Bill Cunningham
SUSY MENKES, editora internacional de Vogue, nos lleva por las memorias del pionero en la fotogra ía del street style como antesala al estreno del documental The Times of Bill Cunningham, dirigido por Mark Bozek
“Gracias, niña”, diría Bill Cunningham, rechazando amablemente mi oferta de compartir un taxi de regreso de los desfiles de Nueva York. En lugar de eso, subiría a su bicicleta, lloviera, tronara o nevara, vistiendo su típica chaqueta azul de obrero y una gorra.
El hombre de la cámara que capturó la historia con su lente siempre me llamó “Niña” — aunque le conocí durante la mitad de sus 60 años como fotógrafo—. Él fue esa figura sobre la bicicleta ladeada, quien retrató a los expertos de sociedad, a los raros de los centros urbanos y, lo mejor de todo, olfateó tendencias en su esquina favorita ente la 57 y la Quinta Avenida.
“Nunca he sido un paparazzi”, diría Cunningham. Sin embargo, se las arregló para fotografiar no solo a los famosos —como a un Karl Lagerfeld más joven y corpulento con la leyenda de la moda italiana Anna Piaggi—. También fue capaz de embastar los fragmentos del siempre cambiante panorama de la sociedad, con vistazos privados de Jacqueline Kennedy Onassis o la vieja guardia de la clase alta estadounidense.
¿Quién fue este flacucho de la sonrisa perpetua y la cámara omnipresente?
Cunningham, cuyo padre trabajó para el servicio de correos y que dio sus primeros pasos hacia la moda como sombrerero, nunca abandonó su humildad. Su estudio, en Carnegie Hall de Nueva York, tenía una simple cama entre montones de fotografías. No tenía televisor. Usaba un baño colectivo. Y aún así su trabajo trascendió a la moda. La senda que siguió —o creó— produjo un legado que marca la historia.
El documental The Times of Bill Cunningham, de Mark Bozek, fue seleccionado por el New York Film Festival 2018. El cineasta tuvo una
perspectiva excepcionalmente incisiva del carácter del fotógrafo, tras filmar una entrevista con él en 1994. “Se suponía que estaríamos allí por unos diez minutos, y tres horas y media más tarde se nos agotó la cinta”, comentó Bozek.
“Cuando saqué la cinta de mi sótano, el día que él murió en 2016, no la había visto en 25 años”, continuó, “pero decidí que seríamos solo él y yo. Él narró su historia de la manera más apasionada”. Esa fue una referencia al tránsito del fotógrafo de la luz a las sombras, cuando habló abiertamente sobre el flagelo del Sida. Pero la vida de Bill se centró enteramente en la fotografía y en registrar a la escena de la moda y la gente involucrada en esta.
No recuerdo un momento en el que su espíritu libre no estuviera siguiendo la moda y haciendo un reportaje para el New York Times. Ningún desfile era poco —ni demasiado— importante para él. Siempre se entusiasmaba con lo inesperado: el retorno del esplendor de la sastrería masculina, aquella vestida en colores vivaces por los millennials; el siempre cambiante street-style desde los atuendos holgados de roquero a la ropa deportiva estilizada.
Recuerdo al fotógrafo hablando con júbilo sobre la ropa informal y moderna de los diseñadores neoyorquinos, que triunfó sobre la grandiosa Alta Costura parisina en un evento en el icónico espacio de Versalles, en el año de 1973.
Le llamaba “el desfile más excitante que jamás haya visto”, al recordar el contraste entre los maestros franceses —Dior, Givenchy, Yves Saint Laurent— contra la ropa subestimada, informal y racional presentada por los estadounidenses Bill Blass, Halston y Oscar de la Renta. El final tuvo a Liza Minelli cantando a todo volumen Bonjour Paris, mientras el afroamericano Stephen Burrows asombraba al formal auditorio francés. Esa fue la primera vez —y no sería la última— que el fotógrafo mostró su mente abierta hacia el color y la clase.
Cunningham murió a los 87 años de edad, tras recibir la Légion d’honneur de Francia en 2008 y, por esos días, se convirtió en miembro oficial del equipo del New York Times después que un camión chocará con su bicicleta.
Antes de eso, a esas alturas de su carrera, el fotógrafo neoyorquino se mantenía tozudamente independiente, usando sus notas visuales para anotar los cambios desde la intensa energía del legendario Studio 54 en la década de 1970, hasta la introducción del concepto de las etiquetas uptown y downtown.
Se supone que las excepcionales fotografías de Cunningham valgan más de un millón de dólares. Pero a él no le impresionaban los números. “El dinero es la cosa más barata”, solía decir. “La libertad y la independencia son lo más caro”.
El esperado documental del director Mark Bozek, titulado The Times of Bill Cunningham, será lanzado próximamente.