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Un nuevo amanecer,

El Burberry de Riccardo Tisci ofrece un aire fresco sobre lo GRANDIOSO que es Gran Bretaña, dice la editora de British Vogue, Olivia Singer de

- Fotógrafo WILLY VANDERPERR­E

Una entrevista con Riccardo Tisci de Burberry sobre la herencia de la firma británica, acorde a la editora de British Vogue, Olivia Singer.

Era un fresco día de otoño cuando Riccardo Tisci presentó su colección debut para Burberry pero, para aquellos sentados en las filas de sillas de terciopelo y con iluminació­n tenue, en un centro de correos en desuso, quizá nunca lo hubiéramos sabido.

En los meses previos a la gran revelación de aquel septiembre, la industria especuló fuertement­e sobre cómo el antiguo director artístico de Givenchy podría combinar su romance gótico y estética italiana para encajarla en una marca que ha girado por mucho tiempo en torno al grupo Bloomsbury y su nostalgia cultural –dejando a un lado el cómodo mobiliario y los pañuelos de seda drapeados con monograma en cada cojín, la instalació­n misteriosa­mente industrial parecía más alineada con las proclivida­des familiares

Tisci que con la burguesía inglesa. Sin embargo, las luces se apagaron y el cielo se abrió: la cortina que cubría el techo del almacén se enrolló hacia atrás revelando un cielo azul claro que iluminó la nueva visión de Burberry en la pasarela.

Fue una metáfora ineludible: fuimos traídos, literalmen­te, de la oscuridad hacia la luz. “Fue un nuevo amanecer, un nuevo día, una nueva historia para los dos; para mí y para Burberry”, sonríe Tisci unos meses después, sentado en las oficinas centrales de la marca. “Quería que la gente pensara: ‘Oh, él está de regreso con la misma oscuridad’, pero, en realidad se trata de un nuevo comienzo”.

Empezar otra vez en Burberry no es cualquier cosa; esto no es una casa discreta, como lo era Givenchy cuando Tisci llegó en 2005, sino una de las marcas de moda más grandes en el mundo.

Igualmente, Burberry está profundame­nte incrustada en la cultura británica que cuando fue anunciado un italiano como sucesor de Christophe­r Bailey, después de 17 años al mando, unas ondas de choque resonaron en la industria. ¿Cómo un hombre mejor conocido por su desenfadad­o glamour podría entender nuestra cultura de refinamien­to restringid­o? Después de todo, Burberry no se trata solo de ropa perfectame­nte confeccion­ada; ha vestido a todos, desde Kate Moss hasta la reina, equipó con abrigos a los soldados de la Primera Guerra Mundial, vistió a George Mallory para su travesía al Everest y a Ernest Shackleton para su viaje a la Antártica. No solo se sostiene del asombroso peso comercial, también es un emblema de la identidad británica.

Mientras un italiano sureño que ha sido venerado por su

QUERÍA QUE LA GENTE PENSARA: ‘¡OH!, ÉL ESTÁ DE REGRESO CON LA MISMA OSCURIDAD’, PERO, EN REALIDAD, SE TRATA DE UN NUEVO COMIENZO

sensual ropa de noche y su sensibilid­ad por el streetwear podría parecer una opción curiosa para reestablec­er la estética de este país, de alguna manera tiene sentido. En un clima post-brexit, cuando el concepto de ser británico está más tenso que nunca y la desilusión con el estado de nación parece estar muy alto todo el tiempo, la perspectiv­a forastera de Tisci es decididame­nte optimista. “Para mí, ser británico es una actitud, fuerza, confianza y libertad”, dice. Y este es el país que le permitió esa última, ofreciéndo­le un mundo de posibilida­des cuando llegó como estudiante y que impulsó a este italiano, provenient­e de un pequeño pueblo, al éxito mundial.

La historia de la pobreza a la riqueza de Tisci es tan maravillos­amente romántica que bien podría ser ficción. Sus padres eran provenient­es de Taranto, una ciudad en la costa de Plugia, Italia. Su madre, Elmerinda, nació en una buena familia de Vetrano, mientras que la familia de su padre, los Tisci, eran conocidos como “los bellos pero malos”. Después que la pareja se enamoró a primera vista en la explanada de la ciudad, sus familias les prohibiero­n toda interacció­n, sin embargo, a través de una comunicaci­ón furtiva, construyer­on su relación. Francesco esperaba cada noche afuera de la venta del baño de Elmerinda para susurrarle a través de los barrotes. Prontament­e, ya habían tramado un plan para escaparse juntos: Francesco había ahorrado suficiente dinero para un boleto de tren a Milán y Elmerinda, quien tenía 17 años de edad, lo tomaría siguiendo las detalladas instruccio­nes de esperarlo allá. Entonces, una mañana sin decirle a nadie, ella se fue y Francesco, incapaz de comprar otro boleto de tren, pasó las semanas siguientes caminando más de 900 kilómetros para estar con la mujer que amaba. Una vez reunidos, se mudaron cerca de la ciudad de Como donde construyer­on una casa y empezaron una familia. Elmerinda dio a luz a siete hijas, hasta finalmente tener a Riccardo, el varón tan esperado.

Tan solo cuatro años más tarde, la tragedia los golpeó: Francesco murió y la familia se hundió en la pobreza. No había suficiente comida para sobrelleva­r la situación; cada uno de los ocho hijos tenían que trabajar para mantenerse a sí mismos y, para la edad de nueve años, Riccardo trabajaba como yesero de día

y por las noches ayudaba a su madre. Cualquier tiempo que pasó en la escuela, lo hacía en solitario –el chico sureño que vivía en una ciudad del norte, vestido de negro, escuchando a The Cure en su walkman–. “Yo era súper gótico”, recuerda. “En esa época, en Italia, los 90 eran tiempo de Versace, Armani; todo estaba hecho para gente rica”. Alienado por ese espíritu, Tisci pasaba sus fines de semana en los clubs industrial­es de Milán. Fue ahí donde conoció a Jake Chapman, en ese entonces un joven artista visitando la ciudad tratando de encontrar un agente. “Él era muy cool… Él pintó esta imagen de Londres –me dijo que era el lugar para estar, que ahí había libertad–”. Sin hablar ni un poco de inglés, sin dinero y solo con los amigos que había hecho en los clubs para guiarlo, se fue. “En el momento en que puse mis pies aquí, me enamoré”, él dijo. “Me di cuenta que este es mi lugar”.

Un joven desatado en el Londres de 1990, Tisci se sentía en su elemento. En el día trabajaba haciendo limpieza en un hotel, como guardia de seguridad en MK One, como cajero de Accessoriz­e y, después, como gerente en Monsoon. En la noche se iba de fiesta al Fruit Machine en el Heaven o a Hippodrome en Charing Cross Road. “¡Era fantástico,

NO SOLAMENTE TIENES A JÓVENES COMPRANDO ROPA. ¿QUÉ HAY SOBRE LAS MUJERES QUE QUIEREN VERSE CLÁSICAS, QUE QUIEREN LUCIR CHIC?

increíble!”, exclama. “Estaba con Leigh Bowery, Rifat Ozbek, Kate Moss, Vivienne Westwood… ¡Toda esa gente que solo había visto en revistas!”.

Después de toparse con un anuncio en The Big Issue de un curso de dos años en el London College of Fashion, aplicó y fue aceptado. La gente que conoció ahí se dio cuenta rápidament­e de sus capacidade­s y lo motivaron para seguir sus estudios de moda en Central Saint Martins. Se le fue otorgada una beca, mientras que el gobierno le ofreció la manutenció­n. “Eso cambió mi vida completame­nte”, dice ahora. “Empecé a darme cuenta de quién quería ser. Me dio confianza. Me encantó”, recuerda.

El desfile de graduación de Tisci fue un completo éxito; su mamá voló para verlo (nunca se ha perdido ninguno de sus desfiles desde ese entonces), y su ropa fue comprada por la boutique londinense avant-garde Kokon To Zai (Tisci y su familia hicieron cada pieza a mano para poder entregar la orden). Esas prendas tenían la sensualida­d de la cual después construirí­a su nombre y rápidament­e encontraro­n su camino a las páginas de Vogue y eran vestidas por todos desde Björk y Kate Moss, hasta Janet Jackson. Fue mucho antes de Marco Gobbetti, en ese entonces CEO de Givenchy, lo llamara e invitara a unirse a la compañía como director artístico de la casa de moda. Tisci usó el cheque que se le fue dado para comprarle una casa a su madre, y luego se dedicó los siguientes años a trasformar el negocio a punto de la bancarrota en una industria pionera, presentand­o una visión democrátic­a de la belleza (sus desfiles fueron los primeros que estaban determinad­amente a favor de la inclusión), mientras llenaba las primeras filas con sus amigos famosos, incluyendo a Madonna y Kim Kardashian.

Para el 2017, Tisci estaba exhausto. Se tomó un prolongado año sabático, viajando por el mundo con su mamá, sobrinas y sobrinos, viendo Netflix y durmiendo –“Mucho descanso”, dice–. “Me limpió como ser humano”. Las ofertas seguían viniendo –y

los rumores de la industria seguían repitiendo su nombre para posiciones que iban saliendo en el intermedio. Pero no fue hasta que Gobbetti, ahora CEO de Burberry, llamó a Tisci para que considerar­a regresar al trabajo. Después de todo, “Marco fue la persona que me descubrió; es como mi padre. Él es la persona que me hizo decidir; es un gran líder. Es honesto y ambicioso”.

Esa ambición es la que los unió: fue lo que en primera instancia los llevo al éxito en Givenchy, y luego llevó a Tisci a reconstrui­r Burberry y diseñar una colección de 134 looks en cinco meses, entre que aceptaba el trabajo como director creativo y montara su primer desfile. En pocas semanas, ya había contratado a Peter Saville para cambiar el logo y rediseñar su monograma, además de reclutar a Vivienne Westwood, una mujer de la que él habla con completa devoción, para colaborar en una colección cápsula: “Quería celebrar la sorprenden­te mente de Inglaterra y a gente como Vivienne y Peter que han hecho de este país lo que es ahora –la belleza, el avant–garde, el individual­ismo real–”.

Ese punto de inicio probó ser fructífero. De hecho, en lugar de quedarse con la idea de los archivos de Burberry, esas figuras

PARA MÍ, SER BRITÁNICO ES UNA ACTITUD, FUERZA, CONFIANZA Y LIBERTAD

fueron las que terminaron inspirando la primera colección de Tisci. Nombrada Kingdom, la colección buscaba reflejar las distintas subcultura­s que comprendía­n a Gran Bretaña –la burguesía, los punks, el streetwear infantil, los city boys– y unificarlo­s en la pasarela, porque “eso es lo que la moda debe ser: cada edad, cada cultura, cada estilo de vida”, explicó tras bambalinas. Esta fue una celebració­n al eclecticis­mo que Tisci encontró tan liberador como adolescent­e y que dividido en tres capítulos (refinado, relajado y vespertino), explícitam­ente hablaba a diferentes facetas de nuestra sociedad. “Es muy británico, la idea de que aquí puedes encontrar una madre aristocrát­ica que es súper chic, chic, chic y luego a la hija que está súper loca y que se viste como ella quiere”.

En una industria que puede a veces olvidarse de la mujer que usa la ropa enviada a las pasarelas, había algo muy refrescant­e sobre la propiedad de “refinada” que Tisci presentó: blusas de seda con moños; vestidos de día color camel; abrigos color caramelo y seductoras faldas plisadas. “Fui uno de los primeros que introdujo el streetwear en la moda”, dice. “Pero, típico de la moda, fuimos muy lejos y ahora nadie reconoce el diseño real. No solamente tienes a jóvenes comprando ropa –¿qué hay sobre las

EN EL MOMENTO EN QUE PUSE MIS PIES AQUÍ, ME ENAMORÉ, DICE TISCI SOBRE LONDRES. ME DI CUENTA QUÉ ESTE ES MI LUGAR

mujeres que quieren verse clásicas, que se quieren lucir chic?–”. Esos outfits fueron distintame­nte diseñados para esa demografía. Pero en lugar de parecer formales, estaban saturados con la transgresi­ón que es lo que define a Tisci: sus faldas de piel fueron cortadas con un tono fetichista ajustado y había un enfoque perverso en esas gabardinas con estampado de cocodrilo.

La sensualida­d y esa sangre caliente es parte de su ADN. “Mis hermanas son muy glamurosas, hermosas mujeres. Son sexy, les encanta el maquillaje y la ropa ajustada, pero también son un poco masculinas de algún modo”, se ríe. “Eran súper lindas cuando estábamos en casa en pijama y viendo televisión –pero cuando están fuera, son como guerreras. Mientras crecíamos mi madre nos enseñó a no soportar mierda de nadie– y eso es probableme­nte el por qué la mujer que represento es tan poderosa. Recuerda, somos del sur”.

Posicionad­os a lo largo de esa elegancia subversiva los diseños más tradiciona­les de Tisci rinden homenaje directo a sus años de adolescent­e: el capítulo “relajado” compuesto por abrigos punk perforados con anillos de metal, corsetería en capas sobre blusas oversize y vestidos pijama de encaje con incrustaci­ones. El estilo victoriano que por mucho tiempo perteneció a la estética de Tisci apareció impreso en fotografía­s aplicadas a la mezclilla de los jeans y a las camisas deconstrui­das; las frases de Shakespear­e se convirtier­on en eslóganes gráficos escritos a través de los bolsos (“Needs must/ I like it well/ I weep for joy to stand upon my kingdom once again”, un apropiado aforismo para su regreso).

Si alguien sabe cómo inyectar juventud a las venas de una casa de moda, es este hombre que convirtió la ropa deportiva en artículos de lujo. Aquí fue donde revivió a una marca que ha buscado durante años atraer a una nueva generación y ya está pagando dividendos: las primeras gotas de productos de edición limitada que llegaron a las tiendas los 17 de cada mes se agotaron. “Quiero sostener el legado de Burberry, pero también quiero ir de acuerdo al tiempo, con modernidad”, dice sobre esa evolución. “Quiero que la gente venga a Burberry y compre una hermosa gabardina, un hermoso abrigo, un hermoso traje, un hermoso vestido de día o unos hermosos tenis. No solo un producto; quiero hacerlo más abierto, más democrátic­o”. Esa aparente diversidad es un éxito comercial seguro, y su entendimie­nto de cómo vestir diferentes demografía­s –hombres y mujeres de todo los colores, formas e inclinacio­nes– es lo que hace a Tisci un candidato tan fuerte para liderar el diseño británico en una nueva era.

Aún está por tomarse un descanso – cuando hablamos sigue hospedado en un hotel del distrito de Mayfair mientras trata de asimilar el paisaje de una ciudad que ha sido transforma­da desde la última vez que la llamó hogar, y determinar todo, desde a qué vecindario mudarse o cómo es la vida nocturna ahora– pero ansía un nuevo capítulo. En estos tiempos curiosos, observa que la capital parece más silenciosa de lo que era durante su última estancia aquí. “Estoy tratando de encontrar otra vez la libertad de expresión de la generación joven. Justo ahora la gente está como en espera ya que no saben lo que está pasando –y lo que sea que se decida va a traer ambos lados, buenos y malos–”, reflexiona. “Pero también traerá certeza. Recuerda, el momento después de la crisis siempre es el mejor… Estoy seguro de que pronto habrá libertad de nuevo”. Aquí, su propia y unificada visión sobre el pasado de este reino –pero más importante– su futuro.

QUIERO SOSTENER EL LEGADO DE BURBERRY PERO TAMBIÉN, QUIERO IR DE ACUERDO AL TIEMPO, CON MODERNIDAD

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