VOGUE Latinoamerica

DULCE HOGAR

La casa de los Rubell demuestra que la creativida­d puede ser habitable y un hogar cálido para la vida familiar Con luz exterior

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Buscar y encontrar la casa perfecta para el estilo de vida de cada quien es algo que, para muchos, nunca sucede. Pero Jason Rubell, un coleccioni­sta de arte, empresario de bienes raíces y hotelier, sí lo ha logrado. Él y su familia tienen su espacio perfecto en Lakeview, un barrio exclusivo de Miami Beach, donde la luz y el aire del trópico andan mano a mano. Uno de los principale­s problemas que enfrentaro­n Jason y su esposa Michelle, fue vivir en una atmósfera acogedora, pero lo suficiente­mente amplia como para albergar su colección privada de arte.

Lo primero que hicieron fue unir al dream team. Todd Michael Glaser, el constructo­r, esposo de una amiga de Michelle; Austin Harrelson, otro amigo y vecino, encargado de la decoración de interiores. Luego comenzaron a estudiar un proyecto que incluyó la demolición de la casa original que se encontraba en el sitio, y luego aprobar el diseño arquitectó­nico de la nueva residencia, que quedaría afincada con sus 1.300 metros cuadrados en el margen de un canal.

Alos Rubell les asistió una alta dosis de paciencia para llegar a lo que consiguier­on. La casa es lo que anticipa su pórtico de líneas límpidas y diáfanas, de geometría simple. Justamente en esa falta de complicaci­ón radica el impacto visual que produce, y el concepto de que este es un recinto habitable que celebra el arte y la vida familiar. Techos de alto puntal y paredes extensas resguardan una estructura abierta en la que no hay columnas ni corredores. Sus enormes ventanas en el piso inferior dejan entrar un torrente de luz natural, que se ajusta a lo que debe ser la vida en esa geografía, además de amplificar la sensación de amplitud y volumen. También están pensadas para iluminar los vastos muros en los que se han colocado las obras de arte.

Para el interior, la pareja recurrió a materiales como azulejos de piedra volcánica para recubrir los pisos, roble blanco para el piso superior, mármol de Carrara y Calacatta para la cocina y los baños, y alfombras de lana de colores sólidos, sin estampados. Todo exuda sentido de confort y relajamien­to, además de ser muy fácil de mantener. Y es que los Rubell abren su casa llena de

arte a muchos y frecuentes visitantes. Allí pudieran llegar estudiante­s a admirar maestros contemporá­neos como Jean-michel Basquiat, Keith Haring, Jeff Koons, Cady Noland, Yayoi Kusama, Cindy Sherman y Kara Walker, que son parte de la fundación de la familia. Además, hay que tener en cuenta que los tres hijos de la pareja —Samuel, de 16 años; Ella, de 14; y Olivia, de 12— no dejan de ser adolescent­es que tienen su propia vida social y desean una casa para recibir amigos, no una galería. Sin embargo, fueron totalmente solidarios y apoyaron a los padres en la construcci­ón y el diseño. Uno de los puntos más atractivos para ellos es el área social, con un jardín- escultura ubicado entre la entrada princi- pal y la sala. En la casa Rubell el gran protagonis­ta es V el arte y nada debe competir con él. emos accesorios de Angelo Lelli, sofás clásicos de Vladimir Kagan y muebles hechos por encargo, como las mesas del comedor y de la sala. En aquella pared, una pintura rectilínea en la que predominan el negro, el azul y el rojo, de Peter Halley, se enfrenta a un trapezoide expresioni­sta de Lucy Dodd y una motociclet­a cubierta de velas, de Mark Handforth. También hay piezas de Aaron Curry, sillas de He Xiangyu y obras de Oscar Murillo y Secundino Hernández. Pero lo más importante es que ninguna de las atmósferas deja de ser habitable. Aquí la gente vive, cena, juega al tenis, nada en la piscina, hace planes y sueña. Ese es el mayor de sus encantos. —José Forteza

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