Mesa sin fronteras,
La historia está llena de episodios en los que la gente ha huido de la HAMBRUNA y la violencia, arriesgando su vida en viajes inconcebiblemente peligrosos e inciertos, con el simple, enorme propósito de SOBREVIVIR. En el camino, han transformado las cocin
Imaginemos que después de los movimientos migratorios que salieron de África (que tras asentarse en distintos lugares del planeta dieron lugar a las variaciones físicas que errónea- mente llamamos ‘razas’) cada grupo étnico se hubiera quedado donde estaba y no hubiera admitido un solo extranjero. Imaginemos un mundo en el que nadie se hubiera encontrado jamás con un sabor nuevo, una fruta asombrosa, una preparación inaudita.
Imaginemos que Italia no hubiera tenido contacto con el tomate y el maíz que llegaron des- de América. Imaginemos que el cacao nunca hubiera llegado a Europa, que el holandés Van Houten no hubiera descubierto la manera de convertirlo en polvo y los bristolianos Fry & Co. en barras de chocolate. Imaginemos un mundo sin café, que provino, como tantas maravillas, de África. Imaginemos la refrigeradora de una chica it sin hummus ni tahini, dos exquisiteces que vienen de la hermosa y vapuleada Siria, como tantos inmigrantes a Occidente. Imagine- mos salir de un bar europeo a las 3 a.m. sin encontrar un kebab o un falafel.
Imaginemos que las papas nunca hubieran salido de los Andes. Tantas cocinas en el mundo estarían desprovistas de este tubérculo tan reconfortante que hasta lo sienten propio, y en los Andes nos habríamos privado de conocer deliciosas maneras de prepararlas inventadas en otras latitudes (como las French fries, que en realidad son belgas, cosa que sorprende casi tanto como el que las albóndigas suecas sean turcas). Imaginemos un mundo sin tacos ni quesadillas, sin mole ni mezcal. Ahora no se demoniza al inmigrante a través de su comida, como sucedía antes. Lo que hay, en cambio, es una desconexión cognitiva entre la comida extranjera que disfrutamos y las personas que la hicieron posible. Así, se pasa por alto el inmenso hecho de que los movimientos de las personas por el planeta Tierra, su planeta, es lo que ha transformado nuestras mesas, permitiéndonos tener una comida más variada, saludable e interesante que nunca antes. Nos enriquecemos cuando nos encontramos con lo diferente, cuando aprendemos que en otros lugares las cosas se hacen de otra manera. Cuando intercambiamos ideas y recetas. Cuando abrazamos la diversidad y la humanidad que está en todos.