la vía del ferrocarri­l Roca, la columna crecía desde Monte Chingolo y Villa Obrera. Pronto llegaron a la estación del tren, y, en‐ tonces, los puentes y el túnel no daban abasto para que pasara tanta gente.

Entonces, el reloj comenzó a marcar otro tiempo y la primera marcha vecinal y militante con‐ tra el "proceso" se corporizó frente al viejo edificio municipal, sobre 25 de Mayo, y la avenida Pavón (hoy Hipólito Yrigoyen, aunque para siempre Pavón en las voces de la calle) se encendió. Gases lacrimógen­os, balas de goma, palos, sirenas.

"Me habían dado una bolsita llena de cospeles para que lla‐ mara cada 10 minutos. En uno de los viajes hacia el teléfono público, veo a un hombre gol‐ peado y mareado por los gases. Lo llevé hasta una zapatería so‐ bre Pavón, las empleadas lo atendieron, y yo volví corriendo para hacer la llamada. La gente volteó las vallas, la policía retrocedió, el "Lanusazo" ya era una realidad. Cuando volví a la agencia, me habían bauti‐ zado 'el Pibe Gran Buenos Aires', notas que seguí cubrien‐ do durante un buen tiempo", cierra Aguinaga.

Lo que siguió sería la dinámi‐ ca de la lucha que caracteriz­ó a ese 1982 que terminaba y al año que se aproximaba. El inten‐ dente, cuyo olvidable nombre casi nadie memorizó, renuncia‐ ba días después. Las elecciones pronto tendrían fecha, 30 de oc‐ tubre de 1983, y la democracia asomaba para que después no se atrevieran a decir que no le mejoró la vida a nadie. El pueblo de Lanús aportó ese día su em‐ pujón al motor de la historia ar‐ gentina.

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