VOGUE Latinoamerica

DOMINGOS REPENSADOS

En el día del descanso existe un dicho: “todos somos ricos y flacos”. Esta y otras premisas ayudan a conocer los verdaderos trucos para poder cerrar la semana

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Entonces bendijo el séptimo día y lo declaró día sagrado, porque en ese día descansó de todo su trabajo de creación”. El Génesis explica la pauta que ha marcado el día que unos aman y otros aborrecen y, si bien no hemos sido autores de la creación, hay semanas que pesan como si hubiéramos tenido tareas de talla bíblica. En este séptimo día, el cansancio acumulado se ve más como una tarde de desparrame en un sillón frente a una televisión que como un oasis en el edén. Hay mucho de este cierre de semana que nos hace no estar del mejor humor; las comidas familiares impuestas, la ansiedad del lunes que se siente desde muchas horas antes y el terrible manojo de nervios que nos arroja saber que va a llegar ese momento de volver a empezar la rutina.

Como era costumbre, terminaba el último día de la semana sentado al filo de la silla, los codos en la mesa, mirándolo todo sin observar nada, esperando que algo me sacara del letargo común, pero como quien espera algo que sabe que no va a pasar. Hacia el final de la semana el tiempo se mimetiza, se pierden las horas y los sucesos, el domingo es un vórtice que es muy difícil de explicar. En medio de este día de ocio y ansiedad, en el núcleo de una sobremesa simplona y sin chiste nació uno de los placeres que marcaron para siempre la manera en que iba a entender y disfrutar las comidas familiares dominicale­s y en realidad buena parte de mi vida.

Llegó empotrado en una pastelera de vidrio que lo hacía verse elegante y suntuoso, era diferente a los postres que servían normalment­e en mi casa, tenía volumen y color, la crema que cubría la base de galleta y el relleno de limón estaba flameada, no era una gelatina sin esfuerzo ni una charola de galletas de la pastelería local, era un festín para los ojos y una nube en el paladar. Tomó la mesa como si fuera a presidirla y en el bullicio de la sobremesa logró un silencio que nos hizo arrepentir­nos de toda esa botana innecesari­a. Todo estaba por comenzar. Cuando lo probé entendí que era eso lo que había estado esperando, era el pie de limón que estaba sobre ese platón lo que me daba la única esperanza de que, en la monotonía de lo ordinario, había algo que podía romper el orden de las cosas y que cuando a veces nos dejamos llevar por un ritmo que nos adormece, hay pequeños detalles que no son accesorios de nuestros días, sino que les dan sentido. Desde entonces lo busco para romper el conjuro de la inevitable ansiedad dominical, y en realidad la del resto de los días. A veces está empotrado en una pastelera, a veces envuelto en celofán, a veces está en una conversaci­ón con una amiga, se esconde, pero siempre está ahí. Y fue así como un pie de limón salvo mi domingo. —Rodrigo Molina

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