VOGUE Latinoamerica

ENTORNO REPLETO

DE PAZ Emilie Meinadier, una de las insiders de la escena parisina, narra su paso por Pamalican y Amanpulo

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Desde la ventana de nuestro avión de hélice, las nubes se empezaron a abrir revelando la isla privada de Pamalican en un momento casi cliché que borró la línea entre realidad y fantasía. Las aguas color turquesa del mar de Sulu se mezclan con un halo de arena blanca alrededor de la isla cubierta de palmeras, el hogar del igualmente mágico hotel Amanpulo, el cual apropiadam­ente se traduce como: isla pacífica. El Amanpulo siempre había estado en un puesto alto de mi bucket list de hoteles exclusivos, así que nuestra luna de miel fue la ocasión perfecta. Pero lo que estaba a punto de conocer es que Amanpulo no es solo un hotel, sino una experienci­a holística. Nos bajamos del avión a una alfombra roja y fuimos recibidos con un aromático lei de gardenias. Hicimos un tour de la isla en carrito de golf, la cual después descubrirí­amos por nuestra parte. Nos instalamos en nuestra casita de la playa e instintiva­mente seguimos nuestro camino privado, con todo y hamaca y fauna. Después de 15 metros, el camino se abrió a una larga extensión de playa con arena blanca que era como talco. Mientras recuperába­mos el aliento, supimos que habíamos llegado al refugio más excepciona­l de paz y belleza. Después del coctel obligatori­o al atardecer y la cena en el Clubhouse Restaurant debajo de las estrellas, nos fuimos a dormir, arrullados por los sonidos del silencio. En la mañana, hundimos nuestros pies descalzos una vez más en la arena celestial y caminamos lentamente al Beach Club para un desayuno compuesto por jugos recién exprimidos, frutas exóticas y pan dulce. Después, nos montamos a bordo del barco pontoon del hotel y nos dirigimos al arrecife de coral exterior para una excursión excepciona­l de snorkel con vistas que incluyeron pequeños tiburones de arrecife, mantarraya­s, una tortuga de 100 años y corales de colores y formas que nunca supe que existían. Esa tarde, decidimos reservar el bar flotante de bambú, Kawayan, para nuestro segundo atardecer: un corto paseo desde la costa para nadar desde la cubierta con botanas y cocteles. Desde la balsa, por un lado, disfrutamo­s de una magnífica

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