A mis hermanas,
“Si cualquier mujer en cualquier parte del mundo, de cualquier edad, de cualquier color pide ayuda porque es atacada con violencia, vamos a responder a su llamado y buscaremos la forma de APOYARLA, de PROTEGERLA y de defenderla”
La cantante chilena, Mon Laferte, colabora y escribe para Vogue sobre su lucha contra la violencia de género, los feminicidios y miedo generalizado con el que las mujeres latinoamericanas viven todos los días.
La frase que introduce este texto, forma parte de las palabras del acto de clausura del segundo encuentro internacional de mujeres que luchan, convocado por las mujeres del Ejército Zapatista de Liberación Nacional realizado en el estado de Chiapas en el semillero “Huellas del caminar de la Comandanta Ramona”, al que asistí en diciembre pasado. Estas palabras me marcaron y en mi corazón se selló el compromiso: “voy a luchar por mis hermanas”.
El encuentro me cambió la vida, todo lo que viví durante esos tres días me dejaron reflexionando sobre cómo estamos viviendo, sobre cómo yo misma he normalizado durante toda mi vida la violencia hacia las mujeres. Recuerdo que cuando era niña pensaba que en el 2000 el mundo sería mejor; pensaba que el futuro nos traería grandes soluciones y que todo estaría bien. Pero lamentablemente estamos en el 2020 y, aunque hay algunas cosas que han mejorado, la violencia de género no se detiene, incluso, creo que cada vez se pone peor. “El patriarcado es un juez que nos juzga por nacer” (colectivo “Las tesis”).
Desde los 13 años que salgo sola a la calle, siempre tuve miedo, no importa el sitio por donde camine, pueden ser grandes avenidas de las principales ciudades del mundo o pequeños callejones de algún pueblo, si me pilla la noche sola, busco los rincones más iluminados, porque tengo miedo; camino rápido, me hago la valiente –me digo a mí misma que todo va a estar bien–. Si alguien camina detrás de mí lo dejo pasar, todo es porque tengo miedo y no quiero que me violen, pero ya no quiero tener miedo, no quiero ser valiente, yo debería ser libre.
Llegué al encuentro pensando que tal vez podría sumar y apoyar a otras mujeres con sus movimientos, usar mi ventana de popularidad para visibilizar los casos de violencia de género o sencillamente
escuchar, observar, vivir la experiencia. Finalmente, terminé en una terapia muy profunda, tuve momentos muy amorosos con otras compañeras que conocí en el encuentro, fui abrazada y escuchada; por primera vez sentía que alguien me entendía, que nadie me juzgaría –crecí pensando que tenía la culpa de todas las violencias recibidas– ellas vivieron lo mismo que yo y hoy todas compartíamos una misma idea: la de luchar y convertir este mundo en un lugar más seguro e igualitario. Llegué al encuentro siendo una mujer y salí con la fuerza y la rabia de miles que han vivido la violencia normalizada –al igual que yo y casi todas las mujeres del mundo– durante toda su vida; salí llena de amor, de empatía y de compromiso. No quiero que nunca más una mujer del mundo que sea, del color que sea, del tamaño que sea, de la cultura que sea, tenga miedo.
El segundo día del encuentro escuché varios testimonios, entre ellos el de Aracely, mamá de Lesvy Berlín Rivera asesinada el 3 de mayo del 2017; el de Lidia, mamá de Diana Velázquez Florencio desaparecida y asesinada el 2 de julio de 2017. También, el de María Lourdes, mamá de Norma Dianey García García desaparecida en enero del 2017. Con ella tuve un momento muy duro; me contó que su hija escuchaba mi música y que el último posteo de Norma fue una de mis canciones, me pidió ayudarla a difundir información para encontrar a su hija. Ahora me siento más enojada que nunca, ¿no debería este ser un tema a tratar diariamente? ¿No deberíamos todas y todos buscar a Norma incansablemente?
Terminé llorando abrazada a mi mejor amiga Mary; después nos unimos a diversas rondas de cantos, rituales con música, reímos y lloramos, de alguna manera se liberaba un poco nuestro corazón. He leído mucho sobre feminismo y creo que no hay libro ni manual que nos pueda hacer conscientes de lo que estamos viviendo ni cómo hacerle para cambiar algo, pero esta experiencia realmente te abre los ojos.
“El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente” (frase de Simone de Beauvoir). Creo que con la primera parte de esta frase iba más o menos bien, pero en lo de luchar colectivamente me estaba quedando atrás.
Pensaba que con decir soy feminista y ponerme el pañuelo verde era suficiente, y al decir esto no quiero minimizar las maneras de luchar de cada quien, pero sentía que necesitaba hacer algo más, empezar por un cambio profundo internamente, una forma de vivir individualmente, luego movilizarme y ser parte de comunidades feministas: luchar colectivamente. Ahora, soy parte de algunos grupos de mujeres en la música, nos juntamos y escuchamos, compartimos experiencias. Cada una desde su lugar luchando por abrir espacios para todas.
Algo que aprendí en el encuentro zapatista fue que no todas vamos a pensar igual, aunque estemos de acuerdo o no con otras luchas y sus modos y geografías, a todas nos sirve escuchar y aprender.
También recalcaban que no se trata de competir para ver cuál es la mejor lucha, sino de compartir y de respetar los diferentes pensamientos. Entonces hoy, estoy en la etapa de aprender a luchar en colectivo, la unión hace la fuerza y paralelamente a estas ganas de cambiar el sistema, hay un cambio profundo en mí, ya que de otra manera no sería posible, ¿verdad?
Ahora más que nunca me miro en el espejo y veo todas mis actitudes machistas, ahora cuestiono mi comportamiento y observo si mis opiniones han sido de verdad mías o si de tanto escucharlas las di por propias. Por ejemplo, me recuerdo a mí misma tratando de verme “seria” usando la ropa más “masculina y sobria” para poder ser tomada en serio en una reunión de trabajo y también usando ropa “bonita” de “artista” de “alfombra roja” para ser aceptada.
Me recuerdo juzgando a otras mujeres por su apariencia: una mujer debe comportarse y vestirse correctamente para la ocasión (en referencia a mi gesto en los Latin Grammy 2019). Si me pongo un vestido transparente seré aplaudida, si desnudo mi cuerpo para expresar mis ideales, soy una loca, feminazi. Si muestro mucho soy puta y lo hago pa’ vender, si no muestro nada soy amargada y aburrida. Me recuerdo haciéndome la ruda con mis amigos, celebraba sus “bromas” machistas, me tomaba con “humor”, me recuerdo llamando niñita a mis amigos por ser cobardes y me recuerdo con miedo, con mucho miedo de no ser aceptada por ser feminista, entonces yo negaba. Me creía feminista, pero en cuanto podía criticaba a quienes pensaban diferente; era realmente una persona llena de miedos. Apuntar hacia afuera para sentirme bien por dentro, mis señalamientos solo definían quién era. Cuando no entendemos algo, nos aterra y queremos destruirlo.
Salí del caracol con una idea fija: no quiero ir por la vida pidiendo permiso y disculpas por ser mujer, decidida a luchar por cada una de ellas: por las desaparecidas, las asesinadas, las acosadas, las golpeadas, las violadas, las explotadas, las migrantes, las violentadas
mundo.· de cualquier forma. Voy a luchar porque no quiero que lo que he vivido, ni lo que han vivido mis compañeras se repita en otra mujer en cualquier lugar del