VOGUE Latinoamerica

PASTELES reales

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- MUNDO VOGUE ALESSANDRA PINASCO

LA BELLEZA, ESCRIBIÓ OSCAR WILDE, ES LA MARAVILLA DE LAS MARAVILLAS; “SOLO LAS PERSONAS SUPERFICIA­LES NO JUZGAN POR LAS APARIENCIA­S”. LA EVOLUCIÓN DEL PASTEL DE BODAS REFLEJA LA TRANSFORMA­CIÓN DEL RITUAL DEL MATRIMONIO Y LA MAYOR AMPLITUD Y LIBERTAD QUE HAN ALCANZADO MUCHAS SOCIEDADES EN EL MUNDO

El papel del pastel de bodas –más allá de su SIMBOLISMO– es mostrar de qué está hecho el amor en cada una de sus singulares celebracio­nes. Por esto, debe ser un reflejo de los novios; de su manera de ver el mundo, de lo que significa para ellos esta UNIÓN. Y, como sabemos bien, hay tantos estilos de pastel de bodas como los hay de formas de amar. Que viva la DIVERSIDAD Una boda solía ser territorio indisputab­le de la novia; el novio no metía sus narices en esas cosas de mujeres. Al fin y al cabo, casarse era sobre todo un hito social. Me tienta pensar que hay una relación entre esa visión esquemátic­a del matrimonio y el pastel de boda que conocemos bien: un ladrillo de fruitcake —que nunca envejece porque nació desprovist­o de frescura y juventud— tapado por un man- to incomible de fondant, como un camisón matapasion­es. Triste metáfora de lo que puede ser la vida en pareja cuando nace de la aquiescenc­ia a las normas sociales.

Ahora la situación suele ser otra. En las bodas más me- morables, cada elemento de la fiesta ha sido elegido por el novio y la novia (o por la novia y la novia, o por el novio y el novio). El pastel, al ser el punto focal de la estética y del mensaje que ellos buscan transmitir, sintetiza quiénes son, qué representa para ellos sellar su amor frente a sus seres queridos. Lo hermoso es que hoy en día hay tantos estilos de pasteles como estilos de uniones. Hay pasteles de boda en los que se vislumbra geodas. Otros, como los de Alana Jones, parecen alfombras. Lori A. Stern adorna los suyos con flores prensadas; los de Sweet Heather Anne son ver- daderas obras de arte. Hay pasteles que encarnan el espíritu mexicano, y otros alegres como los colores del Ande. Unos parecen vitrales de Tiffany; otros están pintados como lo ha- ría un acuarelist­a, o tienen las texturas de un impasto.

Lo cierto es que un pastel puede ser impresiona­nte de muchas formas, pero tiene solo una manera de lograrlo: representa­ndo la esencia de la pareja. Hace poco fui a una boda señorial en la que el pastel era un palacio en tonos de blanco, de varios pisos ornamentad­os con frisos de glasé. Un pastel hermoso, arquitectó­nico, incólume; perfecto para un matrimonio aristocrát­ico limeño. Unos meses antes, el pastel en una boda real sorprendió al mundo entero por su sencillez. El que Claire Ptak hizo para Meghan y Harry fue un biscocho de limones de Amalfi con buttercrea­m al siro- pe de flores de sauco, coronado con rosas frescas en su ple- nitud. En la web de Violet Cakes, Ptak no hace referencia alguna al que en su momento fue el pastel más importante del Reino Unido. Los príncipes, se ve, eligieron bien. Como una pareja de nuestros tiempos.

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