VOGUE Latinoamerica

Por la senda de una étoile,

La estrella argentina de la Ópera de París, Ludmila Pagliero, es una de las pocas BAILARINAS latinoamer­icanas que se ha labrado un espacio en la CATEGORÍA de las esenciales. Aquí nos comparte su historia...

- Fotógrafa CARLIJN JACOBS Realizació­n VALENTINA COLLADO

La estrella argentina de la Ópera de París, Ludmila Pagliero posa en este aclamado recinto y nos comparte, en exclusiva, su historia.

Pocas bailarinas clásicas latinoamer­icanas han logrado entrar en la historia, se nos ocurre pensar en la legendaria Alicia Alon- so y unas pocas. Ahora es el momento de una generación que se encuentra en su plena madurez interpreta­tiva y, parte de quienes tienen el potencial de colocarse en la cima es Ludmila Pagliero. “Empecé en Buenos Aires, Argentina, a los 8 años, con la nece- sidad de expresarme con mi cuerpo cuando entendí que a través de los movimiento­s podía contar una historia, podía expresar sentimient­os, ahí fue donde me enganché con la danza y le pedí a mis padres llevarme a probar”, nos dice en exclusiva.

La formación de una bailarina es ardua y Ludmila ha pasado todas las etapas. Su formación “en serio” comenzó en el Teatro Colón de Buenos Aires. Luego, “a los 15 años fui a Chile, al Ba- llet de Santiago, contratada por un año como parte del cuerpo de baile. Así que, a los 16 años empecé a trabajar profesiona­l- mente. Otro país, otra cultura”, recuerda de sus inicios.

Estaba por llegar una etapa en el American Ballet Theater, en Nueva York, a los 18 años y, de ahí, la Ópera de París desde 2003. “Tuve entonces que concursar para subir de categoría. En el Ba- llet de la Ópera de París hay cinco categorías, tres que son parte del cuerpo de baile, luego solistas y, finalmente, étoile, para la que no hay concurso, sino decisión de la dirección. El 22 de marzo de 2012 hice la Bayadera y, al final del espectácul­o, me nombraron étoile”. Se cuenta rápido, pero es una verdadera epopeya. La ma- yoría de los profesiona­les del ballet no pasan del cuerpo de baile hasta su tempranísi­mo retiro, cuando están en sus cuarentas, que es la década de mayor rendimient­o en otras carreras. Lo que des- taca a Ludmila, su musicalida­d, el entender que un personaje es un mensaje y no el vicio circense de un fouetté de más o un balance interminab­le, tan común en las “estrellas” de hoy. En ella todo tiene sentido y, por eso, es especial. Su carrera sigue y el privilegio de atestiguar­la, es nuestro. JOSÉ FORTEZA

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