Tierra de contrastes
La fotógrafa Ana Hop comparte con lente en mano su diario de viaje por Tailandia, detallando el tiempo de Oriente en imágenes inauditas
El talento de fotográfico de una mujer, nos revela en primera persona su experiencia por Tailandia
Planear una travesía hacia un destino como Tailandia siempre genera expectativas para las que no existe brida capaz de hacer su labor. Sabemos que nos dirigimos a un país donde el asombro se hace cotidiano, un sitio distante de nosotros tanto en su cultura como en la gestualidad y el día a día de su gente. Sin embargo, desde el primer paso que damos en Bangkok, descubrimos una ciudad en la que el caos es inusitadamente ordenado, y eso genera empatía para quienes están familiarizados con urbes como São Paulo
o la Ciudad de México. Cuando llegué supe que estaba expuesta a muchos contrastes, una apabullante y embriagadora infinidad de olores, la sensación de estar navegando en el cauce interminable de una masa humana imposible de contabilizar y el tráfico más amedrentador. Luego, al segundo día, empecé a integrarme al ritmo de una ciudad que se me hizo cada vez más comprensible. Ahí se combina la arquitectura de los palacios y edificios sacros con la de construcciones más contemporáneas y unos centros comerciales enormes. La modernidad más iracunda y abrasiva, va de la mano con tradiciones ancestrales venerables.
Bangkok posee una oferta hotelera sumamente extensa, las grandes cadenas no escatiman en mostrar opulencia en sus establecimientos bandera. En el área de Silom se encuentran algunos de los hoteles más lujosos. Desde cualquiera de esas instalaciones, la comunicación se hace fácil y el servicio es impecable. Pasear en un tuk tuk, salir a cenar o cruzar en barco el río Chao Phraya se convierten en una buena introducción al entorno urbano. Haciendo cada una de estas cosas, descubrí que tenía el enorme privilegio de estar en un espacio en el mundo que sabe a hierba de limón con jengibre, un lugar lleno de vegetación, templos, playa y gente que es increíblemente amable.
A nuestra agenda se suma Krabi, que es, sin dudas, uno de los lugares mas hermosos entre los que conozco. Esta es la ciudad
capital de la provincia del mismo nombre, ubicada en el mismo punto donde nace la Bahía de Phang Nga, a 783 kilómetros al sur de Bangkok por carretera. Lo que le ha hecho más famosa es la gran cantidad de parques nacionales que alberga, donde cabalgar sobre L un elefante es una experiencia que se vuelve realidad.
Los intensos verdes esmeralda de la vegetación de esos nidos de vida salvaje se replican en ochenta pequeños islotes, que invitan a visitarlos cuando se les mira desde la playa, de un paisaje casi virgen y meticulosamente cuidado. Desde la línea de arena, una pintoresca multitud de lanchas ofrecen paseos por esas mismas islas, que se convierten en una experiencia única, solo comparable con una comida a la orilla del mar disfrutando del entorno y las vistas. Cuando decido escudriñar las mejores tomas para registrar con la lente, me percato de que es imposible conformarme con unas pocas. Desde ahí sigo el viaje a Chiang Mai, la ciudad más grande y en la que se venera la cultura en todo el norte del país. Fundada en la ribera del río Ping, el estar rodeada por algunas de las montañas más altas de la región le hacen aún más
impresionante. Con una atmósfera más hipster que el resto del país, su vibra está repleta de mercados, excepcionales restaurantes, tiendas y mercadillos de accesorios, tapetes, joyas y todo lo imaginable, concentrados particularmente en Nimmanhaemin Road. Durante el día, las horas se hacen pocas para visitar los más de 3.000 templos budistas ubicados en las cercanías o dentro de la misma ciudad. Sus universidades y centros de arte explican la notable confluencia de jóvenes en esta parte de Tailandia. Allí comparten vecindad la Universidad de Chiang Mai, la Chiang Mai Rajabhat University, la Rajamangala de Tecnología, la Universidad de Payap y la Universidad M de Maejo, así como varios institutos tecnológicos y pedagógicos.
Medios como estos llenan a los estudiantes de la inspiración perfecta para convertirse en artesanos de un brillante y prometedor futuro. Y en todo el periplo, no dejo de degustar los platos más exquisitos. Puedo afirmar con total convencimiento que la cocina tailandesa, junto con la griega y mexicana, son de mis favoritas. La comida callejera de Tailandia me pareció increíble y repasando mi memoria gustativa, creo que uno de los lugares donde mejor comí fue en el mercado flotante. Ahí, probé el sticky rice con mango y pato. No me queda ninguna duda que la riqueza cultural, natural e histórica de esta tierra es infinita. �
El intenso verde esmeralda de parajes salvajes, se da la mano con la vibra hipster de urbes llenas de juventud y creatividad